El tema del día es el paro general contra las medidas del gobierno de Javier Milei. El dramaturgo y director argentino Claudio Tolcachir recibe la llamada al regreso de la marcha, que se replicó en ciudades como Mar del Plata, adonde viajó para presentar Rabia.
El espectáculo es una adaptación de la novela homónima de Sergio Bizzio e implica que Tolcachir, en el primer monólogo de su carrera, traslade una escalera por el escenario. El dispositivo corría perfectamente cuando estrenaron la pieza en el Teatro de la Abadía, en Madrid, pero prueban la escalera de la versión argentina y no logran hacer que gire. “Fue una especie de tragedia, porque yo trataba de empujar una estructura que tiene que ser muy elegante, y era como una heladera. Fue un poquito desesperante, pero lo solucionamos”, apunta el actor, una vez superado el escollo, horas después del ensayo y también de haber sido parte de una movilización popular histórica.
“Estábamos afinando cosas técnicas y me fui a la marcha con mis hijos, que era algo que no había tenido la oportunidad de compartir con ellos”, dice. Camila tiene seis años y Gaspar, cuatro. “Es interesante, porque cuando uno les explica las cosas a los hijos, de alguna manera también hace el recorrido de por qué se protesta y qué significa. Algo que nos está pasando: que los derechos no son de siempre; los derechos se ganaron. Que hay que defenderlos”.
Su padre, Isidoro Tolcachir, también fue artista. “Empezó a actuar ya más grande, tenía tipo 55 años. Pero yo soy del 75, así que recuerdo a mis viejos yendo a las marchas contra la dictadura y las celebraciones por la democracia, las marchas cuando hubo rebeliones militares... Por eso diría que a mí ya el sonido, cuando nos vamos acercando, me emociona, me llena de energía”.
En una época igualmente crispada, en la crisis de 2001, arrancó su espacio teatral, Timbre 4. Tolcachir no elude la comparación entre ambos contextos: “Ni siquiera es que se parecen: son los mismos firmantes, son los mismos apellidos, son los mismos intereses. Es desolador ver que por ahí no fuimos capaces de transmitir a nuevas generaciones esto que estaba contando, del valor de los derechos conquistados, del valor de la democracia. Lo más doloroso que está pasando, en el mundo, es que hay un discurso muy violento que le dice a una enorme cantidad de gente ‘no importás’, ‘no existís’, ‘arreglátelas’, ‘no sos parte de este proyecto de país’. Es fuerte el impacto. Creo que la gente vota pensando que no le va a tocar, desconectados, individualistas. Por eso creo que es muy valioso estar juntos”.
A dos bandos
La última vez que Claudio Tolcachir se presentó en Montevideo fue en 2019 como parte del elenco de La calma mágica, dirigido por Ciro Zorzoli. Pero nunca actuó en El Galpón, ese símbolo de resistencia que tanto le refería Juan Manuel Tenuta, con quien compartieron escenarios como el teatro San Martín con La profesión de la señora Warren, de Bernard Shaw, y a quien dirigió en la que supone que fue la despedida del colega uruguayo, la puesta de Agosto, de Tracy Letts.
A partir de la pospandemia, el mercado laboral se extendió fuera de Argentina para el autor de La omisión de la familia Coleman, El viento en un violín, Próximo y tantas piezas construidas sobre dudas vitales, sin la gravedad de otras dramaturgias, con una aparente y descarnada fluidez. Desde hace tres años oscila entre Madrid y Buenos Aires, aunque sus hijos están en España y “uno vive donde viven los hijos”, opina. “Durante muchos años fui a trabajar a España, por cuatro meses, dando clases, ensayando, y fui formando una comunidad que daban ganas de desarrollar. Nosotros estábamos saliendo de la pandemia, con Timbre muy asfixiado, con muchas deudas que tomamos para pagar los sueldos, o sea que también estuvo bueno irse para poder ayudar a sostenerlo desde afuera. Y no quería perder la oportunidad de vivir esa experiencia”.
Allá armó una escuela, un Timbre 4 madrileño, que funciona muy bien. “Estoy con muy buenos proyectos, después me voy a Italia, y estoy tratando de inventar cómo hacer para seguir acá, porque Timbre en Argentina es un espacio que alberga a mucha gente, para mí es una enorme responsabilidad. Por todo eso uno también sale a la calle, por cuidar el trabajo de todos”, dice volviendo sobre el asunto.
A propósito del clima que se vive en España, en ese sentido, Tolcachir apunta: “Por suerte no ganó la extrema derecha, Vox, pero vos ves la violencia, la homofobia. Las banderas de la extrema derecha en todos lados son las mismas: contra los derechos, feministas, de los gays, contra la inmigración, negando el cambio climático. Es el mismo esquema en todas partes. Hay casos de censura que son muy graves, que aparecieron en el teatro, algunos muy absurdos, como suele ser la censura, que está muy atada a la ignorancia. Pero por suerte respiré cuando el socialismo ganó las elecciones. Y sobre todo me daba mucho miedo –miedo físico– que ganara una derecha que se publicitaba tirando a la basura la bandera gay. Tenemos que entender que parte de la sociedad funciona así, con esa violencia. Son discursos tan cortos, tan directos, tan vulgares, que llegan de una manera muy fácil a gente que, seguramente –y eso hay que asumirlo– está pasándola mal y hoy encuentra que la frustración de ellos es culpa de otros”.
Clandestino y sensorial
Tolcachir vio la potencia de Rabia, la novela de Sergio Bizzio, que había leído 15 años atrás, como una especie de revelación: “Me produjo un impacto muy fuerte, volví a leerla varias veces. Después me desperté en mitad de la noche y dije ‘es Rabia, es un monólogo’. No pensé en actuarla; fue una idea del director Juan Mayorga. Me encantó porque eran puros desafíos: adaptar una novela, maravillosa pero que no era sencilla de trasladar; actuar solo; que me dirigiera Lautaro Perotti, que era mi compañero de Timbre. Estamos todos al servicio de contar bien este cuento y de que el público pueda imaginar, hacer el viaje de todo lo que sucede”.
Sucede que un albañil que cometió un delito se refugia en la casa donde su novia es mucama. Esa sinopsis hace presumir un melodrama. Pero Tolcachir derriba el preconcepto: “El eje argumental es un thriller policial, algo poco común en el teatro, de asesinatos, de una persona escondida que se las arregla para comer, para ir al baño, para sobrevivir. Después tiene situaciones extremadamente violentas, absurdas, de peligro, de esas en las que uno no respira, tiene lugares eróticos, tiene humor negro y, sorpresivamente, también tiene mucha ternura. Es un recorrido de colores muy amplios. Los personajes están enormemente equivocados. Son de esos que hacen todo muy muy mal y, sin embargo, uno los puede querer”.
Otro apunte que esclarece: “Es una historia con muchos puntos de vista, porque como el personaje está escondido durante mucho tiempo en la casa, lo que importa es lo que escucha, lo que espía, lo que alcanza a ver, los rincones. Queremos que estalle de estímulos la cabeza del espectador: que pueda ver, intuir, disfrutar. Es un ejercicio de teatro muy puro”, dice. Y agrega algo fundamental sobre la evolución de ese prófugo: “Cuando el personaje descubre que se queda solo, eso le permite pensar. Y eso, dice Bizzio, es una enorme revolución para él”.
Colocar a un personaje de clase obrera en un entorno que le es ajeno, invita a trabajar distintas dimensiones: “En principio tiene que aprender a ser invisible, lo cual, por supuesto, tiene un valor simbólico: en esta mansión de gente rica hay otro ser vivo que se relaciona prácticamente sólo con una rata que está allí como él. La novela tiene un costado político. Hay espectadores que te dicen que es atrapante; otros te hablan de las clases sociales; otros, del amor. A mí me gusta que cada uno conecte con los bordes. Creo que esta obra tiene muchas ventanas por donde meterse”.
El propio Sergio Bizzio señala que el espectáculo “transforma una materia de otra naturaleza –la literatura– en arte dramático y establece una conexión hipnótica y amorosa con el espectador”.
Estar solo en escena por primera vez, para Claudio Tolcachir es un vértigo, aunque el trabajo final esté apuntalado por su equipo. “Pasé por todos los miedos, trabajé como un loco; pero no es un show del actor, de ‘mirá todo lo que sé hacer, mi destreza, cuántas voces’… En primer lugar, no es un tipo de teatro que a mí me guste. Me gusta lograr la síntesis que hace que parezca que todo es un enorme accidente, cuando en realidad está trabajado al detalle, y que el público sienta que completa las imágenes. Mi tarea es desaparecer para que aparezca todo lo demás”.
Rabia, con dirección de Claudio Tolcachir y Lautaro Perotti. Jueves 1º de febrero a las 21.00 en la sala César Campodónico de El Galpón. 70 minutos. No apta para menores de 18. Entradas desde $ 1.250.