Todo bien con las historias sobre elegidas y elegidos. Sobre esas personas golpeadas por la vida o el aburrimiento que un día descubren que sus padres en realidad eran magos o figuras centrales en el pasado reciente de la galaxia. O que se topan con un antiguo texto que profetiza que serán responsables de tal o cual hazaña por la que recibirán vítores y serán recordadas por siempre. Esta no es esa clase de historia.
Esta es una historia sobre personas mediocres, regulares, corrientes, como la mayoría de nosotros, que jamás ganaremos una medalla olímpica, ni descubriremos una nueva especie animal ni recibiremos el Nobel de Literatura (mal que nos pese). La nueva película de Alexander Payne vuelve a poner el foco sobre personas mediocres, en especial aquellas que por razones muy diferentes no han logrado alcanzar todo su potencial. Por pequeño que sea.
Los que se quedan (The Holdovers) es la historia de tres seres humanos muy diferentes, golpeados por circunstancias también disímiles, que se ven obligados a compartir un par de semanas en el receso de Navidad de un colegio de pupilos. Cada uno de ellos carga con equipaje pesado y para lidiar con eso será fundamental compartirlo con los otros dos.
Paul Hunham (Paul Giamatti) es un profesor de Historia Antigua incapaz de generar amor a primera vista, cuya obsesión por las reglas le hizo ganarse el desprecio de los alumnos y sus colegas. Angus Tully (Dominic Sessa) es el típico alumno de buenas calificaciones, no excelentes, pero que constantemente complota contra su propio éxito. Y Mary Lamb (Da’Vine Joy Randolph) es la jefa de cocina del lugar, quien perdió a su único hijo en la guerra de Vietnam.
La llegada del receso dejará a un grupo de rezagados en el colegio, sin mucho que hacer, y al poco tiempo los que se queden serán solamente los tres mencionados, de quienes iremos conociendo unas cuantas cosas, porque el guion de David Hemingson es, sobre todo en los primeros minutos, expositivo al borde de lo teatral. Si este infodumping funciona (al menos para mí, por supuesto), es por la forma en que la historia es contada.
La historia de The Holdovers transcurre entre 1970 y 1971, y una cantidad de decisiones artísticas contribuyen a que el resultado final parezca haber sido filmado en aquella época, al menos de acuerdo a la imagen que tenemos en nuestra mente de cómo habrán sido los 70 (apenas si fui concebido a mediados de 1979). Desde los logos del comienzo, pasando por decisiones de cinematografía (¡el encuadre!), el ritmo narrativo, la cortina musical y, por supuesto, el diseño de producción, todo ayuda a la construcción de esa atmósfera melancólica. Como la de Wes Anderson en Los excéntricos Tenembaum (otra de mediocres que desperdiciaron su potencial) pero firmemente anclada a aquellos tiempos, especialmente por la Guerra de Vietnam como suceso trágico y amenaza latente.
El guion es efectivo y (muy) gracioso, aunque coquetea con varios clichés del género. Lo que lo eleva por encima de otros, además de los detalles técnicos, es el trío de arrolladoras actuaciones. Pero arrolladoras desde lo chiquito. Esto no es El oso, donde el vértigo y la ansiedad por momentos parecen ser lo que eleva la calidad final del producto, sobre todo en la segunda temporada. De hecho, hay una escena pequeña, mínima, que transcurre en una cocina y dura menos de un minuto, que pega más fuerte que el episodio en el que Jamie Lee Curtis cocina siete platos y termina pareciendo la casera de Kung-Fusión.
Giamatti había estado a la orden de Payne en Entre copas (2004) y vuelve a demostrar la gran capacidad de jugar con la mediocridad y el patetismo. Claro que este Paul Hunham tiene (unos) 20 años más que aquel Miles Raymond, así que como espectadores sabemos que le quedan muchísimas menos oportunidades para dar un volantazo a su existencia y nos duele. Randolph, mientras tanto, podría caer en el cliché del personaje de mujer afroestadounidense trabajadora y de carácter, pero con el correr de los minutos va revelando capas, en el trabajo más sutil de los tres.
Por último, hay que destacar a Dominic Sessa en el primer papel de su carrera (audicionó porque estudiaba en el colegio que se usó para la filmación). De nuevo, su rol tiene elementos del adolescente conflictuado que va revelando sus traumas, pero la naturalidad con la que construye a Angus hace que uno le imagine un futuro promisorio delante de las cámaras.
Si tienen una cantidad importante de películas encima, es poco probable que alguna escena logre sorprender. Pero el cine no se compone (solamente) de sustos repentinos, vueltas de tuerca y momentos de no lo vi venir. A veces se trata de utilizar piezas probadas en formas interesantes para contar versiones originales de historias probadas y dejarse pellizcar el corazón durante un rato. Sin personajes tocados por la varita mágica, sino sobrevivientes de mil batallitas que apagan el despertador y comienzan una más. Como la vida misma.
Los que se quedan, de Alexander Payne, con Paul Giamatti, Da’Vine Joy Randolph y Dominic Sessa. 133 minutos. En cines.