Seguramente todos recordemos la maravillosa escena en la que un chico que apenas podía caminar es perseguido por una camioneta y en ese mágico momento se pone a correr. Forrest Gump se había estrenado en 1994 y su director Robert Zemeckis utilizó la canción perfecta para ese momento. Enérgica, simpática, mágica, solamente instrumental y fácil de recordar por su simpleza: “Rebel Rouser”. Fue la primera vez que se escuchaba a nivel masivo, y quedó grabada en la memoria de nuevas generaciones.
Su autor, Duane Eddy, nacido en 1934 en Nueva York y muerto el martes en Tennessee, había comenzado su trabajo como músico junto al maestro Al Casey, y en 1958 consiguió lanzar su primer simple para el sello Jamie con ese tema que ambientaría las corridas cinematográficas de Tom Hanks. Fue su primer y más grande éxito.
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Duane Eddy tocaba una guitarra hueca Gretsch que tenía un sonido de caja grave y penetrante. Además usaba el tremolo (o vibrato) que incluían los equipos de guitarra, pero por sobre todo tenía otro gran secreto: el sonido twang. Consistía en usar la palanca de vibrato Bigsby de su Gretsch en las cuerdas quintas y sextas al aire. Esa fue su magia, que repitió hasta el hartazgo (si funciona, no lo cambies). Esa limitada creatividad técnica fue suplida por los solos de saxo, compinche necesario en sus primeros años. Es raro escuchar a Duane Eddy hacer un solo o hacer prodigios en las cuerdas agudas; para eso estaba el saxo.
Su fama fue tal que consiguió ser uno de los primeros guitarristas en tener su modelo signature para la marca Guild, que fichó a la soberbia y pulcra estrella en 1963. Obviamente, terminado el contrato, volvería con su viejo y primer amor.
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Eddy parte de un grupo selecto de guitarristas que quedaron a medio camino entre los precursores como Les Paul o Chet Atkins y la fiebre instrumental de la década de 1960, comandada por los Ventures y su contracara inglesa, The Shadows. Duane Eddy con su aire country, Link Wray con su ataque sucio, y Dick Dale con su poderoso surf marcaron huella en el rock instrumental. Su abordaje de la guitarra, aunque no siempre se comprenda, no se basaba en excesos dactilares, sino en la confianza en la simpleza de la originalidad.
La producción inicial de Lee Hazlewood ayudó mucho a disimular la falta de recursos y técnica de Eddy, hasta que el excéntrico bigotudo se consiguió mejores trabajos, como producir a la hija de Frank Sinatra poniéndole botas para caminar. Duane siempre necesitó que algún productor le diera una vuelta a su manera de tocar. Es así que, más adelante, se juntó con estrellas como George Harrison, Paul McCartney, Jeff Lyne y hasta con los Art of Noise, con quienes en 1986 consiguió nueva fama relativa con una versión de “Peter Gunn Theme”, el tema compuesto por el brillante Henry Mancini para la serie televisiva homónima.
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Aquella versión de Art of Noise, con la vibrante guitarra de Duane Eddy, tuvo su respectivo videoclip –la cadena MTV estaba en pleno auge– que fue emitido por algún canal de televisión abierta local. Yo tenía 11 años y al verlo no entendí nada: sonaba tecno pero tenía guitarras poderosas.
Me reencontré con su música allá por 1995 gracias a mi amigo Marcelo, que me prestó un lujoso CD doble del sello Rhino que reunía sus mejores éxitos. Entonces sí quedé maravillado. No podía sacármelo de la cabeza. La infinidad de melodías simples, animadas, pegadizas, la perfección en su ejecución. A pesar de la repetición, siempre había algo nuevo.
Varios años más tarde, en mi primer viaje al exterior, me compré la guitarra de Duane Eddy: una Gretsch Nashville 6120 de tono anaranjado en madera de arce. Con ella grabé varios discos con The Supersónicos, viajé por distintos países y me divertí ensayando. Mover el vibrato Bigsby y hacer el twang dan un poder único, sólo comparable con el del anillo que supieron usar un par de hobbits. Para Duane, al igual que Gollum, fue la perdición.
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Muchos años más tarde pude ver a Les Paul en vivo. Quería su autógrafo, pero no tenía ningún papel a mano. En el bolso tenía un disco compacto de Duane Eddy. Perdido por perdido, se lo extendí junto a una lapicera. En mi tonto inglés le dije “sorry”. Les Paul miró ese CD de otro artista, luego me miró a los ojos... y sonrió. “He’s good, he’s good”, dijo antes de estampar su firma. Guardo ese doble tesoro.
En nuestro país Duane Eddy no hizo escuela, pero sí es bueno saber que un gran guitarrista uruguayo, el inmenso Leonardo Franco, supo rendirle un homenaje al tocar con su Gibson ES-335 y en el mejor estilo twang “La niña del naranjo”, editada en 1968 para el disco Felicidad, felicidad de Los Iracundos.
La simpleza con la que Duane Eddy tocó durante toda su vida y la falta de cambio o evolución fueron determinantes para que un mundo impactado por las transgresiones y las innovaciones constantes lo dejara relegado en el panteón de los grandes de la guitarra. Aun así, para algunos, por estos días el mundo está de palanca caída. ¡Twang!