En Uruguay solemos hablar de éxodo y diáspora, pero Portugal es un caso mucho más extremo. Hay unos 60 millones de portugueses en el mundo (considerando emigrantes y sus descendientes hasta la tercera generación), y de estos, sólo 10,5 millones residen en Portugal. En Suiza hay cerca de medio millón de portugueses, y el director Paulo Carneiro viajó hasta allí para entrevistar a algunos de ellos. Dado que él es, parece, un amante de los autos tuneados, eligió interlocutores que comparten esa pasión.

Lo grueso de la película consiste en esos diálogos del director con una o dos personas a la vez. Las conversaciones son sinceras, hay un lenguaje común. Eso las vuelve aún más curiosas para quienes no integramos esa tribu y la vemos como algo medio excéntrico. Uno dice que el auto es lo más importante que hay en su vida, y luego agrega “después de mi hijo, claro”. Se cuenta la historia de otro que vendió todo lo que tenía, prácticamente se arruinó, para cumplir su sueño de tener un Ferrari. Otro comenta que lleva su auto a lavar tres o cuatro veces por semana, no porque el vehículo esté sucio sino porque le da placer, y podemos imaginarnos algo parecido a hacer el amor con la persona amada.

El montaje ordena las entrevistas para poner el acento, inicialmente, en el asunto de los autos, pero de a poco esa línea va perdiendo espesor frente a la cuestión subyacente del exilio, la eterna condición de extranjero, el añorar la tierra natal, su gente y sus costumbres. Hablan de la discriminación y frialdad que perciben en Suiza, lo que sienten cuando van a Portugal de vacaciones, la esperanza sin esperanza de que algún día la situación en su país les habilite la posibilidad de volver en condiciones dignas.

Nos enteramos de que los portugueses, junto a los albaneses, tienen la especial reputación de adeptos a los autos tuneados y que buena parte de los técnicos-artistas que hacen las operaciones mecánicas y estéticas para remodelar los autos en Suiza son portugueses. Las vueltas extrañas de la identidad: resulta que esas operaciones sobre aparatos construidos en Alemania, Italia, Japón y otros lugares terminan constituyendo un elemento que amalgama, de encuentro, de reconocimiento, pretexto para encontrarse con los connacionales y charlar de la vida en general, pero sobre todo de autos y de Portugal.

Las entrevistas son todas en planos generales y con cámara fija. Es una opción extraña: de tan lejos, apenas distinguimos los rostros de Carneiro y de sus interlocutores. Las voces sí, están cerca, pero lo que vemos es, en esencia, cuerpos enteros y, a la distancia, los mínimos movimientos que permiten discernir quién está hablando y otorgan variación a la imagen. Los autos tuneados de los entrevistados están siempre presentes en la imagen. Las entrevistas suceden siempre en lugares que tienen que ver con el automovilismo: estaciones de servicio, garajes, talleres, estacionamientos. Se interrumpen con carteles que especifican el modelo del auto en cuestión y el nombre del entrevistado. Y entre una entrevista y otra, hay series de planos de transición, en los que casi siempre se destaca el rojazo del Toyota Celica de Carneiro sobre fondos mucho más descoloridos. Estamos al parecer en alguna ciudad más o menos grande de Suiza, pero nunca vemos a nadie que no sean los entrevistados o, en alguna ocasión, los participantes de un encuentro sobre autos, todos portugas.

Así, se genera la sensación extraña de un mundo abstraído, del que se habla en forma naturalista, pero del que vemos sólo una escenografía desolada y esos personajes muy específicos. Sabemos que el afuera palpita en las luces prendidas de la ciudad, en algunos pocos autos que pasan, pero lo que vivenciamos en la pantalla es como una ciudad fantasma en la que sólo existen los inmigrantes portugueses y sus bonitos autos personalizados.

Esas características rigurosas tienden a activar un modo de percepción paramétrico. Escuchamos las entrevistas, vemos los autos y los movimientos corporales de quienes charlan, y nos hacemos idea de varios aspectos de sus formas de ser y de vivir. Pero también vemos que un encuadre está mucho más lejano de los personajes que otro, que algunos tienden a la simetría con el punto de fuga bien al centro, mientras que otros trabajan más bien con las diagonales, y aguardamos las maneras, siempre un poco distintas, que tomarán las secuencias de planos transitorios entre una entrevista y otra, enriquecidas por el rigor en el armado del encuadre y por alguna opción fuera de lo común.

Por ejemplo, no recuerdo otra película en la que se muestre una de esas barreras de madera alzándose para que el auto pueda pasar, y en la que la cámara no se quede con el auto sino que acompañe, en un tilt hacia arriba, la punta de la barrera. Por ahí hay algunos momentos muy bellos, como una secuencia con detalles de distintos autos estacionados, todos impolutos, cada uno ostentando algún tipo de movimiento (la luz que se prende, el capot que se abre, los limpiadores de parabrisas que oscilan). Sobre la música electrónica que emana del súper parlante instalado en uno de los autos, la entrevista fuera de campo parece un rap. Hay también una inesperada entrevista en francés a un inmigrante kurdo y en primer plano dorsal, desde adentro de un auto, que contribuye, hacia el final de la película, a generalizar la cuestión del destierro (pero que se termina reencontrando con el asunto central de los portugueses y sus autos tuneados).

No sé qué es la “Périphérique Nord”, supongo que una carretera. Pero el título, y el hecho de estar en francés, resuenan también en la condición de periféricos de los inmigrantes sureños en un país norteño.

El final es enigmático. Parece ubicarse en Portugal, porque se ven carteles con imágenes y frases características de la Revolución de los Claveles, ocurrida en 1974. El Toyota rojo protagónico entra a ese espacio y gira y gira y gira: una explosión de movimiento en el contexto de una película tan austera. La combinación tiene muchos sentidos potenciales, pero ninguno demasiado evidente: la revolución y su pronto desinfle, los problemas endémicos del país, el rojo del auto, el giro, el estado abandonado de la locación, el jolgorio, la militancia, la enajenación, el regreso a casa... La película tiene esa propiedad especial de lidiar con asuntos muy sencillos y en forma muy lisa, pero al mismo tiempo de mantener siempre la tensión poética, con sus elementos de extrañeza y su construcción cuidadosa, que hacen que la cabeza del espectador termine viajando mucho más lejos que la mera objetividad de sus imágenes y sonidos.

Périphérique Nord, dirigida por Paulo Carneiro. Documental. Portugal / Suiza (en coproducción con Uruguay), 2022. En Cinemateca, Sala B y Centro Cultural Alba Roballo.