Esta película puede producir desconcierto en dos tipos opuestos de espectadores. Por un lado, están los cinéfilos que acudirán a ver “la última de Claire Denis” (si bien ya no es la última: cuatro meses luego de presentarla en la Berlinale en febrero de 2022, la directora de 76 años lanzó en Cannes, en mayo, otro largometraje, llamado Stars at Noon): estos se van a sorprender con una obra especialmente encuadrada, cercana al drama romántico, alejada de las extrañezas de Hermosa tarea (1999), Sangre caníbal (2001) y High Life (2018). Por otro lado, están quienes, atraídos por el afiche y la sinopsis, irán a ver justamente un drama romántico con Juliette Binoche y Vincent Lindon, quienes se van a encontrar con algo mucho menos encuadrado que lo que sugiere esa descripción.

La base de la anécdota es común: un triángulo amoroso –Sara está con Jean pero tiene una historia con François–. Las especificidades, sin embargo, no lo son. Sara y Jean tienen una relación intensa y sexualmente satisfactoria, y los únicos bemoles parecen consistir en cierta incomunicabilidad: Sara quiere hablar de los problemas, resolverlos, conocerlos, pero Jean es siempre reacio, esquivo, lacónico, lo que puede resultar frustrante. Con François, Sara tuvo un vínculo que se interrumpió hace nueve años pero no se resolvió. El sentimiento vuelve a aflorar cuando ella lo ve por casualidad en la calle, luego de mucho tiempo.

Nunca sabremos si en esa ocasión François también vio a Sara, y ese pormenor implica una de las ambigüedades de la película, ya que muy poco tiempo después François, que había sido compañero de trabajo de Jean, lo convoca a participar en el nuevo negocio que está emprendiendo. Si François no vio a Sara en la calle, es una gran coincidencia; si la vio, podemos sospechar que la llamada a Jean fue un ardid para volver a aproximarse a Sara.

A partir de ahí Sara, la sincera y la que quiere hablar siempre de las cosas, ya no es tan sincera con Jean y no sabe bien qué hacer. Cuando la cosa parecía virar hacia una anécdota de pasajero desajuste matrimonial, el final resulta inesperado, incómodamente irresuelto para los personajes y desprovisto de moraleja para los espectadores.

Los plus

Hay un par de líneas adicionales que, a diferencia de la narrativa clásica, no llegan a interactuar de manera clara con el drama romántico. Jean tiene un hijo con su exmujer martiniquesa, y los conflictos de ese joven negro movilizan cuestiones vinculadas al racismo, la identidad, la adolescencia y la paternidad.

A su vez, Sara es periodista y hace entrevistas en la radio con jóvenes pensadores. Las palabras de Hind Darwich y de Lilian Thuram son como inserciones documentales y funcionan como breves panfletos o llamadores de atención políticos, uno sobre el éxodo de jóvenes y profesionales de Líbano y la otra sobre racismo. Aunque están sueltos, esos panfletos alimentan conceptualmente nuestra apreciación de la situación de Marcus, el hijo de Jean.

¿Qué función cumplen esas cuestiones, que no condicionan en absoluto el triángulo amoroso, en ese drama romántico? La pregunta es capciosa, ya que, justamente, su presencia tiene que ver con el hecho de que la película no sea totalmente un drama romántico, sino algo más complejo y heteróclito.

Por un lado, son como pines con algún eslogan político que uno decide portar en contextos diversos para difundir una buena causa. Contribuyen a desenajenar el drama amoroso insertándolo en un mundo más sustancioso en el que no todo gira alrededor de los problemas sentimentales de los protagonistas. Quizá ayuden, de manera indirecta, a encender un modo político de recepción del drama amoroso, por ejemplo, como reflexión sobre la emancipación con respecto a la monogamia y sobre el deseo femenino.

Hay una línea adicional que tiene que ver con el pasado de Jean, quien cometió algún crimen y cumplió pena de prisión, al parecer para cubrir, justamente, a François. Es un factor que condiciona buena parte de la existencia de Jean, y aporta complejidades adicionales a la trama emotiva del triángulo amoroso, pero que nunca se pone directamente a interactuar, a la manera de los guiones de Hollywood, con la historia más llamativa.

El estilo de Claire Denis tiene algo de ordenadamente caótico en su combinación de planos “disciplinados” –encuadres precisos y muy pensados– con otros de cámara en mano, foco muy corto y algo errático, con jump cuts y momentos expresamente desprolijos (Jean está en el auto tomado desde atrás, a contraluz, se le acerca Sara a besarlo y sencillamente tapan toda la pantalla, que queda negra durante un par de segundos; también hay interiores en los que las ventanas lucen quemadas de tanta luz).

Uno de los rasgos característicos de la directora es la intimidad con los cuerpos. Por un lado, hay primeros planos en los que parece que la cámara penetrara las almas de sus personajes, y que rinden mucho con la dupla de actorazos que son Binoche y Lindon.

Por otro lado, están las formidables escenas de sexo, tan carnales. La secuencia inicial, de la vacación de la pareja en la playa, es muy tierna. No les crean a quienes las describen como momentos baratos de cinematografía de tipo publicitario: son exageraciones de quienes añoran a la Claire Denis más radical (las publicidades no suelen involucrar esa convicción, esa plenitud, esa sensualidad, esa intimidad). Es un registro de felicidad, curiosa puerta de entrada de una película esencialmente sufrida y amarga.

Esos momentos van a vincularse con la última de las escenas entre Jean y Sara: ella también está en el agua, pero ahora es la bañera, separada de él, y no aparecen los dos juntos en ningún plano. Reforzando la comparación, la primera secuencia está sucedida, y la última precedida, de planos en el túnel del subte, que además de referirse a trayectos puntuales de los personajes son tropos visuales de sus recorridos vitales.

Hay un momento maravilloso que es el reencuentro de Sara con François, en el que ella se saca el tapado y deslumbra mientras sube la escalera, y luego ambos son incapaces de contener el afán de tocarse, de acercarse los rostros.

Y están, sobre todas las cosas, los diálogos extensos entre Sara y Jean, de una naturalidad e intensidad excepcionales. No recuerdo otra película que capte tan bien ese mecanismo de desdoblamiento: aunque Sara está mintiendo, al partir de la noción de que Jean no podría saber que ella miente, se siente sinceramente ofendida de que él no le tenga confianza.

Con amor y furia (Avec amour et acharnement), dirigida por Claire Denis. Basada en la novela Un tournant de la vie, de Christine Angot. Con Juliette Binoche, Vincent Lindon, Grégoire Colin. Francia, 2022. En Cinemateca, Life 21, Alfabeta.