En los días (¡las horas!) que siguieron al estreno de Madame Web, el discurso en las redes sociales recordaba lo ocurrido luego del estreno en 2022 de Morbius, otro personaje del rincón del universo de superhéroes de Marvel relacionado con Spider-Man. El detalle no es menor, porque se trata de uno de los pocos rincones que no están en manos de Marvel Studios, es decir Disney, sino que sus derechos los tiene Sony. Por eso cuando Spider-Man interactúa con los Avengers y el resto de los supertipos conocidos, lo hace mediante acuerdos entre las dos compañías.

Antes de volver a Morbius, me gustaría ahondar en el tema de las interacciones. Alguien podría pensar que, cuando no es necesario un acuerdo, la presencia de Peter Parker (el álter ego del Hombre Araña) sería más sencilla en las películas de “su rincón”. Sin embargo, vaya a saber si por estrategia o por negociaciones con Marvel Studios (que permitieron una trilogía de historias bien enganchadas con el megarrincón), cada película del arañaverso se encarga de que su buque insignia sea definido por los espacios negativos. Pero no me quiero adelantar.

Morbius no incendió la taquilla, pero se convirtió en furor en redes, con internautas que sin importar si habían visto la película o no, la definían como la mejor de la historia. Se generó una hipérbole que sonrojaría al mismísimo Stan Lee, con imágenes manipuladas que la ubicaban al tope de la recaudación de toda la historia, o como capaz de milagros comparables a los de Jesús. Como si aquellos “Chuck Norris facts” se hubieran encarnado en un film. Lo tragicómico fue que Sony reestrenó Morbius por un fin de semana buscando atrapar a ese público irónico... que no fue a verla.

Con Madame Web pasa algo similar, aunque con sus matices. Las malas críticas y la disección (a veces en vivo) que hicieron algunos usuarios de redes sociales llevaron a que la película ya tenga un pequeñísimo estatus “de culto”, con muchas personas que, tras leer hilos que enumeran momentos cuestionables del guion, contestan: “Ahora no puedo dejar de verla”.

Brevemente, aquí se conjugan dos ideas que a veces se confunden: las del consumo irónico y el placer culposo. El primer caso se refiere a aquellas cosas que nos entretienen pero (supuestamente) no por las razones que tenían en mente sus creadores, como productos risibles que originalmente no lo eran. Entre las críticas que se le hacen a este consumo está que el universo ofrece suficientes creaciones que entretienen por las razones correctas, además de que las regalías no discriminan entre niveles de ironía. Sobre todo si, por ejemplo, se popularizan videos o podcasts de gente con ideas sumamente cuestionables.

En el caso del placer culposo, la cosa debería ser más sencilla. Si escuchar un álbum de una estrella pop o consumir (irónicamente o no) la película de Britney Spears te resulta satisfactorio, no deberías sentirte culpable. Ni siquiera es uno de los diez mandamientos, así que la culpa judeocristiana podría mantenerse al margen, al menos por esta vez.

¿Qué pasa con Madame Web, entonces? Tuve que ir a verla para determinar, de primera mano, qué papel jugaría de aquí en más en mi consumo cinematográfico. Y con la misma subjetividad de siempre (los resultados pueden variar) opino que no estamos ante el choque de trenes que muchos pronosticaron o determinaron. Es una película con decisiones narrativas cuestionables, pero no dignas de un amateur, y que antes de la explosión del cine de superhéroes, más o menos en la época en la que está ambientada, hubiera sido otro producto fallido sin tanta alharaca.

Los lectores de historietas no deberían poner el grito en el cielo mucho más que cuando miran las películas del Hombre Araña protagonizadas por Tom Holland. El aspecto menos agradable de la historia, relacionado con los tótems animales y los poderes arácnidos en manos de cada vez más personas ya estaban presentes en los cómics que guionó J Michael Straczynski y dibujó John Romita Jr. a comienzos de este siglo. Me cayeron mal antes y me caen mal ahora, pero no tengo más remedio que aceptarlo.

Dentro de ese concepto, acompañamos a Cassandra Webb (Dakota Johnson) en una aventura que no es más que el origen del personaje creado en 1980, y en ese sentido engrosa la pila de películas en las que el o la protagonista deben “ganarse” los atributos que hacen conocido a su personaje. Como si Batman recién se pusiera la capucha al final del film o Superman usara el traje y volara en el último minuto del capítulo 217 de una serie que estuvo diez años al aire (pero basta de hablar de Smallville). Sí, Madame Web comete ese pecadillo, por lo que durante 116 minutos acompañamos a Dakota/Cassandra mientras descubre sus poderes, aprende a usarlos y finalmente les saca el jugo y derrota al villano. Poderes psíquicos relacionados con la clarividencia a través de una suerte de hilo de la vida que (lógicamente) aquí se asemeja más a una telaraña.

Al comienzo es un personaje desconectado y desinteresado, rol que a la actriz le cae muy bien si vieron algunas de sus entrevistas, dentro y fuera de la rondita de prensa de esta película. Sus primeras visiones estarán relacionadas con un villano malísimo (Ezekiel Sims, el que empezó a joder con los tótems) y tres jovencitas que él intenta matar antes de que adquieran poderes arácnidos y lo maten a él. Tahar Rahim hace lo que puede por parecer amenazador, aunque asusta más descalzo y de saco que cuando usa un pseudo traje de hombre araña. En varias escenas sus diálogos claramente no coincidían con el movimiento de sus labios, pero cuando coinciden también son problemáticos.

Hay publicidad nada encubierta de una marca de gaseosas, la intención aparente de construir una franquicia, y después está el tema de Peter Parker. Porque Adam Scott, compañero de trabajo de Cassandra, hace de Ben Parker. Y la historia ambientada hace 20 años tiene a un niño por nacer que será sobrino suyo, así que él sería su “tío Ben”. Sin embargo, durante las casi dos horas hacen malabares para no nombrarlo, algo que la película toma como chiste, pero que medio internet lo considera una ofensa sagrada.

Al final, el gran problema de Madame Web es cómo la mayoría de los golpes narrativos parecen construidos en forma retroactiva. El personaje tiene que terminar la película de tal manera, así que veamos cómo ir hacia atrás y mover las piezas en reversa hasta que encontremos nuestro comienzo. Hay algo de clarividencia, poderes psíquicos e hilos de vida en este razonamiento, pero no creo que haya sido lo que tuvieron los guionistas en mente.

Madame Web, de SJ Clarkson. Con Dakota Johnson. 116 minutos. En salas de cine.