Bajo terapia es una producción de Tornasol, una empresa cinematográfica española de alto perfil manejada por la uruguaya Mariela Besuievsky, cuya carrera internacional descolló a partir de la notoria competencia de su trabajo en El dirigible (Pablo Dotta, 1994). Las producciones Tornasol suelen ser convencionales, elegantes, ambientadas con música orquestal, pensadas para un público amplio, con actores conocidos. Muchas tienden lazos con el Río de la Plata, especialmente con Argentina. Esta película no es una coproducción, pero está basada en una obra teatral argentina, escrita por Matías del Federico.

La película, dirigida por Gerardo Herrero, fue rodada en plena pandemia, y el hecho de que emplee un reparto estrictamente delimitado a seis personas que actúan en una única locación –excepto por el prólogo, cuando todos están llegando, y el epílogo, cuando se van– puede haber sido una vía oportuna para mantener la actividad en un momento tan restringido. Los actores pueden no ser archiconocidos a nivel internacional, pero todos tienen una relevante trayectoria en España.

Fele Martínez actuó en películas de Pedro Almodóvar y Alejandro Amenábar, Alexandra Jiménez, en una de Álex de la Iglesia, y Juan Carlos Vellido fue aún más allá al aparecer como el capitán de barco español en algunas de las películas de la franquicia Piratas del Caribe, además de actuar en realizaciones de Guillermo del Toro y Steven Soderbergh.

La situación inicial de la historia se puede vincular con Diez negritos (1939), de Agatha Christie: tres parejas que, cada una por su lado, hacían terapia de pareja son convocadas por su psicóloga para una sesión grupal. Cuando llegan al lugar de la convocatoria –ninguna pareja conoce a las demás–, resulta que la terapeuta no aparece y, en vez de eso, dejó una serie de sobres numerados con instrucciones, que ellos deben abrir en secuencia. La película no es un thriller, como puede sugerir el clima del inicio, sino más bien un drama con toques cómicos. La vuelta de tuerca final, bastante inverosímil, termina conectando con esa promesa inicial de orden policíaco.

No sólo el final es inverosímil. Como pasa muchas veces en los dramas cinematográficos y teatrales, todo el funcionamiento se basa en una disposición general de los participantes a abrirse en confesiones y explicitar sus pensamientos, que involucran, además, revelaciones importantes. Todos parecen sentirse bastante incómodos en esa especie de autoterapia colectiva con gente que nunca vieron antes en sus vidas, y, sin embargo, sin mayor explicación, siguen las instrucciones de los sobres que se van abriendo de a uno, aun si algunas de ellas violan frontalmente la ética médico-psicoanalítica –por ejemplo, cuando la psicóloga insta, a través de sus instrucciones escritas, a alguno de los presentes a revelar determinado secreto a su pareja–.

Entre otras cosas que emergen en esa sesión inusual de terapia, hay un divorcio inminente, decaimiento del deseo sexual, infidelidades, adicciones, micromachismos (y no tan micro), etcétera. Además de contar cosas que no parecían dispuestos a contar, los personajes tienen también una inclinación a explicitar sus reproches unos a otros, no sólo en el interior de las parejas (ventilando los trapos sucios e incluso agrediéndose verbalmente frente a las demás parejas), sino entre ellas, rompiendo con todo código de cortesía (comentarios tipo “pobrecita tu mujer, porque vivir contigo debe ser un infierno”), lo que parece pretender aportar al aspecto cómico.

Si bien hay algún atisbo de rebelión (alguno dice que se hartó y se va a ir de allí), siempre hay algo que los detiene. Con tales artificialidades, no sorprende que esos actores tan experimentados terminen desempeñándose como si fueran estudiantes avanzados de un taller de teatro. En forma algo ridícula, las directivas de la psicóloga están impresas en lo que parece ser papel antiguo, amarillento y oscurecido en los bordes, lo que parece pretender otorgarles una autoridad de documento histórico o religioso. Sin mucha explicación, antes de abrir cada sobre, alguno de los integrantes debe hacer sonar una trompeta, cosa que también se cumple a rajatabla.

Lo de los trompetazos, si bien desde el punto de vista anecdótico es un bolazo, contribuye a articular la película, que realmente se estructura en capítulos pautados por la apertura de cada uno de los ocho sobres. Al principio me temí que me fuera a terminar mareando, o al menos hartando, con la insistencia con que la cámara trazaba arcos suaves, constantemente, alrededor de los personajes, hábilmente coordinados con sus desplazamientos en el espacio, y además cambiando de dirección (de horario a antihorario a horario de vuelta) según se iba turnando la persona que hablaba.

Pero luego, en la sección correspondiente al tercer sobre, había muchos menos movimientos de cámara y un ritmo mucho mayor de montaje. El cuarto sobre se basa en encuadres cercanos y paneos entre los rostros de distintos personajes, con muchos parlamentos fuera de campo. Como la acción tiende a picarse cada vez más, los últimos capítulos/sobres son menos estrictos y más cambiantes, en función de las necesidades dramáticas.

Ese aspecto paramétrico de la película, como una especie de Vivir su vida (1962, Jean-Luc Godard) para consumo de masas, termina siendo más entretenido que la acción propiamente dicha, al menos para quienes no nos copamos con las convenciones teatrales de esta película.

Bajo terapia. 91 minutos. En Torre de los Profesionales, Life 21, Movie Punta Carretas, Alfabeta, Movie Montevideo, Portones.