Previendo el estreno de su secuela, hace unos días vi por primera vez Megalodón (Jon Turteltaub, 2018), la película que decidió que pelear con tiburones no era suficiente, así que habría que pelear con tiburones gigantes. Allí Jason Statham interpretaba a Jonas Taylor, un rescatista submarino que debía sumergirse hasta una región inexplorada del fondo del mar para salvar a una tripulación. Esa región estaba separada del resto por una capa de ácido sulfhídrico, lo que permitió que algunas especies evolucionaran y otras quedaran detenidas en todo su esplendor prehistórico, como el megalodón.

Con 23 metros de instinto asesino, este bicharraco (al final resulta que eran dos) pone en aprietos a los empleados de una firma de capitales chinos, pero Jonas Taylor lograba salvar a la gran mayoría de ellos y hasta quedarse con la chica, y ella con él. Para el final había una escena de acción en la superficie, con ataques feroces en una playa de China y un simpático perrito yorkie que se salvaba en el anca de un piojo.

Pasaron cinco años (para mí fueron cinco días) y gran parte del elenco de la primera regresó con una nueva aventura. Un par, incluyendo el interés romántico, no estamparon la firma en el segundo contrato y sus personajes murieron justo cuando nosotros estábamos mirando para otro lado. Los que sí están de regreso son los submarinos adaptados para grandes profundidades, los expertos que ponen en riesgo sus vidas por la ciencia, y (obviamente) los megalodones de 23 metros de largo, y hasta algún metrito más. Sin embargo, desde el primer minuto veremos que la cosa se ha puesto un poco genérica.

La escena inicial, que reintroduce a Jonas Taylor, lo muestra infiltrándose en un barco que arroja desechos tóxicos al océano. Se escabulle, toma fotografías y cuando es descubierto... empieza a las patadas, los puñetazos y otras coreografías. Es decir, el “héroe a pesar de sí mismo”, que se acercaba a la línea de un Bruce Willis clásico, aquí se convierte inmediatamente en un superespía similar al de las últimas 25 películas de Jason Statham. Por supuesto que eso lo sabe hacer muy bien, pero duele ver cómo el director Ben Wheatley gira hacia atrás la perilla de los riesgos (que sí tomó en High Rise, adaptación de la novela de JG Ballard, y especialmente en la experimental A Field in England).

Todo es más genérico en este segundo enfrentamiento. Los capitales chinos siguen estando presentes, pero la empresa ahora quedó en manos del hijo del dueño (Wu Jing), a quien nunca habíamos visto (el dueño y su hija son los que no firmaron). Y Jason... digo, Jonas, quedó a cargo de la hija adolescente de la mujer con la que se emparejaba en Megalodón. Hasta el diseño de las estaciones de control y los submarinos perdieron personalidad, incorporando ventanas donde antes había unos monitores muy bonitos. Hay unos exotrajes muy bien presentados en los primeros minutos que tampoco se lucen mucho.

Ya sé: la gente no fue al cine a hacer comparaciones de diseño industrial (aunque si es por mi experiencia, la gente fue al cine a poner los pies en el asiento de adelante y conversar en voz alta). La gente fue para ver a los tiburones gigantes, y la empresa que explora el fondo del mar encontró a una cría luego de los eventos de la película anterior y la mantuvo cautiva. Tranquilidad, que la cosa no se acerca a las ansias de convertirla en arma de la saga Alien ni a la domesticación de Jurassic World; solamente un poquitito de esto último.

Un regreso al abismo debajo de la capa de ácido sulfhídrico permite descubrir una segunda compañía, que no recaba información de flora y fauna sino que (por supuesto) está extrayendo minerales de esos que sirven para los celulares. Así que habrá algo de intriga corporativa mientras el grupete que queda atrapado allá en el fondo tiene que sobrevivir los ataques de los enormes escualos y de los eficaces empleados de la competencia.

El bloque central de la película funciona con el esquema de un elenco relativamente grande que se irá haciendo más pequeño debido a muertes violentas y sacrificios heroicos. En eso participan las caras nuevas y las anteriores, destacándose el regreso de DJ (Page Kennedy), que a su particular manera también quiso convertirse en héroe de acción.

Todo esto transcurre en forma ágil y ordenada, lo que permite el entretenimiento sencillo del público que va en busca de eso. Megalodón 2: el gran abismo tiene claros sus objetivos, y los cumple. Pero desde el tráiler sabíamos que faltaba una nueva escena (o varias) de playa, y ahí la cosa se pone mejor. Esta vez la acción transcurre en un resort muy popular del Pacífico, repleto de turistas y marcando el regreso del perrito que conquistó nuestros corazones en Megalodón.

Durante el tramo final habrá toda clase de ataques a bañistas, porque los tiburones gigantes no serán las únicas bestias escapadas del abismo. A eso hay que sumar mercenarios de la empresa minera, que multiplicarán las posibilidades de golpes, disparos y explosiones. Y en medio de todo eso, nuestro héroe participando en una justa medieval contra un tiburón, y la escena prometida en los avances en la que frena una mordida gigante con las piernas (funciona y tiene sentido dentro de lo que venimos viendo).

Si vamos al cine sabiendo que enfrente estará el superespía Statham acomodando villanos y peleando contra bestias submarinas, el entretenimiento está asegurado. Pero no pidamos nada más que eso.

Megalodón 2: el gran abismo, dirigida por Ben Wheatley. 126 minutos. En cines.