La anciana de saco verde que fue a sentarse en la primera fila llegó antes que nadie a la Sala Uno de Cinemateca. El hombre que corta las entradas la trató como una habitué y nada le extrañó que subiera las escaleras en soledad, sin esperar ningún aviso o señal particular para ingresar al recinto. Los demás esperaron abajo, cerca de la librería y el café; algunos se reconocían vagamente. Sólo un poco antes de las 19.30 del miércoles se decidieron a ocupar el resto de las butacas, guiados por el afiche promocional subido a las redes sociales: “Mandrake y Los Druidas presentan La suite de Raymundo. Preestreno, proyección, audiovisual y brindis”.
El hombre que corta las entradas les dijo a varias personas que podían ubicarse libremente y elegir sus asientos, pero luego una mujer, una posible organizadora, lo desdijo, y generó cierta confusión en la sala. No eran uno, ni dos, ni tres los pares de lentes de grueso aumento entre los que caminaban, uno tras otro, con las manos en los bolsillos de sus abrigos negros; eran más, un porcentaje muy importante del total el que convidaba obstinadamente a quedarse con la tonta idea de que los fans de Alberto Mandrake Wolf se le parecen mucho. Ayuda que algunos también caminan medio encorvados y murmuran una especie de mal humor.
La pantalla se enciende con algo de tardanza. Una guitarra blusera de Stevie Ray Vaughan sale de una ventana, una imagen fugaz en blanco y negro muestra un edificio céntrico o de la Ciudad Vieja. “Dormilón”, la primera melodía que se deja escuchar, es un tintineo de notas que dan paso a un espacio sonoro enorme y que podría ser la mejor canción del próximo disco de Los Druidas.
El cineasta Guillermo Madeiro (Clever, El campeón del mundo), que ya había trabajado con la banda en su videoclip “En la casa fría”, es el responsable de esta pieza audiovisual, enfocada en un concierto íntimo, sólo para los cuatro músicos: Ignacio Iturria (guitarra), Ignacio Echeverría (bajo), Federico Anastasiadis (batería) y Alberto Wolf (guitarra y voz), que interpretan una suite de blues rock onírico de siete movimientos.
Exceptuando al líder, la banda, que para algunos todavía es nueva, la integran jóvenes -en los estándares locales- de frondosas cabelleras y barbas mullidas sin mucho cuidado. El director repara en esta particularidad estética y común de forma grosera: toma hasta los pelos de las narices de los sujetos. “Lejos, solo, libre, en paz”, se escucha en la voz de Mandrake como un mantra; todos cantan, en realidad, o eso parece: un intercambio de golpes fuertes en un juego que requiere mucha concentración.
No hay casi risas, podría no haber ninguna. En un instante, unas pocas maderas y un parrillero todavía vacío prometen carne a las brasas, muchísimo más tarde. Dentro de la sala de grabación-ensayo, de pronto salta una pizca del swing eterno del añoso compositor, su candombe-bossanova en una baldosa tiene lugar en un soundtrack para novela negra. Se escucha el aullido del intérprete. “El ruido en mi cabeza no para de tronar”, cuenta en “Welcome to my mundo”. Tampoco aparecen otros colores, todo sigue en bajada en un sueño gris. El grupo se permite un viaje para tomar un poco de aire. Uno de ellos descubre una tortuga. Corre una cebra como el edificio del comienzo. Madeiro se queda en los rombos negros del buzo de Mandrake y en uno de sus ojos, notablemente aumentado, sin ningún truco cinematográfico, y lo encuentra aburrido, o pensativo, mientras transcurre el tiempo de otros en giros de un destornillador.
Luego el cantante vuelve a la ciudad: “Gente difusa que se mueve/ en las tinieblas y aparece /el nuevo sol del nuevo día / catatonia cocaína”. No va a sonar todo el disco entero, todavía no. El último fragmento de anticipo anuncia un regreso al ritmo de un blues para despertar camioneros: “Yo que nunca me rendí / acostumbrado a pelear / muchas veces me perdí / y no me supe perdonar. Una ayuda en el camino / una extraña señal / de repente un remanso / y me puse a rezar”.
Con las luces prendidas, y lejos de la poesía de sus canciones, Mandrake, junto a sus Druidas, bromeó en su estilo más subido de tono, y luego en su ropa de uruguayo descreído, para anunciar: “La fecha más importante de la historia de la banda en sus siete años”: tocarán el 16 de setiembre en el teatro Solís.
La suite de Raymundo, editado por Little Butterfly Records, disponible en plataformas digitales.