El espectáculo Protocolo del quebranto, de la compañía canaria Unahoramenos, cuenta con la dirección de Mario Vega, a quien el público montevideano conoce por Moria, obra que se presentó el año pasado en la sala Verdi en el marco del festival Temporada Alta. Moria era una obra de teatro documental basada en testimonios reales de dos mujeres que vivían con sus familias en un campo de refugiados en la isla de Lesbos. La sombra de la guerra sobrevolaba; una guerra que había obligado a las protagonistas a abandonar su tierra y atravesar miles de kilómetros en busca de un futuro para ellas y sus familias.
Esa guerra genérica ahora se vuelve concreta y es el eje de Protocolo del quebranto. Sobre el vínculo entre esos dos espectáculos, el director Mario Vega explica a la diaria que con la productora Unahoramenos desde hace años se embarcan en proyectos “que tienen un nivel de investigación muy alto”.
Con Me llamo Suleimán, adaptación de la novela homónima de Antonio Lozano, la productora hizo un trabajo sobre los migrantes. “En ese caso se contaba la historia de un joven que vivía en Bandiagara, un pueblo de Mali, y todo su recorrido hasta llegar a las vallas de Ceuta y Melilla, ser devuelto y, al final, cruzar en pateras hasta llegar a las islas Canarias. Es un espectáculo de 2015 para el que se hizo una investigación muy grande, trabajamos con el bambara, el idioma de Suleimán, entre muchos otros elementos”, agrega.
“Años después, hicimos Moria y para eso nos documentamos yendo al campamento de refugiados de Moria. Hicimos 19 entrevistas en profundidad en las que analizábamos sobre todo la situación de las mujeres en campamentos de refugiados con ese concepto de doble vulnerabilidad. Fue un trabajo de teatro documental. Pero nos faltaba hablar de los motivos de las migraciones, y uno de los motivos era la guerra. Y es cuando estalla la guerra de Ucrania que decidimos que era el momento”, explica Vega.
El espectáculo no elude abordar la dualidad con que en Europa se enfrenta la situación de los refugiados según su origen: “Si bien hay 30 conflictos armados muy activos ahora mismo en el mundo, Europa se sensibiliza cuando el conflicto pasa con sus iguales, con los blancos. De la terrible guerra de Sudán o de Etiopía llegan permanentemente migrantes a España o a Europa, cruzando el Mediterráneo, y son devueltos, no considerándolos refugiados. Hay un concepto muy racista detrás de esa supuesta solidaridad europea”.
Viajaron a Ucrania y luego realizaron mesas con especialistas para abordar las implicancias de la guerra desde diversos ángulos. ¿Cómo fue ese proceso?
Iniciamos el proceso yendo a Ucrania. Fuimos a Kiev. Fue un viaje complicado; lógicamente, todo el espacio aéreo de Ucrania está cerrado. Hicimos un viaje de 12 horas en tren desde Cracovia hasta Kiev y ahí pudimos empezar a hacer una serie de entrevistas a víctimas directas de la guerra. Un padre que perdió a su hijo por un francotirador que le había volado la cabeza y al que tuvo que enterrar en el jardín de su casa hasta que llegaran los forenses franceses. El cura de la iglesia de Bucha, que tuvo que enterrar en el jardín de su iglesia más de 100 cadáveres porque la morgue estaba cerrada. Un joven de 18 años que unas semanas antes había perdido una pierna en un tiroteo en el Donbás. Muchísimas entrevistas de las que recopilamos información para construir el espectáculo.
Por otro lado, hicimos tres grandes mesas con autoridades internacionales, una con juristas, otra con periodistas de guerra y otra humanitaria, con representantes de las principales instituciones que están en el frente, como Médicos sin Fronteras o Amnistía Internacional. Las mesas se hacían públicas en auditorios que se llenaban, pero al día siguiente venían los integrantes a pie de escenario y trabajaban con el elenco y conmigo con base en la obra que estábamos trabajando. Así esclarecían sus diferentes puntos de vista e íbamos estableciendo una dosis de realismo sobre la ficción que estábamos creando. Porque, a diferencia de Moria, que era teatro-documento, este es un espectáculo fundamentalmente de ficción. El desarrollo de los personajes viene de personas reales, pero son personajes reales metidos dentro de una estructura de ficción.
Ver a un personaje que sigue los enfrentamientos tirando de un carro inevitablemente nos hace pensar en Madre Coraje. ¿Hay puntos de contacto con la obra de Bertolt Brecht?
Yo creo que hablar de la guerra, de un carro y del menudeo de venta persiguiendo la guerra para seguir vendiendo lógicamente nos va a recordar a esa Madre Coraje de Brecht, pero, más allá de eso, hay pasajes más de esos no lugares beckettianos. Si bien la obra parte de la documentación que hacemos en Ucrania, no corresponde a ninguna época determinada, podría estar sucediendo en cualquier parte del mundo o en ninguna parte del mundo. En esta obra lo que planteamos, fundamentalmente, es esa relación entre los personajes. En este caso, es un traficante de armas que nos podría recordar a esa Madre Coraje, pero que tiene sometida a una mujer deformada que se ha criado en un búnker de guerra y a la que él tiene como una especie de esclava. Al mismo tiempo, llega un fotoperiodista que ha pisado una mina de guerra. La relación entre esos tres personajes es lo que compone ese espectáculo como metáfora de las tres bases del poder: del que mira de afuera, del invasor y del invadido. Lo que establecemos en el relato de nuestro espectáculo es que no existen víctimas y victimarios; en el fondo, para nosotros todo termina siendo lo mismo. La premisa es que la guerra es un cáncer y que todo el que se acerca a la guerra termina sufriendo de una metástasis que lo envuelve. Si bien podemos establecer a esos machos alfa como pueden ser un Netanyahu o un Putin, y ahí tenemos claro en nuestro imaginario quiénes son los buenos y quiénes son los malos, una vez que bajamos al soldado raso que está en una trinchera, no creo que sea tan fácil establecer la relación entre víctimas y victimarios. Probablemente, sean todos víctimas.
Protocolo del quebranto, de Mario Vega. Jueves 24 y viernes 25 a las 21.00 en la sala César Campodónico de El Galpón. Entradas en Redtickets y boletería a $ 1.300. 2x1 con la diaria.