“Todavía no tengo el nombre del disco, voy sin apuro. Hace mucho que no saco un álbum y este lo quiero publicar lo más cuidado posible, natural”, dice la cantautora Rossana Taddei, que al inicio del verano empezó a girar por distintos departamentos del país, en lo que dio en llamar Mueve Tour, y que el jueves a las 21.00 la tendrá con banda completa en la sala Zitarrosa, en el marco del ciclo Marea -de mujeres y disidencias de la música y el audiovisual, organizado por esa sala-, con entradas por Tickantel y 2x1 para suscriptores de la diaria.
Cuerpo eléctrico, de 2018, fue el último álbum que editó Taddei. Como su nombre lo adelantaba, tenía bastante guitarra eléctrica y significó una vuelta al pulso rockero y funky que ostentó desde el inicio de su carrera, con la banda El Camarón Bombai, y marcó una diferencia sustancial con su anterior álbum, Semillas (2016), de versiones de canciones que la obsesionan, en un estilo más acústico y de raíz uruguaya. En esta gira la cantautora viene presentando canciones nuevas y alguna ya está grabada en estudio, como “Reparación”, de la que en agosto publicó una versión en vivo registrada en el teatro Solís, en la que se la nota más serena y reflexiva.
Las nuevas canciones tienen mucha influencia de la naturaleza, y no es para menos, dado que Taddei, junto con su compañero de banda y de vida, el baterista Gustavo Etchenique, alterna residencia entre el Fortín de Santa Rosa (Canelones) y Novazzano, un pueblito de Suiza, el país donde la cantante pasó gran parte de su infancia. Como llegó a grabar discos con poco tiempo entre uno y otro, y ahora no tiene apuro, juega a estrenar las canciones en vivo para que rueden y rueden y así terminen de redondearse, para luego plasmar la versión definitiva en el estudio. “Entonces, tengo un espacio durante el concierto en el que digo que es un ensayo abierto, y hago como cinco canciones de corrido en las que hay improvisación. El público se acerca mucho a eso porque es una instancia de confianza”, cuenta Taddei en esta entrevista con la diaria.
Estás tocando mucho y en varios lados. Después de la pandemia parece que te pusiste a tiro por todo el tiempo que no pudiste subir al escenario.
Se dio, un poco por la intención de que suceda, y algunas fechas ya estaban marcadas desde el año anterior. Le pusimos Mueve Tour 2023 y se movió, el nombre ya venía con la intención también, no solamente porque veníamos con seis fechas ya marcadas, sino porque en el camino empezaron a llamarnos de algunos lugares donde ya habíamos estado y de otros nuevos.
No te presentás siempre con el mismo formato, hay una actitud medio gitana.
Sí, me gusta lo de gitana. Hace mucho tiempo tuvimos el inicio de una productora a la que le habíamos puesto La Gitana Producciones, y también había una canción familiar en la vuelta con ese nombre. Hay un espíritu así, que también se integra un poco en mi estructura emocional, de ir y venir. Es cierto que los formatos son diversos: el dúo con Cheche [Gustavo Etchenique], el trío junto con [Alejandro] Moya y el cuarteto con [Gastón] Ackermann. En la sala Zitarrosa va a ser con la banda, y cuando toco en el otro territorio, en Suiza, también funciona el dúo, y a veces el trío, junto con Flaviano Braga, un virtuoso acordeonista italiano, y a veces con Max Frapolli en guitarra.
¿Vivís un verano acá y después te vas para el verano de allá?
La cuestión gitana... Todo se dio por la pandemia, que cuando surgió nos fuimos [con Etchenique] a donde íbamos siempre, pero luego terminamos alquilando un lugar para estar más tiempo. Es en un pueblito muy antiguo de Suiza que se llama Brusata di Novazzano, que hace muchísimos años se incendió, por eso se llama “brusata”, que quiere decir “quemado”. Estamos a 500 metros de la frontera con Italia. Es un lugar a las afueras, hay animales, campesinos y se trabaja la tierra.
¿Qué animales hay?
Hay ovejas, dos burritos -uno se llama Lucho, y Gina, que falleció-, corderitos y ponis. Son los vecinos animales que visitamos en nuestras caminatas, por eso los conozco. Me encanta integrarme al barrio y a los personajes que hay. Ese territorio lo habito con corazón, es un lugar que me gusta, donde tengo amigos y amigas, y hay un coro de mujeres local que se activó en la pandemia. Llegamos acá el 26 de diciembre y nos volvemos a principios de mayo. Ahora llego al verano de allá y tengo armada una agenda que se está nutriendo cada vez más.
Imagino que en ese pueblito estás inmersa en tremendo paisaje. ¿A la hora de componer te dice algo, o es un mito romántico lo de la inspiración del lugar?
Me dice un montón; hay muchos sonidos, no es un mito romántico. Justo vengo de disfrutar una estadía en las termas del Daymán y tuve una experiencia parecida, como en el libro El perfume [de Patrick Süskind] -que también se adaptó a una película-, sobre un asesino serial. Hay una escena en la que Grenouille, el personaje principal, que es muy raro porque nació sin olfato, se acuesta en una campiña, un lugar increíble, y empieza a detectar los olores de todo el espacio y va reconociendo cosas, como nos puede pasar a los músicos con el oído, que vas escuchando todo. Me tiré un rato ahí en las termas para escuchar los sonidos del mundo y fue una experiencia, porque había todo tipo de animales. Esa es la música más potente que hay, por eso, a veces, cuando me preguntan qué escucho, digo que hay momentos en los que vas escuchando cosas en particular, que te atrapan o son etapas de la vida en las que te agarrás de una música, pero hace bastante tiempo que estoy queriendo el silencio y enfocando mucho más para ese lado, escuchando un montón de cosas que me tira la naturaleza, toda la música que hay en ese contacto. Y todo el repertorio nuevo, que está por ser grabado, tiene esa influencia o raíz.
¿De la naturaleza?
Claro, porque en ese lugar donde estuvimos, al haber mucho silencio -pero mucho-, sin sonidos de autos ni de máquinas, etcétera, se potencia de una manera que es como un éxtasis. Tuve muchos momentos de ir y sentarme con mi grabador en el medio de un lugar que es todo verde, y hay un arbolito, fui grabando cosas y a partir de la voz después escribí. Estoy componiendo de esa forma, es una experiencia nueva.
Mientras preparaba esta entrevista, escuchando tu discografía, me colgué particularmente con el disco que grabaste en 1997 junto con Leo Maslíah, que me parece una maravilla. En particular, la versión de “Blumana”, de Ruben Rada. Pero, además, caí en la cuenta de que el plantel de músicos que juntaron en esa sola canción es inédito para la música uruguaya: Jaime Roos, Fernando Cabrera, Rada, Riki Musso, Samantha Navarro, Jorge Schellemberg, Maslíah y tu hermano, Claudio. ¿Cómo nació la idea de grabar ese disco?
Fue impresionante todo, desde el inicio. Yo tenía una minicolumna en la radio X, en la que en media hora pasaba música que me gustaba de acá, y Leo Maslíah me encantó desde siempre. Fui a escucharlo al boliche Amarcord, donde Leo tocaba solo, y cuando terminó le dije que tenía una columnita y me gustaría que me diera algún disco, entonces hicimos intercambio: yo le di los míos, De Minas a París [1989] y Tu luz violeta [1995]. A los pocos días, sonó el teléfono de línea de mi casa y mi madre me dijo “te llaman”. Era Leo: “Escuché tu material, está muy bueno, si algún día precisás un tecladista, llamame”. Corté y casi infarto, no se me podría haber ocurrido nunca algo así, y me acuerdo de que lo comenté en casa; yo vivía con mis padres y con Claudio, que me dijo que lo llamara ya. Entonces, empezamos a armar ese proyecto, que era grabar un disco juntos con canciones de ambos y algunas interacciones de composición. Fue un momento bisagra, muy importante; se me abrió un portal en ese contacto, porque además de poder compartir y aprender de un maestro como Leo, conocí a Nico Mora, Cheche y Popo [Romano].
Para ese disco también grabaron una versión medio jazzera de “Eleanor Rigby”, de The Beatles.
Ese arreglo es de Leo, de principio a fin; yo lo que hice fue estudiarlo encerrada en un cuarto, muchas horas, porque para mí fue un desafío, ya que todavía no tenía el aprendizaje de lo irregular. Lo tenía naturalmente, y hay canciones como “Jacinta”, que es de esa época, que tiene unas irregularidades, y me enteraba cuando, al pasarlo a la banda, los músicos me decían: “Pero ¿eso en cuánto está? No es en 4, sino en 3 o 6”, entonces, lo fui incorporando y aprendiendo sobre la marcha. Por eso para mí lo autodidacta es una cosa y este contacto con los músicos fue la academia, mi conservatorio, y lo sigue siendo, porque estoy aprendiendo cada vez más. Con Leo entendí eso [tararea los vaivenes melódicos de la versión que grabó con Maslíah], y todos esos espacios los integré en todo el cuerpo, porque la canción es larga y entrené mucho la memoria. Me encanta.
¿Cómo te llevás con escuchar tu música, sobre todo la que grabaste hace muchos años?
No me pongo a escucharla pero me gusta, o sea, no estoy peleada con ninguna de las cosas que ya pasaron. Es una aceptación de que todo va cambiando y, en mi forma de verlo, está bueno mantenerlo así: es lo que se grabó, es la verdad y marca ese tiempo. Es como en la vida, que no decís: “Ahora voy para atrás y borro todo esto”. Acepto que se hizo con las herramientas de ese momento. Hay canciones que me gustan mucho, incluso las sigo haciendo, y hay otras que me gustan pero no me llevan a quererlas hacer; pero me ha pasado en este presente de retomar algún tema de antes que hace unos pocos años no lo hubiera cantado. Vuelvo a ese lugar, recupero alguna canción y la meto dentro del repertorio. Lo tomo así, como un archivo de cosas.
¿Por dónde vienen las letras del nuevo disco que estás armando?
Son como haikus que narran lo que está pasando afuera de este territorio lindo, de los paisajes, pero se conecta con partes internas y con cosas que quiero transmitir. Por ejemplo, “Reparación”, que es la que lanzamos con [el sello] Bizarro en agosto del año pasado, es de la camada de estas nuevas. No todas tienen esa impronta, porque esa cuenta cómo recuperar el tiempo, la canción que repara habla un poco del cierre de todo lo que se ha vivido, pero también tiene que ver con cómo enfocás cuando está todo mal, en un lugar donde está todo bien. De última, es alguna manifestación de la naturaleza, porque es la que siempre tiene más coraje o información profunda en detalles chicos.
¿Es optimismo?
No sé, es como enfocarse hacia algo que potencie el coraje y huir de las situaciones de temor; en la naturaleza encontrás un montón de manifestaciones que te llevan a eso. Eso me refuerza, me da como un poder, una cosa de estar centrada y lúcida en cualquier situación, y está muy conectado con la visión de pequeños detalles que la naturaleza nos da, que contienen toda la info. Me gusta entrar ahí, en esas conversaciones o diálogos, buscando de alguna forma que haya un estado básico vital alto, no deprimente, porque el entorno genera mucho eso. Me están naciendo canciones que traen esa semilla y no tanto de la otra, de la que capaz que ya hay mucha info.
Arrancaste con la música hace más de 30 años; luego de tanto tiempo cambió casi todo. ¿Cómo ves el panorama actual musical?
Hay tanto cambio de un mes al otro... Veo mucha movida en Canelones, que es muy bienvenida porque es un territorio con muchísima población y que está muy bien encaminado. Por ejemplo, el festival Suena Bien, que es inédito, y la Fiesta de la Cerveza, que se hizo ahora. Participé y fue impresionante, nunca visto en esa zona. Yo voy a Atlántida y a Villa Argentina desde hace 1.000 años y nunca hubo un festival de esa índole. Con respecto a mi música, pienso que se puede llegar a expandir un poquito más. Voy a volver en noviembre para acá y tengo la intención de que se expanda un poquito más a los festivales del interior, un territorio que me encantaría explorar. También noto, obviamente, desde hace unos cinco o seis años, un aumento inteligente e interesante de la música femenina. Hay un lindo movimiento, y hay muchísimos músicos y músicas nuevas, algunos son alumnos, gente que también interactúa conmigo desde ese lugar. Tengo alumnos que están componiendo cosas muy lindas y tienen entre 18 y 20 años.
Cuando empezaste no había muchas mujeres cantautoras que publicaran discos como para tener un espejo en el que mirarse. Estaba Laura Canoura, obviamente.
Sí, y Mariana Ingold y Estela Magnone, pero no era como ahora, es cierto, no había tantas referentes. Entonces, entre las que estábamos fuimos empezando a desmalezar de a poco para poder generar un caminito, pero no nos dábamos cuenta de eso en ese momento. Para mí era natural hacer música, tampoco había un pienso sobre cuál era el espacio.
Era de familia también.
Claro, empezamos en familia, pero después cuando Claudio viajó a Suiza, yo quedé acá, armé mi banda y ya empecé a experimentar esta historia de cómo liderar una banda, pero porque los músicos me pusieron en ese lugar. Me acuerdo de que en El Camarón éramos siete, y en un momento teníamos una fecha importante en el Teatro del Notariado, y yo decía “somos El Camarón”, pero los demás de la banda empezaron a decir “no, es Rossana Taddei y El Camarón”, pero yo no quería esa cuestión, porque, justamente, como no había figuras femeninas... Al principio me costó un poco ver ese lugar, pero después se volvió natural. Y ahora hay momentos en los que quiero volver a lo otro, armar un proyecto que no sea la persona, porque en todo este camino para mí siempre lo importante ha sido la música, no la persona, aunque se termina entreverando. Quiero insistir en eso: lo importante son las canciones, no lo que uno cuenta de uno.