Esta muestra existe gracias a Fernando Cabrera. Cierta vez, el fotógrafo Andrés Fernández Pintos le contó que tenía una foto de Piazzolla –uno de los ídolos de Cabrera– con el bandoneón de Troilo. Cuando el fotógrafo fue a buscar una copia para mostrársela, no la encontró en los archivos del diario en el que trabajaba; tampoco encontró el negativo. La foto nunca apareció, pero a partir de ese momento Fernández Pintos decidió encargarse de custodiar su propio archivo. “Si no las rescataba se iban a perder. Por eso tengo la colección de fotos que tengo”, contó a la diaria.
Revolviendo allí fue que se encontró con las caras que ahora vemos colgadas en las paredes que rodean las amplias escaleras del Solís. Las eligió entre los 300 retratos de personalidades que calcula tener –no sabe con exactitud, nunca los contó–. Quien empezó como fotógrafo porque se aburría de estar ocho horas en una oficina de administrativo no imaginó que la profesión lo llevaría a conocer a Borges o a retratar a los Rolling Stones.
La exposición Escalera al paraíso se concentra en personalidades del teatro y la música uruguaya. Vemos a Jaime Roos joven con pañuelo anudado al cuello que se planta en el escenario con una sorprendente seguridad, a Cabrera de rostro aniñado acompañado por un Mateo que parece estar siempre igual, a Urbano Moraes tocando su bajo como si fuera una extensión de su cuerpo, a Laura Canoura con mirada desafiante y un cerquillo muy corto que acentúa sus rasgos.
La luz, la cercanía, el contraste y los gestos pautan cómo vemos a las personas que Andrés Fernández Pintos retrata con su cámara. Se puede percibir tristeza en la mirada de Galemire, advertir la osadía en el look de Alberto Restuccia, el porte y la elegancia de China Zorrilla o reconocer a Rada por su gesto típico de marcar el ritmo con las manos. Otras tienen una fuerza que las podría hacer icónicas: Esmoris descansando su cabeza sobre una mano con mirada nostálgica, Jorge Bolani con la mitad de su cara ensombrecida, Mandrake Wolf en una composición compleja y llena de movimiento que delata su personalidad efervescente.
Por más que se busque reflejar una esencia del retratado o sus características más notorias, Fernández Pintos señala que la fotografía siempre es una construcción: “Incluso en un paisaje, el fotógrafo decide dónde se para”. Para esa imagen que crea busca tener un conocimiento previo de la persona, a través de la investigación o de consultas a personas cercanas. “Si hay dos políticos que sabés que están peleados y los ves en un evento abrazándose, esa es una foto de tapa”, explica.
De ojos y manos
Puede parecer fácil hacer un retrato en comparación con otras ramas de la fotografía. Sin embargo, implica una serie de factores que en esta muestra destacan y hacen que cada foto valga por sí misma. El autor logra crear escenarios distintos en cada imagen: en alguna se resalta el movimiento, otras destacan por la pose o las miradas, en otras los fondos también toman protagonismo y el retratado interactúa con los instrumentos que lo rodean, cuadros, bibliotecas e incluso otras fotografías.
El ángulo también marca distinciones, y así el Sabalero, captado desde un punto ligeramente por debajo de la línea de los ojos, puede lucir como un prócer, mientras que María Dodera parece intentar escapar del cuadrado que la quiere atrapar y en la inquietud parte de sus brazos se salen del encuadre. Roberto Fontana emerge de una oscuridad que se lo quiere tragar y es inundado por la luz de la ventana, donde la sutileza en el contraste permite ver matices.
Es difícil que a los fotógrafos que trabajan en medios de prensa se los tome como artistas, aunque sus fotos puedan ser excelentes. Para Fernández Pintos, ese reparo se debe a que las imágenes no cuentan con una producción detrás: se trabaja con lo que hay y en una carrera contra el tiempo. De sus épocas produciendo para diarios recuerda que las fotos se hacían “a los ponchazos”: “un día tenías que ir a sacar fotos a un artista, al rato a una conferencia de prensa de una empresa y a las pocas horas tenías que ir a un crimen”.
Tras años desempeñándose en medios como La Mañana, El País y El Diario, se recuerda como alguien que corría detrás de la luz que se escapaba y tratando de hacer magia para robarle el gesto típico al sujeto entrevistado. Quien ve la foto es quien decide su valor y trascendencia como arte, no se define de antemano, cree. De todas formas, él se identifica tan sólo como un trabajador de la imagen: “Me considero reportero gráfico, fotorreportero. Lo de artista me asusta un poco”.
Fernández Pintos no duda acerca de dónde debe concentrarse la atención al hacer un retrato: “en las manos y los ojos”. Con el foco puesto en esos detalles, se distingue la presencia corporal de algunos actores y actrices, además de cierta inocencia en la mirada de algunas personalidades que, al momento de tomada la foto, no sabían lo relevantes que serían para nuestra cultura. Sus fotos permiten ver algo nuevo en caras que ya son muy conocidas e invitan a pensar sobre lo que puede decir el físico acerca de la personalidad de algunos individuos.
De esta forma, Escalera al paraíso se abre a reflexiones sobre la historia de la música y el teatro en Uruguay a partir de sus caras más ilustres. La muestra permite pensar en cómo asociamos a un artista con una imagen –por más que su aspecto varía con el paso del tiempo–, cómo los volvemos iconos. Por otro lado, también habilita el movimiento contrario: el de humanizar a nuestros ídolos. Poder verlos en su cotidianidad, cuando ponen el pie fuera del escenario, porque eso también es lo que son.
Escalera al paraíso, Andrés Fernández Pintos en el teatro Solís, de lunes a viernes entre las 17.00 y las 19.00.