Hace unos días Pedro Bordaberry afirmó, en alusión a Yamandú Orsi, que el Frente Amplio busca un candidato que hable “parecido a la gente del interior”, a tono con el clima crecientemente preelectoral que se vive en nuestro bendito país y con toda seguridad queriendo significar que las fuerzas políticas con las que él se identifica se ocupan de los temas de fondo y no de los superficiales, como puede ser la variedad lingüística de un individuo.
Rápidamente el intendente de Canelones respondió que efectivamente es del interior y dio pelos y señales, a lo que puedo agregar que, además de ser canario, trabajó en Maldonado como docente, departamento en que lo tuve como rival en una cancha de fútbol 5, lo cual sí es netamente superfluo. Da la sensación de que, si se considera “interior” todo lo que no es Montevideo, la forma de hablar del precandidato, cuyo nombre, además, es tan típicamente uruguayo, no parece, sino que es.
Es interesante la diferencia entre estos dos verbos copulativos, ya que no es lo mismo decir que el intendente canario parece canario que decir el intendente canario es canario. Lo primero es posible pero ridículo, y lo segundo puede parecer o bien tautológico (como “Kesman es Kesman”) o bien que es canario en cuanto a su habla, como en la “legión de canarios en la capital” de la canción de Larbanois & Carrero.
Cuando llegué a estudiar a Montevideo a finales de los 90, escuchaba hablar a la gente de la gran ciudad y no dejaba de notar que producían unos sonidos que en mi variedad del español no eran necesarios, como las eses finales o las terminaciones -ado, que en mi pueblo eran -ao. Y, complementariamente, cuando me tomaba el ómnibus de vuelta al pueblo, experimentaba una sensación de bienestar al escuchar voces que sonaban como toda la vida. La variedad montevideana del español de Uruguay se presentaba a mis oídos como algo radial, televisivo y hasta artificial, al mismo tiempo que mi habla era rápidamente identificada como proveniente de algún lugar lejano, desconocido y verde.
Escuchaba, con nostalgias olimareñas, a los propios Olimareños, a Santiago Chalar o al Sabalero. Y pensaba, cosa que mantengo, que Las aventuras de Juan el Zorro de Serafín J García era el mejor libro del mundo, por varios motivos: la picardía de Juan, el retrato sociopolítico donde habitaban “tigristas” y “liombayistas”, y, no menos, el discurso de los personajes, una reproducción expresiva y no caricaturesca del vocabulario y la pronunciación de aquel ambiente rural. Años después me encontré con una versión traducida al español estándar que me pareció una pálida sombra de la original.
Cabría preguntarse cuáles son las características propias del español del interior de Uruguay. Esta primera interrogación lleva a otras, como definir si existe un dialecto homogéneo o si se trata de una diversidad de variedades. Por ejemplo, es posible que existan diferencias entre las regiones, del mismo modo que también debe haber contrastes entre las capitales departamentales y las zonas rurales, haciendo un corte rápido. Ya existen numerosos estudios lexicográficos, de los cuales es pionero El habla del pago de José María Obaldía, que incluye numerosos ítems léxicos del interior (con cierto sesgo treintaitresino, hay que reconocerlo). También ha concitado interés la presencia de los dialectos portugueses de Uruguay e, hilando un poco más fino, la presencia de lusismos en zonas hablantes de español. Se han hecho estudios acerca de las formas de tratamiento (tuteo, voseo), especialmente en los departamentos de Rocha y Maldonado. Difícilmente se hayan realizado estudios morfológicos o sintácticos, ya que con toda seguridad no hay mayores diferencias en este sentido, ¿o sí?
Por lo general, solemos identificar la proveniencia de alguien a partir de su “acento”, concepto amplio que incluiría factores fonético-fonológicos (cómo pronunciamos determinados sonidos) o prosódicos (el llamado “cantito” o incluso la entonación al realizar preguntas; tengo noticias de que se está haciendo una tesis sobre esas curvas melódicas), pero la lingüística local no ha llegado a profundizar al respecto.
También serían interesantes materias de investigación las eventuales estigmatizaciones de grupos sociales y el correspondiente rechazo a elementos de su habla o la presencia de estereotipos sobre determinadas poblaciones y las creencias y actitudes respecto a estos. Existe también el concepto de “inseguridades lingüísticas”, que son las diferencias entre las formas que los hablantes creen correctas y las que usa habitualmente en su estilo espontáneo. Pensemos cuántas veces hay personas que piensan que “hablan mal”, incluso más allá de esta distinción entre el interior y la capital, o cuando se le endilga a alguien que es “rural” (algunos dicen, humorísticamente, “soy medio ruralcel”).
Gran parte de lo político se juega en la lengua y nunca somos neutrales en esta materia. Seguramente Bordaberry evidencia rasgos lingüísticos del grupo en que se socializó (¿tendrá que ver aquello de “vine para que hagan mierda a Tabaré Vázquez”?) y uno de los aspectos que suelen cuidar los políticos, cuando no se descuidan, es cómo hablar: con qué léxico, con qué niveles de formalidad, el tono o incluso adquiriendo rasgos que tal vez no les sean propios.
Siempre fueron llamativos, vale recordar al respecto, los hábitos lingüísticos de José Mujica. Me recordaban a Sancho Panza, quien, a punto de tomar el gobierno de la Ínsula Barataria, recibía del Quijote el consejo de no “mezclar en tus pláticas la muchedumbre de refranes que sueles, que, puesto que los refranes son sentencias breves, muchas veces los traes tan por los cabellos, que más parecen disparates que sentencias”. Como se ve, era un mercadeo político opuesto al del líder emepepista, pero, claro, según parece, el ingenioso hidalgo estaba loco.
Un último apunte, pero para que lo discutan las ciencias políticas, sería explorar si Orsi efectivamente podrá captar votos en el interior siendo el Frente Amplio un partido de origen tan urbano, si ganará votos que pertenecieron a la coalición, y si, por otra parte, más que contrastar con gente de otros partidos, lo hace con Carolina Cosse, que es ingeniera pero no agrónoma.