A principios de año, la fotógrafa mexicana Graciela Iturbide fue la invitada central del festival Focus de José Ignacio. Referente de la cultura latinoamericana desde hace décadas, dedicó una parte de su visita a conversar con su colega Manuela Aldabe.
Con la mirada de una niña y la sonrisa de una sabia mujer anciana, con ropas tradicionales mexicanas, Graciela Iturbide me recibió en la posada de José Ignacio durante una tardecita y una mañana de verano. Su obra narra el proceso de una mujer que, a partir de un gran dolor, supo enfrentar sus pesadillas, reponerse y convertirse en una de las figuras de la cultura contemporánea latinoamericana. Como fotógrafa, danza entre lo documental y lo poético, la fantasía y lo real. Se define feminista, pero no realiza obra desde lo político sino desde su vivencia, como mujer latinoamericana.
Amiga del checo Josef Koudelka y del mismísimo Cartier Bresson, ahora se dedica a sacar fotos de volcanes, le gusta el trabajo en equipo y a sus 81 años sigue pensando en editar libros, viajar y leer todo lo que puede. Graciela Iturbide ha retratado pueblos originarios y vivió largos períodos en las comunidades entre las décadas de 1960 y 1980, cuando realizó sus reportajes más famosos. Del mismo modo, ha trabajado con pandillas en Los Ángeles; su modus operandi es la convivencia codo a codo y el resultado es una mirada llena de respeto, una fotografía desde adentro, no invasiva, en la que el lente deja de ser observador para convertirse en cómplice.
Sus trabajos sobre pájaros, cabras, paisajes de diferentes partes del mundo, mujeres y la misma muerte forman parte del acervo cultural fotográfico más importante del mundo. El baño de Frida, En el nombre del padre, Tránsitos: fiesta y muerte en México, Juchitlán de las mujeres, Los que viven en la arena, No hay nadie y Cuadernos de viajes son algunas de sus principales series fotográficas.
Graciela Iturbide estuvo en Uruguay este año: visitó José Ignacio en el marco del Festival Internacional de Fotografía, Focus, e inauguró una muestra con sus imágenes más famosas en la Galería de las Misiones. Acaba de recibir el premio William Klein, que la Academia de Bellas Artes francesa otorga cada dos años, en alianza con el Museo de la Imagen Contemporánea de Chengdu (China). En su largo currículum de premios y reconocimientos internacionales se destacan el premio Hasselblad en 1991, el Premio Nacional de Ciencias y Artes en Ciudad de México; el doctor honoris causa en Fotografía por el Columbia College Chicago, el W. Eugene Smith (de Estados Unidos), el Gran Premio Mois de Photo (Francia), el Hugo Erfuth (Alemania) y el Gran Premio Internacional que da el Museo de la Fotografía en Hokkaido (Japón).
Su rostro la revela fotógrafa de oficio: el ojo izquierdo más pequeño que el derecho delata las innumerables horas que ha pasado ante la cámara, aunque ella confiesa que fotografía sólo lo que la sorprende. Me explica que esa sorpresa está llena de influencias que la van nutriendo día a día. La literatura, la música, la poesía, el cine, la historia prehispánica son herramientas que va cultivando y que luego, cuando sale al mundo, a la calle, sintetiza en una imagen.
“Hay imágenes que se van quedando en ti y que te van formando una manera de ser o de sentir, de tener cierta poesía dentro de ti para poder hacer una foto, que puede ser política, puede ser poética, puede ser normal, puede ser… Mi trabajo es cómo prepararme en la vida, y cuando salgo al mundo no estoy pensando ‘ay, esto es como de Fellini’, sino como que vas absorbiendo todo para después atraparlo en la vida”, explica.
Aunque es agnóstica, cuenta que para realizar el reportaje de la matanza de cabras recurrió a la Biblia, al sacrificio de Isaac, para conocer toda la historia: “Cuando fui a la matanza de cabras, las imágenes que había visto en la Biblia las veía en la realidad”.
Creció en una familia patriarcal que no le permitió estudiar Filosofía y Letras en la universidad, aunque su sueño también era ser escritora. Graciela Iturbide nació en 1942 en Ciudad de México, comenzó a estudiar cine en 1961 en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la Universidad Autónoma de México, con la esperanza de escribir guiones, pero conoció al gran maestro Manuel Álvarez Bravo, que daba clases allí, y se convirtió en su asistente entre 1970 y 1971, acompañándolo en sus viajes. Desde entonces se enamoró de la fotografía como escritura con luz.
Iturbide trabaja con dos cámaras en 35 mm y una Mamiya 6x6, no usa flash ni trípode y ve sus fotografías sólo cuando regresa a su laboratorio. “Recién veo cuando revelo. Me encanta la espera, y ver lo que va saliendo es muy bonito, descubrir cosas que no fuiste consciente de que hiciste, que fue todo inconsciente”, dice.
“Con la naturaleza tomas lo que hay en la vida. No fotografío violencia, no podría ir a la guerra, por ejemplo, me costaría mucho trabajo. Me encanta la fotografía y además soy análoga totalmente”, confirma.
No olvida a su célebre amigo francés a la hora de definir la fotografía: “Creo que tiene que ser como decía Cartier Bresson, un poco con la cabeza, con el ojo y con el corazón. Sales y a lo mejor algo que ve tu ojo lo estás deformando a tu manera y lo tomas para ti, como me pasó con una cascada, nada más cayendo agua, pero es lo que te mueve en ese momento: estaba viendo la cascada y de repente un árbol ahí, la sombra de un árbol, con unas flores, qué maravilla, lo tomé y ese rollito se me perdió y ni modo, regresé pero ya no era el mismo tiempo, entonces se me fue. Si no lo tomas al instante se te va”.
El momento decisivo, ese que plantea Bresson, tiene dos momentos, cuando te asombras y luego cuando eliges la fotografía.
Yo siempre digo que hay dos momentos, uno cuando tomas y otro cuando ya revelaste, el asombro al ver tu hoja de contactos.
La segunda sorpresa
Muchas veces la artista descubre las imágenes en su estudio, como le sucedió con la emblemática “Mujer ángel”, imagen que forma parte del ensayo que realizó en 1979 en la comunidad de El Desemboque de los Seris, Sonora, para el entonces Archivo Etnográfico Audiovisual del Instituto Nacional Indigenista (INI), de México.
“Mujer ángel” es la fotografía de una joven indígena en las montañas mexicanas que camina con un gran grabador escuchando música, su cabello al viento, su pollera larga, en un paisaje infinito que bien puede representar el sueño libertario de muchas mujeres. Quizás se trate de la fotografía más bella de la historia latinoamericana y fue descubierta por Pablo Ortiz, editor de su libro sobre el pueblo indígena Seri. Cuenta la autora que al verla por primera vez dudó de que la imagen fuera suya y tuvo que recordar cuándo la realizó.
¿Cómo ocurrió ese olvido?
Fuimos a una cueva con los jóvenes seris y yo estaba bajando, tomándolos a todos ellos porque era una cueva con pinturas antiguas, y al regreso estuve tomando como bajaban, porque eran todos los jóvenes; es una población muy pequeña la de los seris, vivirán 500 gentes ahí, y los jóvenes siempre estaban conmigo, también los viejos, porque yo vivo siempre en sus casas con ellos. Cuando veníamos bajando yo estuve tomando, apretando el gatillo de la cámara, y cuando Pablo Ortiz Monasterio me dice “¿y esa foto?”, le contesto: “Yo no la tomé, Pablo”, pero yo nomás iba con un antropólogo y no le iba a dejar mi cámara, entonces dije “la presté, pero no, porque está toda la secuencia”. Entonces es, como decía Bresson, mi segundo momento decisivo, porque muchas veces yo vuelvo a ver mis fotos en contactos y hay veces en que me doy cuenta de que eran buenas y que no las vi. La sorpresa es cuando sales a la calle, al mundo y la segunda sorpresa, que es igual de importante, es cuando tú eliges qué es lo que hiciste, esa es mi segunda sorpresa.
Cuando trabajas con las comunidades haces una inmersión. ¿Por qué?
He tenido mucha suerte, porque para el libro de Juchitlán quien me invitó fue Francisco Toledo, que es un gran pintor que acaba de morir, el gran pintor de México. Ayudó a los presos políticos, yo lo acompañaba a la cárcel, puso bibliotecas en Oaxaca, hizo exposiciones, volvió a Oaxaca un mundo cultural maravilloso, igual que a todo México, nos influenció a todos. Él me invitó a Juchitlán. Como él había nacido ahí, tuve la facilidad de que la gente me conocía un poquito más por él. Yo dormía en casa de alguna de las mujeres, generalmente me quedaba con alguna “Na”, que quiere decir señora, por ejemplo “Na Lupe Pan”: “Na”, señora, “Lupe”, su nombre, y “Pan” porque hacía pan. Ahí hablan zapoteco pero también castellano, entonces podíamos entendernos. Me iba por temporadas de un mes: estoy con ellas, voy al mercado con ellas, vendo los tomates, las gallinas, las iguanas. Pido permiso de antemano, llego con mi cámara, soy fotógrafa, voy a tomar las fotos, yo nunca les digo “a ver, ponte aquí”. Cuando dicen “ay, Graciela, por favor tómame un retrato”, entonces aprovecho la oportunidad, la complicidad, pero me costaría mucho trabajo decirle a una gente que no conozco “ponte aquí”, porque no saldría natural; en cambio cuando ellos me lo piden es cuando ellos quieren ser fotografiados y eso para mí es muy bonito. En Juchitlán dormía en hamaca porque ellos duermen en hamacas, y me la paso todo el día con ellos, comiendo, me cuidan. Yo no uso flash ni telefoto ni trípode”.
Símbolos
Graciela Iturbide ha realizado retratos de mujeres que han sido símbolo del feminismo en Latinoamérica y Estados Unidos. “La señora de las iguanas”, por ejemplo, es una imagen que los movimientos de mujeres han utilizado, y también parte de su obra narra el respeto por las personas trans que hay en las comunidades originarias mexicanas.
¿Te defines feminista?
¡Sí!
¿Qué es el feminismo?
Defender los derechos de la mujer, que la mujer tenga sus derechos como los tiene el hombre, sobre todo en los pueblos donde las mujeres son abusadas. En mi trabajo pasa mucho eso. Una vez estaba yo en un pueblito, en una casa, y el papá fue por la niña para tener relaciones sexuales y la niña se fue llorando. En mi trabajo te vas dando cuenta también de otras cosas, entonces lo que yo pueda… Mi trabajo no es feminista, soy mujer, mi trabajo es Graciela Iturbide, más bien es femenino, con tintes políticos, con tintes feministas, pero no es que yo diga voy a hacer un trabajo feminista para defender. Si me lo piden lo hago para alguna revista, pero generalmente ocurre que es lo que pasa en el mundo. Como feminista defiendo los derechos de la mujer, tanto los míos como de los demás.
A veces es más difícil defender los propios derechos que los de las otras mujeres. Cuando se trata de levantar la bandera para las demás es fácil, pero cuando se trata de defender mis propios derechos capaz que puedo dejar pasar algunas cosas.
Exacto, nos educaron de una manera y es muy difícil cambiar totalmente en la vida. Imagínate mi familia católica de arzobispos, una capilla en casa de mi tía donde estaba la eucaristía, que solamente el Vaticano da permiso a ciertas familias para tener. Vengo de una familia muy patriarcal y muy conservadora, entonces aprender a defenderte en la vida cuesta trabajo. En muchos pueblos a los que he ido, muchas mujeres no son conscientes de estar perteneciendo a un grupo feminista; por ejemplo, las mujeres de Juchitlán no usan el término “feminista”, pero ellas son las que llevan la administración de todo, son las mujeres quienes llevan la economía del lugar, el marido que trabaja les da el dinero para que ellas lo muevan, en el mercado hacen trueque con otras mujeres y cambian el pollo por otra cosa, pero el hombre es el que les pide para comprar los cigarros, por ejemplo; yo creo que a veces le dan hasta para que vayan con la amante, por decirte, porque sabes cómo son los señores, pero ellas administran todo. Al mercado no pueden entrar los hombres, entran los muyes que hay en Juchitlán, que siempre han sido respetados desde chiquitos. Tienen costumbres totalmente diferentes, hay mucho respeto por el homosexual, los maridos no pueden entrar al mercado, pero los muyes pueden entrar. Entonces hay un feminismo sin que se den cuenta ellas y una apertura maravillosa, a diferencia de otros indígenas de pueblos originarios que hay en México.
Hablemos del dolor. Tu obra toca la muerte.
Mi trabajo toca la muerte porque yo perdí a una hijita cuando tenía seis años, Claudia, y fue tan duro que... Ahora ya puedo hablar de todo esto, pero mi terapia fue fotografiar, enfrentar la muerte. Cada vez que iba a pueblos y veía entierros de niños los fotografiaba, no sé por qué elegía a los bebitos, seguramente porque Claudia era pequeña cuando murió, entonces tengo muchos angelitos, como se los llama en México, que mueren y los ponen en sus cajitas. Me enfrenté a la muerte de una manera muy fuerte, porque un día le pedí permiso a un señor para seguirlo y fotografiarlo con su cajita, estaba en el cementerio, y tú no lo vas a creer pero iba caminando y estaba en el medio del camino la muerte: un señor mitad calavera y mitad vestido con unos jeans y tenis, y yo dije “ah no, no puede ser”, y tomé algunas fotos porque parecía un sueño, “estoy alucinando”, y lo revelé y sí, lo tengo, es como... Fotografié a la muerte, que me dijo “basta, Graciela, ya no, ya no, no puedes más”, y ya dejé de fotografiar angelitos. Pero tuvo que aparecérseme la muerte, la sacaron del cementerio, lo vinieron a enterrar ahí, no lo sé pero fue muy fuerte. Me pasan muchas cosas así con las fotos, está tan unida a mí la cámara que es como todo lo que te gusta, es una extensión de tus ojos, de tu vida.
Como mujeres, como fotógrafas, como madres, ¿cómo superamos el dolor?
Yo lo superé con la fotografía. Cada gente encuentra el medio para poder superar el dolor, para mí fue una terapia muy importante estar fotografiando el dolor que yo había tenido para sacar el dolor que encontré en el cementerio.
¿La fotografía es un regalo de la vida?
Es definitivamente un regalo de la vida. Ahora estoy fotografiando los volcanes, la lava. Fui a las islas Canarias y me di cuenta de la evolución del hombre. Ahí fui consciente de dónde venimos, entonces me encantó ver cómo salen los volcanes, como hacen erupción, porque en Palma también había uno que estaba haciendo erupción. Cómo la lava está donde hay cactus, o sea, el principio de la vida, me hizo reflexionar. Ahora leo mucho sobre volcanes.
Tiempo manual
Al terminar la entrevista le pido a Graciela para realizarle un retrato. Comienzo a calibrar mi cámara, demoro en medir la luz, ajustar diafragma y velocidad. Le explico que uso todo manual y me disculpo. Graciela Iturbide apoya su cabeza en una rama y me responde: “Tranquila. Ya lo decía Álvarez Bravo: hay tiempo, hay tiempo”.