Las películas de terror y de horror (un día entenderé la diferencia) se apoyan bastante en el elemento de la sorpresa. No solamente en los momentos conocidos como jump scares, donde un sonido o una aparición te pueden hacer saltar del susto, sino porque una aparición terrorífica, un giro en la trama o el destino de un protagonista pueden aumentar la descarga de adrenalina por la que gran parte del público pagó su entrada.
Por eso, una buena recomendación puede ser ir a ver cine de terror (o de horror) sabiendo lo menos posible de la trama. Si aceptan el consejo, el resto de este texto debería ser ignorado. Disculpen si continúo hablando de Inmaculada, la película dirigida por Michael Mohan, pero es que si envío sólo dos párrafos no van a querer publicar la crítica.
Todo arranca muy bien, o muy mal, porque la acción transcurre en un convento, lugar que todavía no fue contaminado por la telefonía celular o la luz fría. Después de que nos explican que de allí no se escapa nadie, nos presentan a la inocente palomita que llega con todas las esperanzas y, uno intuye, querrá escapar en algún momento del film.
Ella es la hermana Cecilia, interpretada por Sydney Sweeney. La actriz se hizo conocida por sus papeles cargados de sensualidad y sexualidad (esa diferencia sí la sé) en la serie Euphoria y películas como Los voyeristas, también dirigida por Mohan. Aquí es evidente el esfuerzo por reducir esa carga, que esto no es Benedetta de Paul Verhoeven. La pérdida de la inocencia de Cecilia podría no funcionar si se hiciera hincapié en la voluptuosidad de la actriz.
Alejada de ese componente muy presente en historias de jovencitas aterrorizadas o asesinadas, Sweeney sí despliega el resto de los recursos necesarios del género, especialmente el llanto incontrolable, los gritos desgarradores y llevarse las manos al rostro cuando se encuentra en situaciones que lo merecen.
El guionista Andrew Lobel sabe que parte de una base que pone los pelos de punta a más de uno y construye a partir de ahí. Aunque el convento fuera de puertas abiertas, nos muestra una sociedad en miniatura con reglas estrictas, la devoción como parte esperada del trato y hombres que son un porcentaje ínfimo del total pero que (sorpresa... no) ocupan los cargos más importantes, con devoción incluida. Y si no te gusta, mejor, porque el sufrimiento es amor. No lo digo yo, lo dice la película.
Para peor, es una suerte de convento geriátrico al que las monjas más ancianas van a pasar sus últimos momentos. Así que mezcladas con escenas de la hermana Cecilia teniendo que besar el anillo de un superior tenemos escenas de monjas seniles que deambulan por los pasillos profiriendo profecías que siempre están a punto de cumplirse. Todo eso mientras el profesor de La casa de papel (Álvaro Morte) se presenta como potencial aliado, pero es que aquí hay que desconfiar de todos.
Inmaculada se maneja una buena parte de sus 89 minutos con un terror/horror soft, con siluetas en la oscuridad y jump scares telegrafiados, que de todas maneras logran incomodar un poquito. Y como en tantas otras ficciones (me viene a la mente El visitante, la miniserie basada en la novela de Stephen King), se somete a la protagonista a la disyuntiva de “¿Esto es real o no?” y al público a la de “¿Será sobrenatural o no?”.
La trama tiene dos momentos clave. El primero debería ser obvio por el título de la película, o si vieron el tráiler, y es cuando la hermana Cecilia queda embarazada sin haber tenido relaciones sexuales (sus superiores se encargan de confirmarlo de la manera más humillante posible). De inmediato, el convento la transforma en una versión millennial de la virgen María y la película nos regala algunas imágenes para el recuerdo.
Con la atención puesta sobre la recién llegada, también surgirá la envidia y la ira de quienes la rodean, y subirá la ansiedad de los espectadores porque peor que una joven inocente en peligro es una joven inocente embarazada en peligro. Ni te digo si ella puede ser la madre del futuro salvador de la humanidad.
El segundo momento clave es cuando las disyuntivas se resuelven y la trama recuerda a otras historias (que de referirlas en este párrafo estaría insinuando las respuestas). Demasiado cerca del final para mi gusto, se deja a Cecilia y su embarazo no deseado ante la última disyuntiva: “¿Será que saldré con vida?”, y se nos ofrece momentos esperables, pero no por eso menos adrenalínicos, que para algo fuimos al cine.
En los últimos minutos hay un par de momentazos que logran ser más que la suma de las correctas partes anteriores. Si gran parte del éxito se define en la sensación que uno tiene al abandonar la sala, Inmaculada te deja con una buena sensación y las ganas de hacer que alguna iglesia ilumine (guiño).
Inmaculada, de Michael Mohan. Con Sydney Sweeney y Álvaro Morte. 89 minutos. En cines.