Las coproducciones con Uruguay ya rindieron al cine boliviano al menos dos películas buenísimas: Averno, de Marcos Loayza (2018) y Utama, de Alejandro Loayza (2022). Ahora se les suma este tercer largometraje de Martín Boulocq.
El protagonista es Humberto, recién liberado de cuatro años de cárcel por un crimen indefinido vinculado al alcoholismo. Él intenta restablecer contacto con su hija adolescente. Ésta se encuentra bajo la custodia de sus abuelos maternos, una opulenta pareja de pastores evangélicos oriundos de otro país (están interpretados por los uruguayos César Troncoso y Mirella Pascual). La relación entre Humberto y sus suegros es tirante: ambas partes pretenden la custodia de la chica, y se reprochan mutuamente la muerte de la compañera de Humberto en circunstancias que tampoco se aclaran.
Para poder disputar la tenencia, Humberto necesita ostentar una vida económica solvente, y a tal efecto concibe un ingenioso plan para vender unas tarjetas (tampoco se entiende bien de qué se tratan), en un esquema que parasita la feligresía de la iglesia de los suegros, y para la cual Humberto tiene que incorporar él mismo el rol de predicador evangélico. Con esta película Martín Boulocq se suma a los brasileños Gabriel Mascaro y Anita Rocha da Silveira en el abordaje de la preocupante penetración de las iglesias evangélicas en América Latina.
Aún más interesante que la historia y el ámbito son las opciones narrativas. El visitante se suscribe a uno de los paradigmas del cine de arte de las últimas décadas, que es el predominio casi total de planos fijos, en donde la mayoría de las escenas está integrada por un plano único (rara vez más que dos o tres) y el sonido es casi exclusivamente diegético. Los encuadres y el trabajo de iluminación y color son cuidadísimos –mérito, en buena medida, del fotógrafo uruguayo Germán Nocella (Los tiburones, Carmen Vidal, mujer detective)–, y el aspecto visual es una parte importante en la experiencia.
Pocas veces la ciudad de Cochabamba habrá lucido con tal esplendor en una pantalla. Pero no son sólo las visiones panorámicas de esa ciudad enclavada entre montañas magníficas, sino también la inteligencia en poner de relieve alguno de sus rasgos característicos. Ya el plano inicial, en contrapicado, enfatiza el relieve lleno de pendientes y el camino empinado y tortuoso que Humberto tiene que escalar, una imagen con interés visual y que funciona como metáfora de su recorrido vital. El formato 4:3 de la imagen valoriza esa verticalidad, explotada también en algunos planos que toman de frente la fachada de alguna casa, delante de la cual nos sorprendemos de ver cruzar los autos en diagonal (debido a la pendiente de la calle fuera de campo).
El entorno también está valorizado en el sonido precioso, a cargo del también uruguayo Federico Moreira: quedamos rodeados por el paisaje sonoro de la ciudad, y sentimos alrededor nuestro, como si estuvieran en la propia sala de cine, el llanto de una mujer en un velorio, el martilleo de una obra o el silbato de un afilador. El fuera de campo se explora también a través de sombras, como en el momento en que Humberto salta la reja de su casa.
Aún más interesante que el valor formal de los encuadres y cortes es la manera en que se administra información, propiciando instancias de disonancia cognitiva o potenciando sorpresas. Humberto estudió canto lírico y su principal laburo, antes del negocio con las tarjetas, es cantar en ceremonias fúnebres. No es un dato sensacional, pero no tenemos la menor idea de ello hasta que, en forma inesperada con respecto a lo que vimos hasta ese momento, viene un plano-secuencia en que lo vemos cantando en estilo operístico el “Ave María” de Schubert frente a un cajón de difuntos y cercado de unas luces fluorescentes rosadas y azules. Del “Ave María” cortamos a una canción pop boliviana que parece sonar en la radio de un vehículo en que Humberto recibe una plata (¿será el coche fúnebre?). En otro momento vemos a Humberto con unos amigos jugando al frontón en un baldío, teniendo al fondo de la imagen el muro en que rebota la pelota (siempre en un plano secuencia). Más adelante, regresaremos al mismo espacio, pero tomado desde la dirección opuesta; ahora los jugadores rebaten la pelota hacia la “cuarta pared”, y nos deslumbramos de descubrir que, al fondo de donde están, se yergue una montaña esplendorosa. No es algo que tenga especial significación anecdótica o conceptual, pero es una primaria sorpresa estética.
Tal como se puede apreciar en la sinopsis que hice arriba, junto a los datos de la historia que se van develando paulatinamente, hay otros que no se van a develar nunca. Hay, además, elementos de significación vaga o enigmática. El pastor Carlos está expulsando un demonio de Humberto. De pronto visualizamos a Humberto en otro lugar cantando “Nessun dorma”, y recién ahí sigue la escena en la iglesia. ¿Qué fue esa inserción operística? Quizá sea la imaginación de Humberto, oponiendo resistencia mental a Carlos: es una interpretación pertinente si tenemos en cuenta el texto del aria de Puccini: “Mi misterio está encerrado en mí [...] ¡Venceré!”, pero es sólo una hipótesis. Aún más descolgado es otro plano, que contiene uno de los pocos movimientos de cámara de toda la película, que termina encuadrando una cuerda atada a una rama de árbol. ¿Qué es eso? ¿Una persona ahorcada? ¿O será uno de esos muñecos siniestros repartidos por la ciudad con amenazas de tipo “A los ladrones los quemaremos vivos”?
El visitante es una experiencia atrapante mientras transcurre. El final, sin embargo, es algo frustrante. No es el tipo de final abierto productivo, de impacto calculado e impregnado de significación, que podemos asociar al cine de Buñuel, Resnais y Antonioni, o a Sin lugar para los débiles (2007) o Un hombre serio (2009) de los hermanos Coen. Arribamos a un estado de cosas concreto, sin que nada afirme que será definitivo, y varios de los pasos que vimos construir Humberto con tanto ingenio parecen quedar en nada, junto a todos los huecos calculados de la anécdota. Tuve ganas de que irrumpiera una escena extra al final de los créditos adelantando que se viene El visitante: el regreso.
El visitante, dirigida por Martín Boulocq. Con Enrique Aráoz, César Troncoso, Svet Mena. Bolivia / Uruguay, 2022. En Cinemateca y Sala B.