Entre competidoras al Oscar a la mejor película que llegan con apuro antes de la ceremonia y films de terror que recaudan cien veces lo (poco) que costaron, se coló en la cartelera montevideana una de esas aventuras que los yanquis llaman diversión tonta. Sin grandes cuestionamientos sobre la humanidad como las que van por la estatuilla, y con un presupuesto mucho mayor que las de asustar. Bueno, y que las otras también.

Argylle: agente secreto es la más reciente película de Matthew Vaughn, un especialista en eso de divertirnos tontamente, con una filmografía que se ha caracterizado por momentos que parecen saltar de las viñetas de una historieta. No es casual que más de la mitad de su filmografía sean adaptaciones del cómic: dos películas de los X-Men y cuatro basadas en la obra del guionista Mark Millar (Kick-Ass y la trilogía de El servicio secreto).

Millar, que también llegó a la gran pantalla con Se busca y una segunda historia de Kick-Ass, es un conocido vendehumo del mundo de las historietas. Este escocés es famoso por hacer comunicados de prensa altisonantes y por filtrar información falsa (o parcialmente cierta) a los medios para promocionarse. Pero a la vez ha sabido rodearse de grandes dibujantes y sus historias suelen incluir escenas rimbombantes e hiperviolentas que parecen pensadas para la gran pantalla.

De hecho, una de las principales críticas que se le hacen a Millar es escribir historietas que son solamente vehículos para posteriores adaptaciones, pero él sabe muy bien que ahí está el dinero. Tanto, que en 2017 Netflix le compró toda su línea de creaciones originales. Pero no estamos acá para hablar de él, sino de Vaughn. Que sin vender tanto humo (aunque en esta película hay una escena donde humo es lo que sobra), supo filmar rimbombante y supo filmar hiperviolento.

Una de esas características queda de manifiesto en los primeros minutos de película. Henry Cavill es Aubrey Argylle, un agente secreto ridículamente cool y canchero, ridículamente eficaz, con un vestuario y un peinado igual de ridículos. Es la caricatura de un espía, es James Bond en el mundo de Entre navajas y secretos. Un tipo capaz de bailar con Dua Lipa (en un corto papel como asesina sensual) y luego perseguirla por escenarios exóticos. La exageración es adrede: lo que vemos transcurre dentro del último libro escrito por Elly Conway (Bryce Dallas Howard), la más popular novelista de espías del mundo.

Conway se convirtió en best-seller por sus aventuras de Argylle, que además de atrapantes cuentan con una verosimilitud que sorprende tanto a sus fanáticos (que van al lanzamiento disfrazados de los personajes) como a los verdaderos integrantes del mundo del espionaje, que ven cualidades casi predictivas en sus textos. Este detalle, que ella atribuye a la meticulosa investigación que realiza para cada volumen, la depositará en medio de una intriga internacional que tendrá más vueltas de tuerca que el fuselaje de un 747.

Lo primero será conocer a un espía del mundo real, Aidan, interpretado por el siempre eficaz Sam Rockwell, que aquí por momentos parece que estuviera canalizando a Will Forte. Un viaje en tren se convierte en enfrentamiento masivo (uno de tantos) donde Elly verá de primera mano la diferencia que existe entre el espionaje real y el de las novelas. Y aquí es donde Vaughn no se preocupa mucho por marcar una diferencia más grande: ella imagina cómo luciría su Argylle si fuera el que está enfrentándose a los malos, pero cuando cambiamos a Aidan las coreografías son las mismas, apenas si cambian los gestos de dolor y preocupación (al personaje de Henry Cavill todo parece salirle bien).

Esta quizás sea la principal crítica a Argylle: agente secreto. Vaughn no quiere limitar lo ultrapop al par de escenas levantadas de la novela, entonces abusa del slow motion en ambos mundos y termina corriendo el verosímil de toda la historia. Algo que con el pasar de los minutos y de las revelaciones funciona un poco mejor, pero que al comienzo parece una oportunidad desperdiciada.

Hay instantes en los que el director logra plasmar lo que ocurre dentro de la cabeza de la protagonista, como en aquellos dibujos animados en los que Bugs Bunny volvía loco al Pato Lucas cambiándole la ropa y los fondos con la ayuda de un pincel. Howard le saca jugo a esas escenas y a todas las demás, divirtiéndose en su rol de pez fuera del agua más que cuando le tocó correr en tacos en Jurassic World. El elenco, que incluye a la gran Catherine O’Hara, Bryan Cranston y John Cena, también parece aprovechar y jugar con lo que le va tocando.

Sobre la mitad de los 139 minutos de metraje la cosa cae un poco y al correrse diferentes cortinas lo que queda es un entretenimiento más genérico. Ahí Vaughn termina atrapado por la decisión de que Argyle: agente secreto tenga una calificación más baja para que los menores puedan ir al cine sin la compañía necesaria de un adulto. Eso obliga a atenuar las escenas de acción y ya no son válidos los disparos en la cabeza; sí al pecho. No traten de entenderlo.

En la sucesión de hordas de esbirros intercambiables se nota la poca imaginación del director para las muertes no horrendas, aunque sobre el final se destapa con un par de escenas (como la del mencionado humo) que casi valen el resto de la película. Ahí vuelven sus característicos needle drops, esos momentos de acción musicalizados con algún tema conocido, donde termina de quedar claro que a Vaughn le gustaría ser James Gunn, pero todavía le falta tantito.

Argyle: agente secreto. 149 minutos. En salas de cine.