En el Día internacional de la danza, un sábado 29 de abril, bailarinas y bailarines del Ballet Nacional de España se mueven en un enjambre sinuoso, atados a las puntas y las formas de etiqueta para seguir, un día más, entre la crema de la crema de la cultura del país europeo. Unos pasos más adelante, la bailaora, docente y coreógrafa Eva Yerbabuena les marca el rumbo a seguir. Sus movimientos tienen la apariencia de lo imprevisible; avanza con una especie de salvajismo que altera el clima y la arquitectura instituida en el enorme salón académico, bajo el ritmo y la música de una soleá.
“Que sea como una daga”, les enseña, vestida de largo negro, mientras mueve su brazo derecho desde muy arriba hasta el medio de su cuerpo, con la precisión y la fluidez de una maestra de las artes marciales. Detrás de sus amables consejos e indicaciones, guarda décadas de obsesivo estudio del flamenco y muchas otras disciplinas y culturas, con el ambicioso objetivo de conocer la esencia y la historia más antigua de la danza, como lenguaje universal
Eva María Garrido García, apodada luego Yerbabuena, nació en 1970 en Frankfurt, Alemania, como una de las tantas hijas de la inmigración española de esos años. Con sólo 15 días en el planeta, de regreso a la patria de su familia, en Ogíjares, un pueblito de Granada, sus abuelos se encargaron de forma temprana de su crianza, con una tía muy cercana, Encarnita, que a los ocho años le adivinó el destino de estrella.
De ella se ha dicho que es “una de las mejores bailarinas del mundo (el crítico Alastair Macaulay del New York Times), “una artista visionaria y magistral cuyos efectos van mucho más allá de la técnica” (Judick Mackrell en The Guardian), y que es “la verdad del flamenco sobre el escenario”, según una de sus primeras descubridoras, la guionista y productora española Lola Maiztegui.
“Yo creo que vengo con algo, tal vez de otra vida, que es una curiosidad felina”, admite, en diálogo con la diaria, cuando es consultada por su incansable búsqueda artística. “Yo no puedo estar sin investigar, sin observar, siempre quiero saber un poco más, y eso es lo que me ha llevado a viajar por todo el mundo y a seguir aprendiendo, te diría que todos los días”.
Metida en el flamenco, primero por mandato familiar, su camino se afincó con más estudio que inspiración, aunque, reconoce, en momentos de dudas y juventud, un videocasete con una actuación de la bailaora Carmen Amaya la terminó de convencer del legado que debía continuar.
A principios de los 90, en Cuba, conoció el trabajo del coreógrafo Johannes García, y en el mismo viaje encontró a su pareja amorosa y musical, el guitarrista Paco Jarana, con quien fundaría su propia compañía, para llevar juntos cada uno de sus futuros espectáculos.
De Eva también se destaca su capacidad para innovar y transformar el flamenco, claramente reflejada en obras suyas como Lluvia, Apariencias y la revulsiva Re-fracción (desde mis ojos), entre muchas otras. “Yo nunca tuve la intención de innovar nada, la grandeza del flamenco ya estaba ahí”, dice. “Cuando me di cuenta, entendí que el flamenco tenía que llegar a los grandes escenarios del mundo, era lo que se merecía, y por eso siento una gran responsabilidad cuando lo tengo que representar en escena”, asegura.
Nunca olvida destacar la influencia que tuvo en su carrera, la coreógrafa y bailarina Pina Bausch, con quien, en 1998, iniciaría una relación de mutua amistad y admiración, tras una invitación de la alemana a participar en el festival de danza de Wuppertal. La fascinación de Eva por el trabajo de Pina, y el consejo que le dio (“sigue tu instinto”) marcarían las próximas y revolucionarias propuestas escénicas de la española. El espectáculo Cuentos de azúcar podría ser el más emblemático en este sentido, inspirado en el fuerte vínculo de Eva con Japón.
“Me parecía que exageraban cuando me decían que allá tenían tanta afición por el flamenco”, cuenta. “Y cuando fuimos por primera vez en 1993, lo confirmamos; es un amor muy grande el que tienen en Japón por nuestra danza”. Así conoció a la artista japonesa Ana Sato y quedó conmovida con su forma de cantar. “Cuando la escuché y pudimos conversar, quise saber más sobre sus canciones, y le dije ‘¡Ana, de dónde vienen tus melodías! ¿Qué dicen las letras?’ Y entonces me contó que eran músicas e historias tradicionales de la isla japonesa de Amani. Las dos nos dimos cuenta de que había una conexión ancestral de ese arte con las raíces del flamenco, y así nace Cuentos de azúcar, una obra muy especial para mí”.
Escala en Montevideo
La tranquilidad de Eva del otro lado del teléfono, desde Sevilla, contrasta con la abrumadora energía que transmite cuando está sobre las tablas. Ni siquiera es necesaria la música: unos pocos segundos de su baile registrados en video y con el mute activado alcanzan para quedar boquiabiertos.
En el teatro El Galpón presentará el espectáculo Yerbabuena: una propuesta que invita a conocer a la célebre bailaora “en su estado puro” y en “un viaje en el tiempo” que incluirá sus primeras experiencias con los palos del flamenco y dejará lugar, como cada vez, a lo imprevisto del momento.
Eva dice que ya se podría retirar en paz con lo hecho, para ir al cine o leer un libro como cualquiera, liberada de sus exigentes horas de ensayo; que lleva sus días sin misterios, metida en la vida cotidiana de su familia y siempre con los pies en la tierra.
Para lo que logra sobre el escenario tiene algunas palabras, aunque no lo pueda explicar del todo. “Entras como en un trance. El flamenco no es algo que puedas controlar. Es una forma de compartir con el público, de dar y recibir energía, y es maravilloso cuando se produce un silencio de complicidad. Somos como un canal. Cantantes, guitarristas y bailaoras sentimos, expresamos y damos”, afirma. “Me ha pasado muchas veces que luego de una actuación viene un guitarrista y me dice: ‘¿Eva, tú viste el movimiento que hiciste hoy?’, y yo no lo recuerdo”.
Eva Yerbabuena presenta su espectáculo Yerbabuena este sábado 3 de junio a las 21.00 en el teatro El Galpón (18 de Julio 1618) Entradas desde $ 1.800 a $ 2.600 en venta en Tickantel.