Las dimensiones del actual local del Casarrodante se extienden hasta la azotea, que ha servido de escenario para una de las últimas creaciones de las dos amigas que son el corazón del proyecto. De recorrida por el taller, la artista, bailarina y docente Adriana Belbussi Figueroa describe el espacio a cielo abierto destinado al escenario y en el que pueden ubicarse los espectadores. A un costado, en un banco de idéntico color blanco, un obrero abrigado hasta la cabeza descansa un rato mientras mira los mensajes en su teléfono.

“La mayoría del público adulto que llega hasta aquí viene después de tremenda jornada laboral, buscando un espacio de descanso y de relajación, también un lugar de pertenencia y, principalmente, por algún dolor. Ese es el motor principal”, explica Belbussi.

“Lo único que nos acompaña a todos lados es el cuerpo. Ahí se alojan todas las experiencias, las buenas y las malas”, dirá más tarde Lucía Valeta, docente, bailarina, coreógrafa y directora de este centro de referencia de la danza contemporánea en Uruguay, en el que también se practican diferentes disciplinas como aikido, yoga, circo, telas y pilates. “El taller tiene un perfil que jerarquiza la creación y la exploración, y los que hace mucho que estamos en esto sabemos que en la dinámica de poner el cuerpo en movimiento hay una trabajo de conocerse a uno mismo y de remover ciertas cosas”, agrega Belbussi, docente del taller desde hace 18 años.

“De repente hay gente que toma algunas clases y no viene más, pero hay otra que sigue y logra atravesar un lindo proceso”, asegura Valeta.

Ya pasaron las primeras funciones de Una es muchas otras. Más tarde habrá clases y el espacio se llenará de gente. Cerca del mediodía, las dos directoras de la obra lucen bastante agotadas y antes de esta entrevista comparten una mesa llena de papeles donde anotan fechas y datos de la agitada agenda de su 2023.

“Para mí este es un lugar donde trabajo súper comoda y donde me permito cambiar cuantas veces quiera”, dice Belbussi sobre Casarrodante. “Acá puedo desplegar todas las cosas por las que siento que estoy en el mundo: la danza, la gente, ayudar a otros a moverse. Es un lugar muy importante en mi vida”.

“En mi caso es un espacio que me da la oportunidad de preguntarme cada vez qué me motiva y qué tipo de encuentro quiero promover desde la danza”, asegura Valeta. “Estoy convencida de que moverte de una manera u otra con prácticas corporales es una herramienta de salud”. “En esta época, consumimos de todo, pero de repente una clase de yoga nos parece cara. Recién priorizamos el cuerpo cuando nos duele algo”, agrega su compañera.

Muchas otras

Además de un lugar al que se puede ir a tomar una clase que rompa la rutina, en busca de una amistad o un sentido, Casarrodante se presenta como “un equipo humano que diseña, gestiona y produce una plataforma de actividades relacionadas con el cuerpo y el movimiento”, una residencia para “creadores nacionales e internacionales” y “un espacio permeable a recibir propuestas que se articulen y potencien con los contenidos” del taller. Con ese rumbo organiza encuentros de danza, ensayos abiertos, charlas y seminarios entre otras actividades.

“Cómo brindamos lo que hacemos hacia afuera” es la inquietud que Valeta agrega a las razones de su impulso creativo y que comparte con Belbussi. Así, luego de realizar juntas un taller para jóvenes que se llamó Uno es muchos otros, nació Una es muchas otras. “Para este nuevo emprendimiento hicimos una convocatoria pública a la que se presentaron unas 60 personas, y la mayoría fueron mujeres. El elenco está integrado por 25 creadoras de diferentes disciplinas, formadas en desarrollo armónico, performers, estudiantes de la Licenciatura en Danza de la Universidad de la República, de la Escuela de Danza Contemporánea del Sodre, y de este taller. Las edades van desde 22 a 60 años, y creo que esta diversidad refleja mucho lo que pasa en Casarrodante”, sostiene Belbussi.

Una es muchas otras es una construcción colectiva elaborada en el espacio y las condiciones de un laboratorio. “Trabajamos mucho con preguntas, o planteamos maneras de movernos desde la gestualidad”, explica. “Dirigimos la obra porque la vemos de afuera y la vamos editando, pero las partituras corporales son de cada persona”, sostiene.

Lucía Valeta y Adriana Belbussi.

Lucía Valeta y Adriana Belbussi.

Foto: Mara Quintero

Una identidad y una mirada

La elección del nombre de una creación puede tener mucho de casual, sumado a los apuros que implican la presentación de un proyecto a tal o cual fondo, o a la sonoridad de las palabras, dice Valeta. En este sentido, trae a cuento Numeral 3, vertiginoso zarandeo ascendente, otro trabajo de las dos que se estrenará en noviembre.

Lucía conoce a Adriana desde que fue su alumna en el Espacio de Desarrollo Armónico. Desde entonces compartieron muchos proyectos. Antes, como dúo, hicieron Piso, cielo o nada y Ki, que tomaba su nombre de “un símbolo en japonés que significa energía”, explica.

Su compañera complementa las razones con un fundamento: Una es muchas otras tenía muchas posibilidades. “Es como que vos traés contigo muchas otras personas. Detrás de vos, desde el día en que nacés, hay muchos otros. Además, podemos decidir ser muchos otros, o sentirnos de diferentes maneras. Yo soy Adriana, la profesora que viene acá a dar clases de danza, pero también soy la que anda en bicicleta por la ciudad, o la que junta papeles en la feria. Si pensamos en lo que otras personas ven de nosotros, somos muchos”, sostiene.

“El primer día que vi la obra en el teatro –que la ves como desde afuera– pude apreciar los vínculos entre las bailarinas y empecé a ver muchas relaciones, bien desde lo humano y lo afectivo, y me parece divino que haya pasado porque es ahí donde podemos crecer. El vínculo con el otro te permite verte, resolver conflictos, sanar, y eso me parece que está muy presente en la obra”, cuenta Valeta.

Dos décadas

“No es que me guste celebrar mis cumpleaños, ni nada parecido”, confiesa Belbussi, “pero cuando me cayó la ficha de que ya había llegado a los 20 años, me dieron ganas de poder hacer algo”. Una es muchas otras, actualmente en la sala Verdi, marca el inicio de los festejos de este taller que abrió sus puertas en 2001. Desde el 14 y hasta el 20 de noviembre, en las salas Delmira Agustini y Zavala Muniz del teatro Solís, además de Numeral 3, Casarrodante presenta una obra para niños a cargo de Sara Barone, y varios talleres, entre ellos, uno de jóvenes creadores.

“Yo empecé a aprender danza en el Espacio de Desarrollo Armónico y ya era bastante grande, pero muy al toque sentí que era por ahí. Terminé el liceo y me enfoqué en este lugar, que al principio era un poco diferente. Además de danza había música y cerámica. En esos comienzos también estuvo presente Ruth Ferrari [docente y bailarina]. No fue que decidí ‘voy a abrir una escuela’. Arrancamos con ganas de ensayar y de bailar. De hecho, la pregunta de qué hacer está siempre ahí dando vueltas”, reconoce.

“Hay un nivel medio inconsciente en el que estoy convencida de esto. Cuando me doy cuenta de que hay veintipico de personas dando clases, y 300 personas que vienen todos los meses, me sigo asombrando y me entusiasmo. Es un lugar que ya tiene muchos años y por el que han pasado muchas personas. Si bien algunos pueden decir que soy antipática, creo que es un espacio de puertas abiertas para propuestas muy diferentes”, afirma.

Un lugar, una disciplina y una historia

“La danza es un medio para comunicarse, tanto en las clases como cuando estás en escena. Tiene un mundo sensible que te conecta con muchas cosas”, explica Belbussi sobre las particularidades de esta rama del arte. Según Valeta, a diferencia de otras prácticas corporales, como el deporte, “en la danza se pone en juego lo biográfico, el contexto social y político en el que te encontrás”. “El fútbol, por ejemplo, es siempre igual y tiene el mismo dinero, no importa que haya pasado por una guerra o una pandemia”, asegura. “La danza de países como México, Chile y Uruguay está totalmente atravesada por la realidad en la que se vive”.

“Te pasa de todo. No es un lugar liviano”, dice Belbussi sobre el imaginario que vincula la danza con algún tipo de libertad. “También está la mirada del público, que muchas veces va a que lo entretengan. Por eso, antes que espectáculo, me gusta la definición de obra, que es hacer algo de la nada”. “Con Una es muchas otras no sé si te vas a entretener o si va a ser espectacular; al menos esta creación no tuvo esa intención”, dice Valeta.

“Estamos en una época en la que no nos vemos”, agrega Belbussi. “Recibimos un montón de estímulos sin procesar nada demasiado. Fuiste a ver cinco cosas, pero por ahí no dejás que te baje la ficha. Es como que hiciste de todo pero no hiciste nada. La distancia que tenemos con nuestro propio cuerpo es tremenda”, reflexiona. “No podemos estar siempre en paz, eso es mentira”, dice a propósito de los estados de paz y armonía con los que suelen identificarse, a priori, lugares como Casarrodante. “Los que estamos acá es porque tenemos mucho de lo otro”, agrega Valeta. “En la medida en que conectás con vos mismo, aparecen muchas cosas. En una clase, cuando trabajás con alguien que viene por primera vez, es probable que haya que brindarle un soporte, pero cada uno tiene que tomar las riendas de aquello que le está pasando, si es que está queriendo entrar en ese lugar en el que se te mueve la estantería, y si no, seguís en otro viaje”, plantea.

Una es muchas otras. Todos los días hasta el domingo 10 a las 20.30 en la sala Verdi (Soriano 914). Entradas a $ 300 y 2 x $ 500 por Tickantel.