Si hay un músico que sabe entrar ganando desde los vestuarios es Jaime Roos. Y para hacerlo no necesita ninguna parafernalia extramusical, sino sólo elegir una gran canción, de esas que tiene como para repartir, y salir a tocarla. En aquel postergado recital que al final tuvo lugar en el estadio Centenario en diciembre de 2021 y que marcó su vuelta al contacto con el público luego de más de seis años, Jaime y su Banda Completa arremetieron con “Amor profundo” –original de Alberto Mandrake Wolf que hicieron suya a fuerza de reversión perfecta–, esa murga canción que arrasa como napalm, ideal para un recinto gigante como ese.

Este jueves, apenas pasadas las 21.00 –es decir, con puntualidad uruguaya–, Jaime y los suyos dieron el puntapié inicial del ciclo de diez recitales en el Auditorio del Sodre (un récord para esa sala), con el que el músico empezó a cerrar esta temporada de presentaciones en vivo. La sala era el lugar original en el que se iba a presentar en aquel lejano 2020 para conmemorar la reedición remasterizada de su obra completa –20 volúmenes, en CD y plataformas digitales–, pero, como se sabe, vino la pandemia, corrió un río de reprogramaciones varias –hasta por motivos de burocracia surrealista– y se complicó el partido.

“Una sombra junto al medio tanque, / sin un mango en el bolso, / con el buzo en los hombros, / bien peinado p’atrás” fueron los primeros versos que se escucharon en el Auditorio del Sodre, y así Jaime y compañía nos pusieron en ambiente a todos los presentes. “Los futuros murguistas”, un himno que está cumpliendo 40 años, siempre pinta un paisaje que hace sentir nostalgia por el devenir carnavalero hasta a los que no tienen relación con el mundo de la murga, y calzó justo para un recinto como el del Sodre, como si de golpe todos fuéramos testigos de un ensayo de la vieja futura guardia.

Sin dejar caer la pelota, enseguida sonó “El hombre de la calle”, como la hace en vivo desde hace añares: arranca solo con Jaime, su guitarra y esa inquieta introducción en acorde menor y unos ligados de una nota suspendida que construyen un pequeño misterio hasta que se devela con el coro murguero. Se trata de una de las canciones más políticas de su discografía, y tres décadas después de publicada, más allá de que los medios de comunicación cambiaron, sigue vigente en su esencia, sobre todo en este año de campaña electoral: “No me hablen más de él, / no me hablen más por él, / que yo lo veo en cada esquina / y lo escucho en el café”.

Después del exquisito despliegue de artillería rítmica de “Tal vez Cheché”, vino el primer quiebre de ambiente, casi como otra puesta en escena, con tan sólo teclado, guitarra y bajo acompañando a Jaime y unas tenues luces rojas para acompañar a cada músico. Así se levantó un aura íntima y bolichera que dio lugar a la tanguera “Las luces del Estadio”, y en el público que llenó el Auditorio se pudo notar la ansiedad por escuchar una de esas frases jaimeras que se estampan en una canción casi a capela, desnudas de instrumentación, y desatan el nudo ficcional. En este caso, el del borracho que se asusta porque está aclarando: “¡Aguanten, che! Son sólo… las luces del Estadio”.

Con precisión de cirujano, la canción se encadenó con la también tanguera “Se va la murga”, una versión instrumental de “Retirada”, originalmente incluida en El puente (1995). En ella se lució Nicolás Ibarburu con las seis cuerdas de su guitarra Fender Stratocaster –a la que siempre le sacó un sonido personal y, como tal, reconocible–, dándole vaivén a la melancólica melodía para que en nuestras mentes todos cantemos “se va, se va la murga…”, aunque sobre el escenario nadie abriera la boca.

Como en las recientes presentaciones en vivo, a Jaime se lo notó muy prendido en el partido, con la gola sana, contento, charlatán y didáctico –hasta explicó algunas mínimas cuestiones técnicas de sus incontables cambios de guitarras–. Tampoco faltaron las anécdotas, que cuenta siempre con esa cadencia tan uruguaya y que perderían la mitad de la gracia si se describieran acá, con el frío texto. En un momento pisó fuerte el escenario y dijo que tocar ahí era el premio “a la porfiadera más grande que hay”. También hubo espacio para que mencionara la presencia de Luis Lacalle Pou: Jaime tiró el curioso dato de que nunca en su vida había tocado para un presidente de la República.

Segundo tiempo

Al igual que en las anteriores presentaciones, la Banda Completa tiene un grupo base, de casi diez músicos, más otros tres “grupos” que le dan el color que corresponde al género de turno: una cuerda de tambores, una batea de murga y un coro murguero. Todos se van alternando, entran y salen –incluso dentro del coro murguero–, y así regulan la maquinaria. En esta oportunidad, faltó con aviso Freddy El Zurdo Bessio en el coro, y eso se notó sobre todo en las canciones en las que se encarga de la voz solista en las versiones de estudio, como “Si me voy antes que vos” y “Amor profundo”, aunque cuando se sumaron todos los jugadores la táctica de la canción quedó intacta.

“Adiós juventud”, “Los Olímpicos”, “Cometa de la Farola” y otras grandes canciones fueron saliendo del escenario y encendieron más y más al público, que se mantuvo entusiasmado, con gritos, aplausos y afines –siempre hay algún desubicado que choca sus palmas cuando no debería, por ansioso–. Hubo gritos con pedidos varios y un tipo clamó por “La hermana de la Coneja”, pero no tuvo éxito porque hace bastante que Jaime no la toca. La que no faltó fue “Brindis por Pierrot”, en la reversión que arranca más tanguera que la original y al final, sí, con el coro a tope, es casi igual a la legendaria de 1985 (el aplausómetro se puso en rojo ante el verso “este brindis por Zelmar”).

El grupo sonó más aceitado que nunca con la funk y bien ochentera “Esta noche”, para bailar y dejar todo en la cancha, en esos despliegues en los que Jaime junto a su banda ostenta la pericia para mezclar géneros como si nada. En ese tren, uno de los puntos altos estuvo al principio, con la milonga-rock “Victoria Abaracón”, que en la parte rockera se aceleró un poco más que la de estudio y así Jaime demostró que a sus 70 años todavía se puede poner la camiseta.

La camiseta celeste, esa con la que se vistió simbólicamente cuando recordó –con tono de profesor– que el próximo 9 de junio se cumplirá un siglo del campeonato olímpico ganado por la selección uruguaya de fútbol en Colombes. Y así dio paso a “Cuando juega Uruguay”, su himno para la celeste, que movió al público como un gol de media cancha apenas arrancó el riff, y en la que obviamente no faltó la mitológica frase de la final olímpica de 1928: “¡Tuya, Héctor!”.

El recital cerró con “Durazno y Convención”, en la que Jaime aprovechó para presentar a cada integrante de la banda, que por primera y única vez en la noche tocó toda junta –más de 20 músicos arriba del escenario–, dándole a tope al motor para el final de la canción, así el ritmo nos abrazaba a todos como el viento de Durazno y Convención.

Nótese que a lo largo de toda esta crónica se habló de “Jaime” y no de “Roos”, porque a esta altura del partido su música nos es familiar, a los uruguayos en general pero, sobre todo, a los montevideanos en particular. Roos es el civil que hace trámites y lo llaman por la ventanilla 4, mientras que Jaime es el artista que se cuelga la guitarra y junto con su banda se manda 26 canciones en dos horas, que –algunas más, otras menos– ya forman parte del acervo cultural uruguayo, como Maracaná y la rambla.

Como suele suceder, porque el tiempo –nuestro– es finito y todo eso, Jaime se dio el lujo de no tocar otras de sus grandes canciones, como “Hermano, te estoy hablando”, “Una vez más”, “Pirucho” o “Despedida del Gran Tuleque”, por ejemplo, aunque esa “deuda” puede ser una de las tantas buenas excusas para que vuelva luego de este cierre de temporada. Jaime siempre está volviendo.