Quizá los gestores del festival Piriápolis de Película deberían ponerle mayor atención a la imagen institucional. La de su más reciente edición (la 21, que transcurrió el fin de semana pasado, del 18 al 20 de octubre) tiene como centro, como es normal, el imponente Argentino Hotel, que acoge y ambienta ese pequeño, simpático y valioso encuentro cinematográfico. Si esa imagen alude al componente Piriápolis del título del festival, las demás remiten a Película: la mano ostentando una claqueta y el rollo de celuloide pueden funcionar como metonimias del cine en general. En cambio, los lentes 3D y el envase desbordando pop refieren a un tipo de cine y consumo que no representa en absoluto al festival, que es casi todo de un cine muy independiente, que los espectadores miran en sillas cómodas, pero que no tiene nada que ver con las superbutacas de los multiplex, y en el que no está previsto el consumo de snacks.

Medio a ojo, estimo que, entre los alrededor de 90 títulos exhibidos, entre cortos y largometrajes, no se llega ni a los cinco millones de dólares en costos de producción, una ínfima fracción del presupuesto de cualquier blockbuster pochoclero. Y esto no es una desventaja, sino, justamente, la gracia del festival, el factor que justifica que algunos cinéfilos nos desplacemos anualmente al balneario y nos internemos durante tres días en el Argentino, porque ahí está la chance de encontrarnos con un montón de cine con el que difícilmente nos toparíamos en otro contexto.

Brasil en cortos

De hecho, la función más conmovedora entre las que tuve la oportunidad de ver, fue la más humilde. Titulada Cine de las comunidades de Brasil, consistió en cuatro cortos realizados por jóvenes habitantes de la Baixada Fluminense. Esa zona de la región metropolitana de Río de Janeiro, con unos cuatro millones de habitantes, tiene la reputación de ser una zona peligrosa, marcada por la violencia de las bandas y la Policía, la pobreza y servicios precarios. Incluye, por ejemplo, Cidade de Deus, una de las más grandes y más violentas favelas de Río de Janeiro, que se volvió una referencia para todos los cinéfilos del mundo a partir de la magnífica película de Fernando Meirelles (2002). Justamente, de Cidade de Deus es oriundo Sérgio Assis, un productor bien establecido de audiovisuales que decidió invertir parte de las ganancias de su empresa en el proyecto de la EBAV (Escuela Brasileña de Audiovisual), que enseña los elementos básicos del cine a jóvenes de la zona, en una forma más que gratuita, ya que a la enseñanza añade ayuda para el transporte y alimentación.

Los cortos, que son parte del proceso de aprendizaje, se realizan sobre los asuntos y abordajes definidos en forma autónoma por el colectivo de estudiantes. Los cuatro cortos exhibidos cuentan con los auspicios de la EBAV, del proyecto social de formación audiovisual Cinema Leva Eu y del Instituto Zeca Pagodinho. Realizados con pulcritud, inteligencia y potencia expresiva, los cuatro cortos son casi un milagro si tenemos en consideración que el curso en cuestión dura tan sólo seis meses, con dos jornadas de clases por semana, y que cada película está realizada en el estricto plazo de un mes, posproducción incluida. Un aspecto notable es que, sin dejar de tener presentes los costados negativos de la Baixada, el énfasis de esos jóvenes realizadores no está en la violencia, el escándalo o la miseria, sino en la riqueza humana, la creatividad y el compañerismo.

9 horas em Deodoro (de Dorgo DJ) consiste esencialmente en una conversación entre un grupo de jóvenes artistas callejeros, que incluye al director de la película. La conversación está alternada con algunas de sus performances, hechas para la cámara, o en los trenes suburbanos de Río. Cuentan cómo la afición por la música, la poesía, el canto y la actuación los apartó de la tentación de la criminalidad, y cómo lograron ganar una platita razonable actuando por ahí. También hablan de lo que implicó el decreto del senador Flávio Bolsonaro, aprobado durante la presidencia de su padre, Jair Bolsonaro, que prohibió las actuaciones artísticas en los transportes públicos, y la consiguiente persecución policial. Señalan la ironía de ser tratados como criminales justamente por ejercer la actividad que los apartó de la criminalidad, y el propósito resistente de insistir, pese a la prohibición, haciendo arte en un momento en que la desidia gubernamental (o quizá algo peor) ocasionó los incendios devastadores de diversos museos y archivos brasileños. La canción final tiene un texto formidable.

FNM – A vila de operários (de Maria Carolina Gomes) también tiene el formato de una reunión filmada alternada con imágenes de archivo. En este caso, son habitantes veteranos del distrito de Xerém, que guardan recuerdos de sus tiempos como obreros o hijos de obreros de la Fábrica Nacional de Motores, que funcionó de 1942 a 1977. Esa empresa estatal que fabricó, entre otras cosas, motores de avión, electrodomésticos y camiones representó el ideal de Getúlio Vargas de una especie de capitalismo concebido como agencia de intereses mutuos de empresarios, obreros y consumidores. Las instalaciones magníficas de la fábrica fueron pensadas para propiciar un fuerte sentido de comunidad entre sus trabajadores, y los beneficios colaterales incluyeron centros de capacitación, escuela para los hijos de los obreros, un cine y estímulo a la sindicalización. Los comentarios que surgen de la conversación (que se da frente al curioso edificio del cine, cuya fachada emula el aspecto frontal de los camiones de la FNM) trasuntan una fuerte nostalgia por un pasado en que hubo, además de trabajo digno y estable, aspectos inmateriales de felicidad. La FNM fue privatizada durante el período más negro de la dictadura (1969). Pasó a ser propiedad de transnacionales y pronto se disolvieron las bases laborales y humanas del emprendimiento original.

Quem faz o Rio (de Vitória Dias) es muy personal. La realizadora, desde chiquita, se dedicó a sacar fotos de las personas de su comunidad. Con la posibilidad de filmar, a partir del curso en la EBAV, decidió entrevistar a algunas de las personalidades más ricas que había conocido en el lugar, componiendo un pequeño muestreo humano y anecdótico del lugar, a la manera de Eduardo Coutinho. Vania Cristina se vio forzada a entrar al narcotráfico porque su cuarto hijo nació con intolerancia a la lactosa, y cada lata de leche deslactosada costaba cuatro veces más que su sueldo semanal. Altamiro Gerardo es un viejo feriante que rebosa sabiduría, y fue quien estimuló a la pequeña Vitória a seguir registrando las cosas de su entorno. Jordan BXD es un rapero.

Pé de cabra (de Bruno Santiago) es la única ficción, o, más precisamente, un falso documental, sobre una cabra asumida por los lugareños como milagrosa y las discusiones al respecto entre religiosos evangélicos y católicos. Más allá del interés del cuento y el planteo, y de la competencia de la realización visual y sonora, peca, quizá por unas actuaciones, de demasiado sabor a taller teatral.

Foto del artículo 'Cine, música y comunidad en los documentales del Piriápolis de Película 2024'

Jazz y tango

Blue Note Records: Beyond the Notes (Sophie Huber, Suiza) es de las pocas películas exhibidas en Piriápolis que se escaparon del eje Mercosur. Cuenta la historia del famoso sello de jazz Blue Note. Aunque fue fundado en 1939 y tuvo una sobrevida que se extiende hasta la actualidad, ese sello tuvo su gran momento durante la movida conocida como hard bop, en la década de 1950. En aquella época los dioses caminaban entre los mortales, y esta historia involucra a músicos como Thelonious Monk, Bud Powell, Miles Davis, John Coltrane, Clifford Brown, Horace Silver y Art Blakey, y es recordada, entre otros, por sobrevivientes como Herbie Hancock y Wayne Shorter. Entretanto, conocemos la historia y las personalidades de sus fundadores (ambos alemanes), vemos las fotos maravillosas sacadas por uno de ellos (Francis Wolff), aprendemos que buena parte del valioso catálogo fue grabado en el living de la casa de los padres del magnífico técnico Rudy van Gelder, y apreciamos los mejores artes de tapa de la historia del disco y fragmentos de mucha música increíble.

San Pugliese (de Maximiliano Acosta, Santiago Nacif Cabrera y Lola Winer, Argentina) cuenta la vida y personalidad del gran pianista y director de orquesta de tango Osvaldo Pugliese. Hay preciosas entrevistas a familiares suyos, músicos que tocaron en la orquesta y músicos más jóvenes que comentan su influencia o su estatuto mítico (o más bien místico, a partir del establecimiento de la noción de que el nombre y la imagen de Pugliese implicaban suerte para los músicos, llegando a la difusión de una estampita). Son especialmente curiosos los relatos sobre la estructura cooperativa de la orquesta, un punto de honor para ese comunista súper consecuente que fue Pugliese.

Bajo la luz (de Gonzalo Rodríguez Fábregas, Uruguay) es el caso raro de un documental tipo “retrato” cuyo objeto no es propiamente una estrella, sino un instrumentista. Si bien Popo Romano tiene una relevante carrera solista y varios discos grabados, una cantidad de composiciones propias y una larga trayectoria como intérprete protagónico, es, sobre todas las cosas, un bajista, uno de primera línea que tocó con varios de los principales nombres de la música uruguaya.

Cine sobre cine

Continuará..., dirigido por Fermín Rivero y Emiliano Penelas, sigue el periplo del segundo de ellos en su encuesta sobre el desplazamiento del fílmico en las exhibiciones comerciales de cine y sus implicancias. En Francia, Holanda y Argentina habla con eminencias diversas, entre coleccionistas, archivistas, restauradores, técnicos en proyectores analógicos y artistas. Se habla de los placeres del formato físico y el apego a la materialidad, de las posibilidades artísticas para trabajar en celuloide interviniendo directamente sobre el material (rayando, pintando, pegando objetos), pero también de las dificultades de la conservación de los formatos digitales y la incertidumbre con respecto a la perennidad de las obras realizadas directamente en ese formato digital.

Uno de los aspectos más interesantes son las reflexiones sobre los procesos inherentes al capitalismo que condujeron a la sustitución del fílmico por el digital, y cómo eso, que a cierto nivel parece democratizador (porque es mucho más barato producir), a la larga no lo es (porque los proyectores digitales profesionales son mucho más caros, por la dependencia de formatos de existencia fugaz debido a la obsolescencia programada, y porque la conservación del ejemplar digital cuesta diez veces más que la del analógico).

Sin competencia

Por desgracia, no pude ver ninguna de las funciones de la competencia de cortos iberoamericanos, único ciclo competitivo del Piriápolis de Película. A diferencia del año pasado, no se proyectaron las películas ganadoras en la entrega de premios, lo que es una pena. El jurado oficial premió como Mejor corto a Ojalá pudiera decir la verdad (de Víctor Augusto Mendivil, Perú), y el premio a Mejor corto uruguayo fue impartido, ex aequo, para Imborrable (de Victoria Herrera) y El huésped (de Guillermo García). El jurado estudiantil consideró Mejor largometraje a Ojué (de Fernando Broce, Panamá) y Mejor corto uruguayo a El huésped.