La música de la canción “El pueblo unido jamás será vencido” fue escrita por el chileno Sergio Ortega (1938-2003), y su letra fue terminada en colectivo por el grupo Quilapayún, que la lanzó en 1973, pocos meses antes de que el golpe militar pusiera fin al gobierno de Salvador Allende. Hasta ese momento el caballito de batalla de Quilapayún era “Venceremos”, también de Ortega, con letra de Claudio Iturra, himno oficial de la Unidad Popular. Sin embargo, en el clima emotivo inmediato posterior al golpe de Pinochet, “El pueblo unido...” cobró una fuerza inusitada, convirtiéndose quizá en la obra más difundida de todo el ciclo de la canción protesta latinoamericana.

Fue adoptada en la masiva movida internacional de solidaridad con el pueblo chileno, y se mostró apta también para funcionar en el contexto de otras movilizaciones sociales y hasta el día de hoy, además de permanecer como un himno de identidad de izquierda, especialmente (pero no sólo) en aquellas cercanas a la bandera del comunismo. La película Himno da cuenta del origen y la circulación de “El pueblo unido jamás será vencido” y contribuye, y parece ser voluntario, a amplificar y extender el poder simbólico de esa bella canción.

En el correr de un metraje relativamente breve escuchamos fragmentos de la canción interpretada por grupos chilenos en el exilio y por colectivos (músicos profesionales o manifestantes) de Francia, Estados Unidos, Corea del Sur, Perú, Colombia, Rusia, India, Grecia, Irán, Nigeria y ainda mais. Suena en voces a capela, o con sonoridad de banda callejera, a veces con el agregado de instrumentos típicos locales, sea en su versión marcial más solemne (pulso con subdivisión binaria) o en la más swinguera y festiva (pulso con subdivisión ternaria), e incluso por una banda punk.

La película se concentra en algunos grupos, cuyos integrantes son entrevistados: el coro Hanns Eisler de Berlín, la banda Agit-Prop de Finlandia, el cantor portugués Luis Cilia, un colectivo japonés de activismo antinuclear y un conjunto chileno que participó en las protestas de 2019-2020, sin omitir una entrevista (sin imagen) al gran compositor-pianista estadounidense Frederic Rzewski, a propósito de su monumental serie de variaciones sobre la canción (The People United Will Never Be Defeated!, de 1975, fue, según cuenta, su contribución crítica a las celebraciones del bicentenario estadounidense en 1976).

El director Martín Farías tiene pocos antecedentes en cine. Como musicólogo, se especializó en música política chilena y sus vínculos con el teatro y el cine. Él mismo concibió, investigó, hizo la cámara, parte del sonido y el montaje de la película. Con respecto a lo específicamente cinematográfico, adopta de cierta tendencia mainstream reciente el empeño en ilustrar con alguna imagen todo lo que sea posible de lo que surge en los comentarios y entrevistas. La voz subnarradora comenta que determinada foto de Ortega con su novia recuerda una de las fotonovelas de aquella época, y vemos una mano que dispone un viejo ejemplar de revista de fotonovelas y mete la foto entre sus páginas; se comenta que Ortega compuso la música para una puesta de Romeo y Julieta en la traducción de Neruda, y vemos un ejemplar cascado de aquella edición del clásico shakespeariano. Se obtuvo una curiosa filmación de Quilapayún haciendo la canción en 1973, sobreimpresa con imágenes de una manifestación masiva en favor de la Unidad Popular, y eso es pretexto para comentar sobre el papel de las sobreimpresiones en el cine, que vemos ilustrada con fragmentos de películas mudas soviéticas.

Farías contó con la colaboración del italiano Archivo Audiovisual del Movimiento Obrero y Democrático (entre varias decenas de otras fuentes), y la película incluye materiales muy curiosos, en especial un documental estadounidense de tiempos de la Guerra Fría sobre el comunismo. Una vez establecidos sus principales personajes, el montaje queda zarandeando constantemente entre ellos, quizá en un intento de mantener presente la amplitud geográfica de la realización, pero en desmedro de profundizar en cada contexto específico o de revelar diferencias de actitud o de estética entre ellos.

Hay un testimonio según el cual la melodía de la canción surgió a partir de que Ortega se puso a chivear sobre las armonías del movimiento lento del “Sexteto opus 18” (1860) de Brahms en su transcripción para piano. Más adelante escuchamos una grabación de la voz de Ortega, que parece estar respondiendo a alguna crítica, virtual o real, en la que se reconoce como un seguidor del compositor Hanns Eisler (1898-1962), conocido por su actitud militante y sobre todo como habitual colaborador de Bertolt Brecht. En esa entrevista, Ortega dice que su música tiene raíces en Brahms y Mahler, y que él no tiene problemas en reconocer que deriva de esa tradición, sin ninguna pretensión de innovación, ya que su prioridad era el factor funcional político, que, en su concepto, configura un valor estético superior. En ese sentido, es una pena que la película no incluya una perspectiva más dialéctica, como hubiera sido la de dejar algún lugar a esa crítica a la que Ortega estaría contestando.

Un pensador como Coriún Aharonián, por ejemplo, hubiera hecho una fiesta con los datos de que esta marcha deriva de un compositor emblemático de una tendencia conservadora de la música alemana del siglo XIX, como parte de un linaje en que todos los nombres mencionados son germanos, lo que sin dudas facilitó mucho la adopción de esa melodía por los movimientos obreros europeos. Aharonián y varios de sus discípulos de la tendencia más experimental del canto popular uruguayo podrían haber hecho algún comentario mordaz sobre el carácter irreflexivamente triunfalista del texto de Quilapayún. Y digo esto no en un intento por anular el valor de esa preciosa melodía, ni el alcance innegable que cobró como símbolo político, o el aliento que brindó a un sinnúmero de causas importantes, factores de los que esta película da cuenta en forma contundente. Señalar las contradicciones profundas que a veces contienen los hechos estéticos no es desmerecerlos, y sin duda hubiera contribuido a enriquecer el acto de amor, a la canción y a las causas populares, en que consiste esta película.

Himno. 70 minutos. En Cinemateca.