Cada tanto, el canon de Rolling Stone se actualiza y, como siempre, genera polémica. Quiénes aparecen, quiénes suben, quiénes se van, quiénes siguen sin ingresar: son listas que invitan a jugar a mejorarlas y también a reflexionar sobre el lugar de la música en nuestras vidas.
Con la universalización de internet, en los albores de este siglo, empezaron a proliferar las listas, rankings o como se les quiera llamar. Revistas, portales y afines arman a piacere “los mejores equis de la historia”, agrupados de a diez, 25, 50, 100 o más, siendo “equis” arte, autos, jugadores de fútbol, antivirus para cuidar la PC y casi cualquier cosa que sea listable.
Con el correr de los años se acumularon tantos rankings que ya es hora de hacer la lista de las mejores listas porque es difícil no marearse ante tanto estímulo rankeado. Sea como fuere, lo cierto es que la lista más conocida de todas, que no necesita presentación, es la de “los 500 mejores álbumes de la historia”, de la legendaria revista estadounidense Rolling Stone, fundada en 1967, quizás porque la música suele ostentar un grado de pertenencia más alto que otras artes en el ser humano promedio. ¿Cuántas veces leyeron su libro preferido o vieron su película favorita? Seguramente muchas menos que las ocasiones en que escucharon el disco que más aman.
La primera edición de la famosa lista se hizo en 2003, en el formato estándar de la revista, y luego salió como libro (en 2005). Más adelante se reeditó un par de veces, con ligeras actualizaciones. La última se publicó como libro hace poco tiempo, con su correspondiente traducción en español, y ya está ubicable en librerías uruguayas. Esta edición no es un acto menor, ya que cuando una lista se convierte en libro la cubre un manto más serio y eterno: sostener semejante libraco entre las manos tiene más peso –literal– que un conjunto de revistas, y ni que hablar comparado con lo que podemos leer en la inasible web.
En la introducción del nuevo libro, el editor de Rolling Stone Rob Sheffield explica que llegaron a la lista definitiva luego de realizar una encuesta entre “cientos de artistas, músicos, productores, críticos y representantes de la industria musical”. Recibieron votos con el top 50 de más de 300 personas, entre las que había gente tan diversa –tanto por su arte como por su edad– como Beyoncé, Taylor Swift, Billie Eilish, Stevie Nicks (Fleetwood Mac), Gene Simmons (Kiss), Herbie Hancock, Lars Ulrich (Metallica), The Edge (U2), Jimmy Cliff, John Cale (Velvet Underground), Steward Copeland (The Police), Rob Halford (Judas Priest) y un largo y caleidoscópico etcétera.
Oda al vinilo norteño
Antes que nada, el libro es una oda al álbum como formato y concepto. De hecho, en la introducción Sheffield arranca de una, sin miedo a perderse en los amplios terrenos de la hipérbole, señalando que el vinilo es “el mejor invento del siglo XX”: “El formato musical definitivo. Nada supera al álbum en lo que a expresión creativa se refiere. Desde el sonido de sus surcos hasta el diseño de sus portadas, es la forma más profunda de contar la extensa y extraña historia de la música pop. Cada cierto tiempo los expertos declaran la muerte del álbum. Pero siempre se equivocan”, escribe un optimista Sheffield.
Antes de meternos en el libro, no viene mal deslizarse por unas pequeñas digresiones. Como los discos fueron propuestos por músicos y críticos del norte (muchos estadounidenses, algunos ingleses; es decir, casi todos anglosajones, con alguna pequeña excepción como el colombiano Carlos Vives), nos vamos a topar más que nada con material de rock y pop anglosajón (sería una utopía muy lisérgica que Taylor Swift eligiera Mediocampo, de Jaime Roos, como uno de los mejores discos). Por lo tanto, son los 500 mejores álbumes de la historia anglosajona.
Además, como es una oda al álbum en forma y contenido, en la lista se incluyen los discos que fueron grabados pensados como tales, y esto deja afuera a álbumes imprescindibles de, por ejemplo, música clásica (acá hay, más que nada, yanquicentrismo, dado que la música clásica es muy de europeos). Claro está, Beethoven no compuso sinfonías pensando en grabar un LP porque directamente aún no existía la tecnología (ni la de registrar sonidos ni la del formato disco), pero está lleno de álbumes de música clásica majestuosos e imprescindibles. Por suerte, algunos de ellos se consignan en el libro 1001 discos de música clásica que hay que escuchar antes de morir, de 2008 (sí, otra de las tantas listas).
Sustantivo y adjetivo
El libro tiene formato cuadrado, apenas unos centímetros más chico que la portada de un vinilo –hasta en eso remite a la oda del formato–, y consta de 256 páginas, dedicando, en promedio, cada una de ellas a dos o tres discos. Lo que se destaca desde la primera hojeada es el arte gráfico: muchas fotos y muy buenas, ya sean de los músicos en cuestión o directamente la tapa del álbum rankeado. Cada disco listado se acompaña con una breve reseña de una cincuentena de plumas de la revista.
Los textos son breves apuntes sobre los discos, al mejor estilo Rolling Stone: sans façon y de brisa irreverente. En general se mezcla una frase del artista que parió el álbum con un comentario del periodista acerca de la influencia que tuvo tal o cual aspecto del disco de turno y descripciones muy certeras de algunas canciones. Esas semblanzas suelen venir en un formato sustantivo más adjetivo, que por momentos son tan sui generis que nos van a eyectar de la silla para buscar el reproductor de música más cercano y corroborar ese paisaje de canción que nos pintan las dos palabras que acabamos de leer.
Un par de ejemplos: en la reseñita de The Wall (1979), de Pink Floyd, que está en el puesto 129, podemos leer “el trueno totalitario” de la canción “In the Flesh?” y la “languidez suicida” de “Confortably Numb”. A su vez, cuando se habla de Let It Bleed (1969), de los Rolling Stones (puesto 41), se describe la “adicción sexual” de “Live With Me”, el “blues homicida” de “Midnight Rambler” y el “moralismo épico” de “You Can’t Always Get What You Want”.
Además, el libro cuenta con recuadros laterales titulados “cómo se hizo” para profundizar sobre la creación de algunos de los álbumes comentados, que seguro harán las delicias de los cazadores de anécdotas. Por ejemplo, se cita a Tommy Ramone comentando que el famoso y homónimo disco debut de los Ramones, de 1976, fue grabado con guitarras de 50 dólares en menos de una semana.
Top ten
Está en la cima del monte perogrullo que esta lista, como cualquier otra, es puramente subjetiva, y se podría alterar el orden de los discos, agregar unos y quitar otros (de hecho, esa es la diferencia con las listas anteriores), y todos quedarían satisfechos y descontentos por igual. Pero, más allá de las posiciones, que es lo de menos (lo importante es quedar adentro del selecto grupo de los 500), la lista sirve como un mapa de coordenadas de la música popular anglosajona de los últimos 70 años
Repasemos los primeros diez –del primero al último– para tener un breve panorama: What’s Going On (1971), de Marvin Gaye, Pet Sounds (1966), de The Beach Boys, Blue (1971), de Joni Mitchell, Songs in the Key of Life (1976), de Stevie Wonder, Abbey Road (1969), de The Beatles, Nevermind (1991), de Nirvana, Rumours (1977), de Fleetwood Mac, Purple Rain (1984), de Prince, Blood on the Tracks (1974), de Bob Dylan, y The Miseducation of Lauryn Hill (1998), de Lauryn Hill.
Ni al más enfermizo fanático de Nirvana se le podría ocurrir que en la historia de la música hay realmente sólo cinco discos mejores que Nevermind, que aparece en el sexto lugar. Pero su inclusión en la lista no es sólo por su contenido per se (la música nunca es sólo la música), sino también por el impacto que tuvo, y allí juegan tanto el disco como su circunstancia (sí: José Ortega y Gasset, de las 500 mejores frases de la historia de la filosofía). Esto es algo que se remarca sobre varios de los discos listados. Para muestra, en la reseña de Nevermind se subraya que “pocos álbumes han tenido un impacto tan abrumador en toda una generación y un impacto tan catastrófico en su principal creador” (por si alguien se lo perdió, Kurt Cobain, líder de Nirvana, se suicidó hace 30 años).
Como pasó en todas las listas anteriores de la Rolling Stone, The Beatles es el grupo o artista del que más discos se incluyen: nueve (uno menos que en la de 2003), que son básicamente los más relevantes, teniendo en cuenta alguna “rareza” como Meet the Beatles! (1964), un disco editado en Estados Unidos, en plena beatlemanía, que no es más que un refrito de With the Beatles (1963), el segundo álbum del cuarteto de Liverpool lanzado en su país natal, al que se le quitaron cinco versiones y se le sumaron singles de esa época como los omnipresentes “I Want to Hold Your Hand” y “I Saw Her Standing There”.
En la primigenia lista aparecía Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band (1967), nada menos que en el puesto 1, pero en la actualización que aquí nos ocupa, como ya vimos, el primero de los Beatles es Abbey Road, en quinto lugar. El argumento es que se trata del “disco más brillante” de la banda y “el álbum de los Beatles más querido de todos los tiempos”, ya que es “una colección de cortes magistrales grabados con una exquisita atención al detalle”, destacando que las canciones del lado B se encadenan “con una fuerza conceptual asombrosa”.
Hip hop y mujeres
A caballo de las actualizaciones, la lista fue perdiendo la omnipresencia del rock, inherente a los inicios de la revista, y así ganaron espacio géneros como el hip hop o la electrónica. Este movimiento va acompasado con el mainstream, ya que el rock hace un tiempito que dejó de ser el estilo más popular del mundo. Así las cosas, tenemos a Kanye West, con su disco My Beautiful Dark Twisted Fantasy (2010) en el puesto 17, que para la revista es “la obra de hip hop más impresionante del siglo XXI”, y en la lista está cercada por London Calling (1979), de los Clash, y Highway 61 Revisited (1965), de Bob Dylan.
Kendrick Lamar tenía 16 años cuando esta famosa lista se editó por primera vez. Seguro en esa época no imaginaba que casi dos décadas después su álbum To Pimp a Butterfly (2015) aparecería en la lista, nada menos que en el puesto 19, al que se cataloga como “un extenso y ambicioso retrato de Estados Unidos y su peligroso lugar en el país, con abundancia de influencias de jazz y funk”.
Acorde a los tiempos que vuelan, en esta actualización también hay más presencia femenina, como Back to Black (2006), el último disco de Amy Winehouse, Born This Way (2011), de Lady Gaga, 21 (2011), de Adele y Red (2012), de Taylor Swift, por mencionar algunos de los más recientes. También Horses (1975), de Patti Smith, pero, obviamente, ya estaba en la lista original, aunque en esta subió varios puestos (26). Ya que estamos: hay muchos discos de artistas mujeres, algunos de Fiona Apple o el sensacional Stories from the City, Stories from the Sea (2000), de PJ Harvey, que perfectamente podrían estar más arriba que algunos de los hiphoperitos de camperas grandes y caras malas, no por cuota de género sino por calidad musical. Pero hay tantas listas como escuchas.
Compilados y vivos
En el libro también se listan varios discos recopilatorios, que si nos ponemos ortodoxos no cumplen específicamente con la unidad conceptual mínima de un álbum, más teniendo en cuenta que algunos fueron publicados incluso luego de la muerte del artista, pero aquí otra vez pesan la influencia y el impacto. Un ejemplo emblemático es Legend (1984), el disco recopilatorio de Bob Marley & The Wailers, publicado tres años después de la partida del astro del reggae, que fue un éxito sin precedentes (sería el disco más vendido de toda la historia del género).
Otros compilados consignados son de los pioneros del rock & roll, cuando el álbum era lo último en lo que se pensaba y primaba editar canciones en singles y tocar en vivo cada noche. Es así que encontramos The Great Twenty-Eight (1982), con lo fundamental de Chuck Berry, y The Sun Sessions (1976), con las emblemáticas primeras grabaciones de Elvis Presley para el sello de Sam Phillips. También hay compilados de pop, como The Definitive Collection (2001), de ABBA, y álbumes recopilatorios que son la biblia de un estilo, como Nuggets: Original Artyfacts from the First Psychedelic Era (1972), de varios artistas, que contiene la quintaesencia del rock garajero.
Johnny Cash, a solas con su guitarra, ríe en el medio de su interpretación de la hermosa y melancólica balada country “The Long Black Veil” y al final pide un vaso de agua. Es la naturalidad que transmite At Folsom Prison (1968), uno de los discos en vivo más gloriosos de la música estadounidense, profundo y desnudo, que Cash grabó, como su título lo revela, en la prisión estatal de Folsom (California) ante unos 2.000 reclusos. Este es uno de los varios álbumes en vivo que se listan, como el también emblemático Live at the Apollo (1963), de James Brown.
Mientras se pasan las páginas de Los 500 mejores álbumes de la historia, podemos alegrarnos con tan sólo divisar la tapa de alguno de nuestros discos favoritos y disfrutar de la descripción de una de sus canciones, así como sorprendernos porque nos topamos con aquel álbum de Fulano e indignarnos porque no está el otro de Mengano. Enseguida nuestra mente se dispone a pensar en la lista ideal. En definitiva, nace algo lúdico en eso de ordenar y listar la cultura. Quizás las listas sirvan para eso, para jugar. A su vez, este libro es una bandera que se levanta con el romántico objetivo de reivindicar un formato que, sea en vinilo, CD o plataformas digitales, es una especie en extinción, amenazada por una fauna cada vez más aleatoria y efímera. ¿Algún día saldrá el libro Las 500 mejores playlist de la historia?
Voto latino
Con relación a la primera lista, en esta nueva edición hay una diferencia bien marcada al incluir discos de artistas hispanohablantes, pero –faltaba más– en algunos casos se trata de músicos que supieron tener gran éxito allá en el norte. Por ejemplo, casi al final –en el puesto 496– nos topamos con ¿Dónde están los ladrones? (1998), de la colombiana Shakira, que podrá ser su mejor disco, o no, pero lo concreto es que se trata del que la volvió universalmente conocida (es el que trae “Ciega, sordomuda”, “Si te vas”, “Inevitable”, “Ojos así” y la rockera que le da título al disco, todos exitazos).
También se incluye El mal querer (2018), de la española Rosalía, sobre la que se dice que “no sólo popularizó la centenaria tradición del flamenco, sino que también la transformó, utilizando el poder del Roland TR-808 y mucho desamor”. Tampoco falta Clandestino (1998), del músico francoespañol José Manuel Arturo Tomás Chao Ortega, mejor conocido como Manu Chao.
Los 500 mejores álbumes de la historia, de la revista Rolling Stone. 256 páginas. Liburuak, 2023.