Para ser un superhéroe que no pertenece ni a Marvel ni a DC, Hellboy ha tenido una presencia destacada en la gran pantalla y encabezó cuatro películas. Nada mal para un concepto relativamente sencillo: un medio-demonio invocado por los nazis en plena Segunda Guerra Mundial, pero criado por los estadounidenses y convertido en investigador paranormal, aunque su forma favorita de investigar sea golpeando su enorme puño derecho contra la amenaza oscura de turno.

En 2004 y 2008 fue el niño (infernal) mimado de Guillermo del Toro, quien escribió y dirigió dos entregas que lograron capturar la esencia del personaje creado por Mike Mignola en 1993, incluyendo sus diferentes aliados en la Agencia para la Investigación y Defensa Paranormal (AIDP en español), organización de la que forma parte junto a otros “bichos raros” y humanos con habilidades especiales. Del Toro se quedó con ganas de cerrar una trilogía y el personaje estuvo una década en el limbo (no literalmente, cabe aclarar).

En 2019 se estrenó Hellboy: el Infierno se acerca, que fue blanco de las comparaciones más odiosas, entre otras cosas porque el director Neil Marshall (el de la aterradora El descenso) no logró construir un universo digno de las viñetas originales. David Harbour no estaba mal detrás de los kilos de maquillaje, pero Ian McShane no tenía nada que hacer contra el Trevor Bruttenholm que unos años antes había construido John Hurt. Los intentos por despegarse de la obra anterior pasaban por una saturación de elementos fantásticos y una inclinación al gore bastante mayor que las de sus antecesoras. Pasó sin pena ni gloria. Y sin embargo...

El joven Hellboy

En julio se conocieron las primeras imágenes de Hellboy: The Crooked Man (ni intentaron traducirlo al español) y las reacciones no fueron las mejores. Dirigida por Brian Taylor, quien junto con Mark Neveldine estuvo detrás de las delirantes Crank: muerte anunciada y Crank 2: alto voltaje, presentaba una historia coescrita por el mismísimo Mignola sobre un Hellboy más despojado. Tanto desde el maquillaje como en la fotografía y los valores de producción, los espectadores se sorprendieron ante decisiones estéticas que iban a contrapelo del HD y el coloreado de las películas contemporáneas, incluso de aquellas con colores apagados.

Había una sola forma de saber si aquel adelanto, que parecía más cerca del cine independiente que de los grandes estudios, sería representativo del producto terminado. Y la verdad es que quienes editaron los tráileres fueron bastante honestos en la anticipación del resultado final, que tiene muy pocas oportunidades de despegarse de lo ya visto hace décadas. No podemos echarle la culpa al presupuesto, mucho más chico que cualquiera de las entregas anteriores, pero cuatro veces mayor que el de Háblame, por nombrar una de tantas películas de terror recientes que se ven mejores y asustan bastante más.

La acción transcurre durante la década de 1950 cerca de los montes Apalaches, en una de esas zonas de Estados Unidos en las que el acento rural no tarda en taladrar tu cerebro. Estamos entonces frente a un Hellboy joven y menos experiente comparado con los otros, pero no hay forma de saberlo. Jack Kesy se ve igual que los anteriores (eso está muy bien), excepto por el rojo más apagado, y el guion no logra determinar qué tan fresco o qué tan ducho se encuentra para los peligros que debe enfrentar; que le costará derrotarlos ya lo sabemos, porque las historias necesitan tensión narrativa.

En esta suerte de “historia mínima de un medio-demonio en el bosque”, Hellboy une fuerzas con una agente de la AIDP (Adeline Rudolph) y un hijo pródigo que regresa a aquel rincón sombrío (Jefferson White de Yellowstone) para enfrentarse a un montón de brujas y al tipo retorcido del título, cuyo diseño no solamente está a la altura de las circunstancias, sino que es lo más parecido a un dibujo de Mignola que se ve en los 99 minutos.

La historia intenta crear una atmósfera oscura, con personajes que van de una casa a otra encontrándose con sus moradores, que suelen ser rednecks afectados por alguna clase de poder oscuro. Hay un par de momentos interesantes, como el montón de piel que cobra forma humana o la serpiente que atraviesa a una persona, pero son excepciones. Y después de que Cuando acecha la maldad haya tatuado imágenes repugnantes en nuestras retinas con menos de lo que cuesta un chivito canadiense, ya no hay excusas.

Hellboy: The Crooked Man busca jugar con los espacios negativos para disimular la falta de dinero, pero no hay xenomorfos ni tiburones que se beneficien de la jugada. La acción está filmada de cerca y se nota, algunos efectos especiales sufren en pantalla grande (en Estados Unidos irá directamente a video) y todos los momentos de suspenso son resueltos con una sucesión de gritos y otros sonidos que resultan increíblemente molestos.

En un mundo de blockbusters que necesitan mil millones de dólares para dar ganancia, se aprecian las películas que buscan hacer más con menos. Pero aquí parece que la economía de recursos no es una decisión creativa sino un obstáculo, y no hay poder en la Tierra o el Infierno que logre superarlo.

Hellboy: The Crooked Man. 99 minutos. En salas.