I-Sat llega a su fin, no con un estallido, sino con un gemido. La noticia del cierre del famoso canal argentino sacudió a un montón de cinéfilos que en sus tiempos dorados fueron fervorosos adeptos, parte de una minoría silenciosa que, sin embargo, llevó mucho de lo aprendido a muchísimas otras expresiones artísticas. En base a muchas de las lamentaciones y exequias que empezaron a llenar las redes, se nos ocurrió como buena idea recolectar testimonios de diversos actores de la cultura local, a modo de mostrar el efecto transversal y subterráneo que el canal tuvo tanto en cine como en música, teatro y literatura.
Agustín Banchero (director de Las vacaciones de Hilda)
No fue hace tanto que me enteré de que otras personas también miraban I-Sat. Con el paso del tiempo me di cuenta de que éramos muchos y por algún motivo no era común compartirlo, o por lo menos no en mis círculos. Mi primer contacto con ese canal fue en la casa de mi abuela en San José de Carrasco. Ella era la única de la familia que tenía televisión por cable; CablePlus, para ser específico. I-Sat era de los números altos, de esos canales para adultos, y en ese entonces yo era bastante chico. Asociaba el logo a algo prohibido, seguramente porque alguna vez me llegué a cruzar con algo de su programación de soft porn de medianoche. Cuando me mudé con mi familia a Buceo, me regalaron una tele 13'' y la tenía en mi dormitorio. Era un adolescente, ya tenía acceso a todo el cable. Miré mucho cine en esa tv, parte en video y parte en I-Sat. Era algo muy íntimo, esas películas casi aleatoriamente seleccionadas tenían un rejunte que me calzaba perfecto. Hoy me gusta imaginarme que los curadores eran un grupo de amigos muy eclécticos que compartían no tanto el gusto, sino cierta pasión. Como gente que compartió la niñez y que ahora son distintos, pero de algún modo están conectados.
Gabriel Calderón (dramaturgo y autor de obras como Mi muñequita, Mi pequeño mundo porno, Uz-el pueblo, Or-tal vez la vida sea ridícula y Ex-que revienten los actores. Actual director de la Comedia Nacional)
Para mí I-Sat tiene que ver con la memoria, porque está asociado al fin de la adolescencia, comienzo de la juventud. Yo creo que ahí fue la primera vez que encontré un canal que expresaba cosas alternativas, raras, inexplicables –no necesariamente entretenidas– y que yo, por ejemplo, que no encontraba en MTV un canal que me hablara a mí, sí sentí que lo hacía I-Sat. También asocio al canal una suerte de voyeurismo donde yo sentía que veía contenidos para gente más especializada, entendida o incluso adulta que yo. Me acuerdo de unos documentales medio bizarros sobre sexo que se llamaban algo así como Adult Sex. Había una serie llamada Queer as folk que era la primera serie gay que se podía ver; más tarde apareció Oz en HBO y al poco tiempo todo ese contenido devino en mainstream. También en I-Sat era donde veía Cha cha cha. Tengo la idea de que vi dos o tres veces Crash, extraños placeres, de David Cronenberg, y ahora que lo pienso, es un canal bien Cronenberg, antes de que Cronenberg se volviera Cronenberg. En definitiva, I-Sat fue alternativo antes de que lo alternativo se pusiera de moda, y eso es lo más importante.
Carolina Bello (escritora de obras como El resto del mundo rima, El monstruo con la voz rota, Oktubre, entre otras)
Fondo blanco en papel mate y en el medio una bolsa de transfusión de sangre. Abajo –y de memoria ahora– podía leerse: “No todo el cine independiente viene de Hollywood y tiene un presupuesto millonario. También hay películas independientes y canales que las pasan”.
Con esa publicidad gráfica se anunciaba en Rolling Stone el canal que yo miraba a principios de los años dos mil. Me acuerdo porque mi monografía final de Teoría de la Comunicación fue un tratado sobre ese aviso. Eran tiempos de cable y conexión a internet telefónica y cara, que encima delataba las incursiones nocturnas con un ruido esperpéntico al que había que asfixiar con la almohada para no alertar el sueño de ningún progenitor titular de la cuenta de Adinet. Ante esto, I-Sat transmitía 24 horas. Otros colores, el lado sepia del mundo en el que prefería guarecerme. Videoclips que eran interrumpidos por un maní que se abría con alguna data que complementaba lo estrictamente musical y Vicent Gallo y Christina Ricci vampirizaban como embajadores del bajo presupuesto.
En aquel entonces, los viernes de noche me quedaba sola en mi casa. Los 17 años se habían constituido como un universo solitario que se desvanecía con Cha cha cha. Después, hacia la medianoche, Tinto Brass si todavía no había llegado nadie a casa. Y como si toda esa educación sentimental ya no fuera suficiente, cada tanto mi hiriente juventud se enfrentaba cara a cara con aquel anciano anaranjado que era Laiseca, y me quedaba ahí, frente al resplandor de la pantalla, sintiendo el terror del futuro.
Flavio Lira (cantautor, líder de Amigovio y miembro fundador de Carmen Sandiego)
Conocí I-Sat en el 2001 y creo que el impacto en mí fue bastante grande. Digamos que en ese momento lo único que veía (yo tenía 16 o 17) eran las películas que pasaban en Cinemax, que todavía no se había vuelto tan horrible. Yo veía a I-Sat como un Cinemax más porteñizado, como un Cinemax curado por la gente de la revista El Amante. En esa época veía el ciclo Cine Z con los cuervos presentando y Queer as folk, que todavía en ese momento no era tan fácil acceder a pornografía, y medio que esa serie y Oz eran lo más cercano que teníamos los gays de mi edad a un material para masturbarnos –creo que eso también es una forma de cinefilia y educación cultural–. Y obviamente también Cha cha cha. Todo un viernes era eso, podías pasar desde las ocho hasta la una en I-Sat. Pasaba muchísimo –como nos pasó a Wanta Martin y a mí con Julien Donkey-Boy– el ver películas que pasaban en I-Sat y años después se estrenaban en Cinemateca. Pero más que nada lo más interesante de I-Sat es que generó un universo o una sensibilidad a su alrededor. Creo que en un punto hay una cierta sensibilidad de loser, indie, proletario, queer, raro, que se encontraban sólo ahí. Entonces hay películas, series o incluso bandas que asocio a ese canal. Hay un espíritu muy adolescente, que conectó el mumblecore yanqui con lo independiente rioplatense, de clase media baja, y de sensibilidad por fuera de esa clase, pero que está asociado a ella. Muchas películas y series inglesas transcurren en monoblocks, en cooperativas y en un entorno medio ñeri que no es tan difícil trasladar a lo local. Me acuerdo de que mi novio anterior que vive en Mar del Plata me contaba que ahí había un boliche que se llamaba Nevermind, al cual una amiga suya definió como “el I-Sat de los bares”. Creo que podría pasar eso con un montón de otras cosas.
Alicia Cano (directora de Bosco y El Bella Vista)
Yo crecí en Salto y, digamos, vengo de una familia que tenía cero contacto con Montevideo, no estaba dentro de mis circuitos, y entonces todo mi acceso a la cultura era lo que se vivía en Salto. Allá sólo había un cine local y comercial. Para mí a través de I-Sat fue dar con lo que después entendí que era cine independiente. También recuerdo un programa de cortos que había, un montón de cine argentino que estuvo buenísimo; fue un canal que miraba mucho.
Christian Font (periodista, escritor, conductor de radio y presentador de televisión)
Creo que el surgimiento y expansión de las plataformas borraron parte de nuestra memoria emotiva vinculada al cable, que en mi caso además va ligada al video doméstico porque permitía armar la videoteca con todo tipo de películas. En ese sentido I-Sat tenía una oferta de cine independiente que resultó toda una curiosidad. En la segunda mitad de la década del 90, posiblemente a partir de Trainspotting de Danny Boyle, surgió un cine británico en clave policial que mostraba un mundo marginal, turbio y muy adrenalínico (montaje mediante) con grandes bandas sonoras. Varias de esa camada (The Acid House, 24 Hour Party People) llegaron gracias a I-Sat a comienzos de este siglo. También, más acá en el tiempo, ahí descubrimos varios documentales del argentino Néstor Frenkel (Buscando a Reynols, Amateur). Aunque para mí sin duda I-Sat es sinónimo de Cha cha cha. El absurdo, esa cosa de happening y explosiva me resultó impactante.
Federico Borgia (codirector, junto a Guillermo Madeiro, de El campeón del mundo, Clever y Nunchaku)
Un recuerdo que tengo de I-Sat es todavía viviendo en la casa de mis padres, cuando era estudiante de Comunicación, y otro después de que me fui. Viví sin TV un par de años hasta el Mundial del 2010 y después pagué un contrato de cable. Fueron dos años, los últimos de cable de mi vida. Coincidieron con Suárez en el Liverpool. Nunca renové contrato. En esas dos eras personales I-Sat fue el oasis de cine independiente del cable. Si no miraba fútbol, era buscar algo en I-Sat. Si bien convivía con los DVD del VIC y Cinemateca, I-Sat era la tercera pata, la menos planificada, que te regalaba algún momento frente a la tele más elevado y sorpresivo. Recuerdo encontrar cosas raras que no podría nombrar, pero creo haber visto por primera vez películas como Pánico y locura en Las Vegas o Jamón, jamón. También era el canal en donde uno podía imaginar que en algún momento pasarían tu corto, aunque eso nunca ocurrió. Era claramente el espacio indie del cable y era para agradecer que existiera.
Carlos Diviesti (periodista, dramaturgo y director teatral)
En la Argentina de comienzos de los 90, antes del regreso del Festival de Mar del Plata y de la primera edición del Bafici, I-Sat era esa señal sin pátina de nostalgia que rompió la conflictuada chatura de Hallmark con películas tan contemporáneas como las del Festival de Sundance, y que no podían proyectarse públicamente por el cierre masivo de las salas cinematográficas. Cuando ni se imaginaban la revolución digital y el ICQ, si querías conocer a Jarmusch o enterarte sobre la diversidad sexual en Nevada o en Bangkok, volverte un experto en wuxia o sentirte incorrecto como The Kids in the Hall, no tenías más que prender el televisor portátil en tu habitación entre la una y las cinco de la madrugada y después irte a dormir para que descansara tu irreverencia punk, o algo parecido.
Fermín Solana (cantante de Hablan por la Espalda, periodista y emprendedor gastronómico)
El comienzo de I-Sat, o por lo que corroboré de la fecha de cuando se lanzó, en el 93 coincide con el despertar del punk en mi vida. Y el punk tenía esa cuestión de que no sólo fue una sacudida a nivel musical, sino que se reflejó en todo mi ser, como cambios en cuanto estética, pero también filosofía, acompañadas de mucha actitud. En ese período de mediados de los noventa, que también coincide con el origen de Hablan por la Espalda, la rebeldía estaba dirigida contra todo lo que fuera mainstream. No éramos anti porque fue mucho más lo que tomamos que lo que rechazamos, porque fue un período de abundancia de incorporar conocimiento de bandas, libros, películas y series. Había muy pocas cosas que nos caían simpáticas dentro del mainstream general, y dentro de ese pequeño abanico de cosas estaba el canal I-Sat, que ofrecía todo lo que los demás canales no ofrecían y que de alguna forma era un canal inteligente, con una curaduría y con un sentido del humor muy fino y sobre todo con una irreverencia distinta. Era el marginal de los canales de televisión y descubrimos muchas cosas de cultura under gracias a él. Hubo un montón de cine, un montón de series, una afinidad estética y sobre todo romper con el tedio y recurrir con el control remoto a eso con lo que te identificaba e iba por fuera de los canales comunes de televisión.
Diego Recoba (periodista y escritor de obras como El cielo visible, Locas pasiones y El Oso, entre otras)
Probablemente más de uno lo piense de sí mismo, pero creo que I-Sat me llegó en el momento justo. Adolescencia, juventud y en los comienzos de la adultez me pasé mirando tele: HBO, Space, Cinecanal, Cinemax, pero principalmente I-Sat. Tenía lo que necesitaba en cada momento. Desde el erotismo y los desnudos imprescindibles para mi educación sexual adolescente con películas tan disímiles como Emmanuelle (Just Jaeckin), Los idiotas (Lars Von Trier) o Las edades de Lulú (Bigas Luna); las comedias que me hacían el dos en la edad de la pavada como Superstar (Bruce McCulloch), Orgazmo (Trey Parker), Airheads (Michael Lehmann); el descubrimiento del nuevo cine argentino que cambió mi relación con el cine latinoamericano (Adrián Caetano, Juan Villegas, Ezequiel Acuña, El fondo del mar de Szifrón), y cuando estaba en el momento justo para ampliarme y expandirme, lo que significó ver películas como Fucking Amal (Lukas Moodysson), Happy together (Wong Kar-Wai) o El agujero (Tsai Ming-Liang). Muchas de las nombradas acá no son mis películas favoritas, pero sí, al igual que I-Sat, fueron películas importantes para ayudarme a vivir el cine de la forma en la que mejor quería vivirlo. En mi forma, porque a pesar de algunos excesos lógicos de Alan Pauls en Primer Plano, en I-Sat no se bajaba línea ni, por suerte, se hacía alharaca con esa pavada del “buen gusto”.
Garo Arakelian (cantautor solista y exguitarrista de La Trampa)
Mi fascinación siempre se da en los márgenes laterales e I-Sat fue la garantía de eso en cuanto a películas, series y sobre todo documentales, que es lo que más me interesa. De todo eso lo que más me marcó fue el documental de Daniel Johnston. Muchos seguidores teníamos cierta idea de cómo podía ser su música, pero no sus en vivo, y El diablo y Daniel Johnston fue impactante al brindarnos la oportunidad de tenerlo a él explicando todo lo que no puede ser dicho de otra manera. Vi ese documental decenas de veces, y siempre en la tele, nunca grabado. Otro que vi es Buscando Reynolds, un documental sobre una banda experimental que está liderada por Tomasín, un muchacho argentino con síndrome de Down. Es un documental pesado pero increíble, y entre las figuras de los amigos de la banda esta Jazzymel, que también es parte de mi vida. Me llamó pila la atención ver esa conjunción totalmente improbable en un barrio argentino, que hilando con retazos de realidad y de lucidez tienen discos editados en todo el mundo, aun siendo bastante desconocidos en Uruguay y en Argentina.
Walter Bordoni (compositor, cantante, pianista y guitarrista de música popular uruguaya)
I-Sat siempre me resultó un canal bastante impredecible. Por un lado, era parte de una de las zonas pedorras de la grilla del cable, ahí metido entre Space y The Film Zone. Con este último compartían, sobre la medianoche, la emisión de algunas películas soft porn, que tenían más humor involuntario que erotismo mínimamente verosímil. Y mientras en Space daban Combate Space, un buen programa para los amantes del boxeo (yo soy uno), en I-Sat pasaban Karate Forever, un ciclo de películas de artes marciales presentado por Alfredo Casero, un tipo al que nunca me fumé, aun antes de presenciar su triste deriva hacia un discurso violentista de ultraderecha (y no, tampoco me daba gracia Cha cha cha, pese a un joven e inteligente Diego Capusotto).
Lo curioso es que, cada tanto, el zapping me llevaba a toparme con el muy buen ciclo de Cortos I-Sat. O a pescar algún film del maestro Theo Angelopoulos. Y sin estar del todo seguro, podría afirmar que un día dieron Repo Man, genial película cyber punk de Alex Cox, con tema principal de Iggy Pop.
Siendo sincero, no creo que vaya a extrañar a I-Sat. Hace tanto tiempo que no lo miraba que me sorprendió el anuncio de su cierre, porque pensé que ya ni existía. En cualquier caso, supongo que lo que vendrá a sustituirlo difícilmente sea algo mejor
Irene Delponte (autora del libro Todo es amarillo, periodista y emprendedora gastronómica)
La primera vez que supe de I-Sat fue cuando era pendeja. Tenía 12 años y leí en el suplemento Radar que recomendaban la película Sueños de Arizona, que se iba a transmitir por ese canal. Me pareció un flash porque Johnny Depp en su momento era tremendo galán y Faye Dunaway le gustaba mucho a mi madre. Después apareció Cha cha cha, que era como un evento familiar y yo me descostillaba con el humor de Alfredo Casero y compañía. También Casero presentaba un segmento sobre artes marciales. No voy a decir que no miraba las películas de soft porn que aparecían los viernes porque sería mentira, las re miraba, pero tampoco fue lo que más me marcó. Sí había una que cada vez que aparecía la quería ver, que era Monte de Venus, que ni la entendía, pero obviamente la miraba por las escenas más eróticas. Sobre todo, lo que más rescato de I-Sat era que podía pasarte películas bizarras o de bajo presupuesto y decir “también esto es cine”. I-Sat tenía todo ese concepto detrás en el que se apoya algo súper solvente, y que es lo que a mí me cambió la vida, que es lo que me dio ganas de investigar y estudiar cine. Junto a Página 30, de Página 12, me dio la posibilidad de saber que existían otras cosas.
Patricia Turnes (cantautora, periodista y escritora de Amor y amistad entre ovejas negras, Pendejos y Últimos días con mi familia)
I-Sat es para mí como la magdalena de Proust. Sólo con la mención del nombre de esta señal se pone todo oscuro en mi cabeza, porque así eran sus separadores y su logo, era la gráfica más dark e industrial que ibas a encontrar dentro de los canales de cable. Pasé muchos de los mejores momentos de mi treintena frente al televisor mirando I Sat. Crisis económica del 2002 mediante, tener I-Sat era la manera más económica de ir al cine sin salir de tu casa. Había que pagar la cuota del cable, es verdad, pero si lo hacías te garantizabas tener una programación que seguro te iba a copar.
Hubo veranos en los que no recuerdo haber podido ir a la playa, pero me consta que pasé encerrada y a oscuras mirando I-Sat en mi habitación. En mi televisor Panavox comprado en Carlos Gutiérrez con el aguinaldo de mi trabajo como librera descubrí peliculones: Gummo, Kids, Elephant. Me acuerdo de Antonio y Darío, los cuervos negros de I-Sat, de los pelos teñidos de tabaco de la barba de Alberto Laiseca narrando cuentos de terror. Pero lo que más agradezco a I-Sat es que gracias a ellos conocí Cha cha cha, aquel programa que tenía los sketches más divertidos. Por aquel entonces yo trabajaba de martes a domingos en una librería de Pocitos. Cuando llegaba a casa el domingo, agotada, lo que hacía después de cenar era acostarme a ver a Alfredo Casero, Diego Capusotto, Fabio Alberti y los demás comediantes que integraban este programa argentino.
Le debemos a I-Sat nuestra educación sentimental en una época en la que nuestros padres ya nos habían soltado la mano. En nuestros momentos de mayor desilusión, ahí estaba Peperino Pómoro con su clásica pregunta “¿Cómo estáis? ¿Cómo os sentáis hoy?” para hacernos cagar de la risa, o el locutor de I-Sat con su voz grave para tranquilizarnos y hacernos entender que por más que todo se cayera a pedazos en nuestra vida, la programación de I-Sat no nos iba a abandonar.