Ya se va instaurando como norma que la apertura de Cannes es apenas una plataforma de lanzamiento para un film destinado a romper la taquilla en la misma semana en la que arranca el festival. De hecho, Jeanne Du Barry, inauguración desafortunada en este 2023, se estrena en salas al día siguiente de la apertura de Cannes, lo que puede leerse como un proceso democratizador del festival, o de respaldo al cine en salas, frente a lo que se hizo en el festival de Venecia el pasado año, cuando abrió con un film de plataforma de streaming.

Es el mercado el que juega fuerte para estar en ese foco mediático internacional y el festival hace lo imposible por acomodarse a sus exigencias. Porque, si nos ceñimos a un plano puramente artístico, no se sostendría como el festival más importante del mundo promoviendo como emblema una película como la elegida.

En ella, la actriz, directora y guionista Maïwenn, mimada por el festival desde sus comienzos, presentó un film cuya figura protagónica, la condesa Jeanne Du Barry, está encarnada por ella misma. Es que Maïwenn escribe, dirige y actúa sin dejar de meterse en escándalos de supuestas desavenencias entre ella y su coprotagonista, el mal avenido Johnny Depp. O en peleas físicas con la prensa por el tratamiento de supuestas conductas sexuales inadecuadas de su exmarido, Luc Besson, con quien se casó a los 16 años.

En realidad, la figura de Maïween podría invitarnos a pensar si no es tan alborotada su propia peripecia vital como la de la condesa Du Barry (1743-1793), personaje esencial en la historia de la monarquía francesa que deviene caricatura en sus manos.

En sección oficial

De la sección capital de Cannes, la competición por la Palma de Oro, van saliendo ya en este primer tercio del festival algunas obras que justifican las expectativas. Es un ejercicio de notable y necesaria auscultación de las injusticias sociales –propias de un sistema capitalista salvaje– el film de Wan Bing, Youth (Spring), que se centra en la explotación laboral del trabajo en una fábrica textil. Hay en ella una cierta desmesura de metraje que, por momentos, diluye la propuesta, pero su sentido global es el del cine imprescindible.

La turca Kuru Otlar Üstüne (Sobre Hierbas secas, en español) del ya ganador de una Palma de Oro Nuri Bilge Ceylan propone el examen de un personaje no precisamente simpático, un profesor en Anatolia (escenario de buena parte de la filmografía de Ceylan), su querencia por una alumna de su instituto (con guiños evidentes a la Lolita de Nabokov) y su escepticismo político, sobre el cual parecen sobreponerse las esquirlas de la situación actual explosiva en Turquía. Con esos mimbres, Ceylan no parece tener material para las más de tres horas de metraje de su película, muy estimable pero por debajo de lo habitual en su cine tan reverenciado –y no sin razones– en Cannes.

La mayor sorpresa en positivo de estas jornadas es, sin duda, la de The Zone of Confilct, la película de Jonathan Glazer con guion coescrito por Martin Amis, de cuyo fallecimiento tuvimos noticia este sábado, a pocas horas del estreno del film.

The Zone of Conflict aborda de manera puntillista y muy brillante la tesis de la banalidad del mal. Porque se detiene en la figura del responsable del campo de concentración de Auschwitz, Rudolf Höss, y en su vida familiar en una casa a muy pocos metros de las vallas del campo. En ese parterre, en esos jardines de azaleas que la mujer de Höos defiende como mejora de vida aspiracional, asistimos al ruido de fondo de las pistolas que percuten, al humo de color ocre que expulsan las chimeneas, o a cómo las cenizas manchan la ropa tendida. Y luego vemos a Höss viajando a Oranienburg, como alto funcionario encargado del gas Zyklon B y los hornos. Es la película de Glazer, de hecho, quizás la primera en abordar en una historia de ficción cinematográfica el concepto de banalidad del mal apadrinado por Hanna Arendt y nunca hasta ahora expuesta en un film de semejante lucidez.

Fuera de competición, de lo más esperado, ha sido en este primer tramo del festival, la quinta entrega –y última, al menos con Harrison Ford de protagonista– de Indiana Jones. El film –el primero no dirigido por Spielberg sino por James Mangold– acierta a la hora de entender Indiana Jones y el dial del destino como un pulso entre la película –su protagonista, sus hechuras, su guion– y el paso del tiempo. Una carrera entendida en varias capas de lectura: la de cómo articular el cine de aventuras de reminiscencias clásicas en el tiempo de los superhéroes metalizados de Marvel o de DC. La del propio Harrison Ford, que en los primeros 20 minutos reaparece rejuvenecido por los efectos digitales, pero las dos horas y pico restantes carga sobre su arquitectura de octogenario con esta oda al actor en estación invernal.

Y también en la escritura de guion de David Koepp, que es capaz de alimentar la herencia recibida por los cuatro films anteriores y retroalimentarlos con una creciente riqueza de ideas que lleva a Indiana Jones a plantearse quedarse a vivir en el pasado (¡en el asedio de Siracusa!) pero apunta un guiño final –esa Karen Allen– que cierra el círculo virtuoso de la saga Indi.

Alejandra Trelles, desde Cannes.

Scorsese y una historia que cambió su punto de vista

El sábado, en el marco del festival, se estrenó Killers of the Flower Moon, la más reciente película de Martin Scorsese, con un elenco encabezado por Leonardo DiCaprio, Lily Gladstone y Robert De Niro. Pese a los ofrecimientos por parte de Thierry Fremaux, director del evento cinematográfico, la cinta fue exhibida fuera de la competencia oficial, y sus 3 horas y 26 minutos de duración recibieron otros nueve minutos de ovación de pie por parte de quienes asistieron a la proyección.

Scorsese y su coguionista Eric Roth adaptaron el libro homónimo de David Grann, publicado en 2017, acerca de los asesinatos de miembros de la Nación Osage de Oklahoma entre 1921 y 1926, hecho conocido como el Reino del Terror. Murieron más de 60 personas de ese pueblo originario cuyas tierras son ricas en petróleo, y fue necesaria la intervención del FBI para aclarar lo sucedido.

El guion sufrió fuertes cambios desde su concepción inicial, cuando se parecía a una clásica historia criminal contada a través de los ojos de los investigadores. Scorsese tuvo reuniones con integrantes de la Nación Osage para llegar a un acuerdo y filmar en el lugar, además de añadir nativos americanos delante y detrás de las cámaras, pero esas conversaciones fueron cambiando su opinión acerca del acercamiento a los hechos.

“Lo supe cuando escuché que sus valores eran el amor, el respeto y el amor por la Tierra. Y no lo digo para convertir esto en un asunto político; hablo de cómo vivir realmente en este planeta. Me reorientó cada vez que lo escuché”, dijo el director en conferencia de prensa. “Quería saber todo lo que pudiera sobre los Osage. Es abrumador... Cuando más descubría, más quería poner en la película”.

El actual líder de los Osage, Geoffrey Standing Bear, acompañó a los creadores y parte del elenco en la presentación en Cannes, y explicó que su pueblo sufre hasta el día de hoy. “Pero puedo decir, de parte de la Nación Osage, que Scorsese y su equipo nos han restaurado la confianza”.

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