Con la explosión de las redes sociales y la aceleración de los ciclos noticiosos, las películas llegan a sus respectivos estrenos arrastrando numerosos discursos. Si antes se sabía poco y nada de lo que se vería en pantalla (y por eso eran tan importantes los tráilers), ahora los periodistas del espectáculo y los usuarios de a pie desmenuzan cada detalle disponible de una producción, haciendo que muchas veces se hable más de lo que ocurre detrás de la pantalla.

El ejemplo más fuerte, al menos este año, es Flash, película dirigida por el argentino Andrés Andy Muschietti, de la que se comenzó a hablar hace casi una década y que quedó envuelta en dos discursos diferentes: el del futuro de los personajes de DC Comics en el cine y el del protagonista de la cinta, Ezra Miller.

Mientras los fracasos de taquilla llevaban a que los ejecutivos de Warner descartaran proyectos y designaran a James Gunn como uno de los nuevos timoneles, el actor que interpreta a Flash tuvo una serie de encontronazos con la ley. La suma de estos eventos, con la pandemia de coronavirus como factor de caos, llevó a que Flash tuviera más cambios de fecha que el regreso de Jaime Roos a los escenarios.

Y así como Jaime llegó un día al estadio Centenario, el miembro más rápido de la Liga de la Justicia llegó a las salas de cine. Con el condimento de que, en esas mismas redes que tanto hablaron del tema, un montón de referentes que vieron la película hace un par de semanas la habían calificado casi como una obra maestra del cine de superhéroes. Bueno, ni tan calvo (como Lex Luthor) ni con dos pelucas (como Lex Luthor en alguna aventura delirante de los años 50).

Hablemos de Flash

Es difícil no distraerse en los primeros minutos. La figura del polémico Miller ocupa toda la pantalla y, para colmo, su Barry Allen (identidad secreta del velocista) se parece muy poco al resto de los superhéroes que han invadido las pantallas en los últimos 15 años. Este Flash es incómodo y contagia incomodidad, es ansioso y contagia ansiedad, y tiene dificultades para la interacción social que se identifican más con el trastorno del espectro autista que con un paladín de la justicia.

Para zambullirse en la historia es necesario hacer dos clics, uno más importante que el otro: Flash es una comedia, al menos en gran parte de sus 144 minutos. Hay humor involuntario por parte del protagonista, y también en sus intercambios con otros personajes, en especial con un segundo Barry Allen (ya llegaremos a eso). Un segundo clic, un poco más obvio pero fundamental, es que esta es una comic book movie.

La primera escena, que funciona de manera independiente como aquellos comienzos de las películas de James Bond, parece que saltara desde las páginas de la historieta. El plan de una banda de pillos obliga a que Batman (Ben Affleck) los persiga, mientras que Flash evacúa el hospital de Gotham City. Y la escena de la evacuación es tan delirante, exagerada e imposible que podría haber sido escrita por Mark Waid o Geoff Johns, dos de los autores que dejaron su marca en la historia del velocista escarlata (aunque era otro el que usaba el traje).

Entre la acción y el contraste con otros personajes, nos vamos acostumbrando al Flash de Miller, de cuya vida privada conocemos poco, aunque queda claro que hay poco por conocer. Como tantos personajes del superheroiquismo (si se me permite el neologismo), él está definido por una tragedia: cuando era un niño, alguien asesinó a su madre, y por ese crimen condenaron a su padre. Pero, a diferencia de Batman o Spider-Man, Flash tiene la capacidad de viajar en el tiempo.

Ese dato establece el nudo fundamental de la película, que recuerda al de la nueva película animada de Spider-Man, en eso de enfrentarse al determinismo y escapar de la tragedia griega de nuestra existencia. En ambos casos, claro está, la idea de evitar los sucesos que nos transformaron en lo que somos es el disparador de la acción en múltiples universos o líneas de tiempo.

Viajar al pasado lo deja a Barry en un lugar diferente, con un segundo Barry (Miller en duplicado), un Batman diferente (Michael Keaton) y un inmigrante kriptoniano que no es Superman sino Supergirl (Sasha Calle). Lo más interesante de la película, lo que realmente la destaca del montón y conquista al público, está en ese descubrimiento de las semejanzas y diferencias de ese mundo toqueteado por Flash.

La frescura de ver a otro Batman (aunque repita) y a otra persona usando la S se desdibuja un poco cuando la trama se vuelve unidireccional y el objetivo es evitar el mismo desastre que ya evitó Superman hace exactamente una década en El hombre de acero: la invasión kriptoniana encabezada por Zod (Michael Shannon). Si Zack Snyder ubicaba gran parte de la acción en una Metrópolis con innumerables pérdidas humanas, la corrección del género llevó a que las peleas más encarnizadas ahora se desarrollen en un desierto aburrido, aunque piñas sobren.

Para el final quedará lo obvio, porque con un gran poder viene una gran responsabilidad (dicen), y uno no puede andar viajando en el tiempo cada vez que se pierde el ómnibus para tener otra oportunidad. Es en este punto en donde ocurre una escena relativamente corta, que incluye cameos de otras líneas temporales cinematográficas, que generó muchísimos comentarios en internet y que, para ser sincero, podría no haber estado. Y el cierre es emotivo, aunque se hizo antes y mejor en Jóvenes Titanes en acción: la película. Mírenla si todavía no lo hicieron.

Si nos olvidamos por un rato del pasado de Miller (y confiamos en su actual recuperación), aceptamos el ritmo de comedia y entendemos que en un cómic promedio de superhéroes ocurren cosas mucho más locas casi todos los meses, disfrutaremos de Flash mientras esperamos que James Gunn nos cuente cómo seguirá la historia en la línea de tiempo que ahora comanda.

Flash, dirigida por Andy Muschietti. 155 minutos. En cines.