En 2017 se estrenó la película Loving Vincent, dirigida por la polaca Dorota Kobiela y el británico Hugh Welchman. Además de contar una historia sobre las circunstancias que llevaron al suicidio de Vincent Van Gogh, cobró notoriedad por tratarse del primer largometraje animado realizado íntegramente con pinturas al óleo.
Kobiela había pensado en un cortometraje de siete minutos, y para ampliar la idea tuvo que recurrir a 125 artistas de más de veinte países, quienes pintaron las 65.000 piezas que compusieron cada uno de los fotogramas. Logró una nominación al Oscar como Mejor Película Animada, aunque la estatuilla fue para Coco, el film de Pixar inspirado por el Día de los Muertos mexicano.
La pareja de directores y guionistas dedicó varios años a su siguiente proyecto, que se estrenó en 2023 y acaba de llegar a Cinemateca. La vida de Jagna (en el original polaco Chlopi o Los campesinos) es una historia basada en la novela homónima de Wladyslaw Reymont, publicada entre 1904 y 1909, y que le valiera el Premio Nobel de Literatura en 1924.
Lo primero que saltará a la vista es que esta obra repite el complejo proceso de realización de Loving Vincent: se filmó a los actores delante de un croma, y luego se asignaban las escenas a diferentes artistas, dependiendo del estilo que se precisara. Si en la vida de Van Gogh los trazos referían a su obra, aquí hay varios homenajes a pintores polacos de fines del siglo XIX, incluyendo encuadres que remiten directamente a pinturas conocidas en aquel país.
Esta es, sin dudas, una película en la que forma y contenido están en constante choque. En los primeros minutos los ojos deben acostumbrarse a la sobrecarga de información y a planos cortos, más pictóricos que cinematográficos, y que por momentos recuerdan a los primeros videojuegos con actores de carne y hueso. Pero con el paso de las escenas la experiencia inmersiva logra que sea más fácil creer que lo que estamos viendo transcurrió en el pueblito de Lipce en la época antes referenciada.
Hay otro choque, y es el de la belleza de los escenarios y la representación de los personajes, que contrasta con una historia cruda. Hay música atrapante y momentos festivos, pero estos suelen funcionar como válvula de escape en medio de una narración en la que la protagonista atraviesa un calvario casi constante.
Interpretada por Kamila Urzędowska, Jagna es una joven campesina, soltera y sin apuro por dejar de serlo. Mantiene un romance con Antek, el hijo del granjero más rico del pueblo, quien a su vez enviudó hace poco tiempo. La manija social, presente en los 115 minutos, hace que el viejo Boryna fije su atención en Jagna y comience un cortejo en el que la mitad femenina no parece tener voz ni voto.
Además de tener dificultades para alcanzar sus deseos, la joven no podrá conformar a la chusma ni siquiera cuando cumpla con los mandatos de esa pequeña sociedad. Porque su belleza es envidiada, porque la esposa de Boryna lleva muy poco tiempo muerta... y también por su torpeza y falta de suerte a la hora de ser descubierta en plenos pecadillos.
Hay claros componentes narrativos asociados con las telenovelas, en especial con aquellas del siglo pasado. Tenemos el casamiento obligado (hermoso de ver y escuchar), los golpes constantes de la vida y hasta el amante prohibido, con la particularidad de que Antek está casado, tiene su propia familia y dista muchísimo de ser un príncipe azul. Así que no habrá forma de que la resolución sea sencilla.
Hablando de otro tipo de resolución, hay momentos en donde las pinceladas son tan pequeñas, en particular cuando retratan el rostro de la actriz principal, que nuestro cerebro puede caer en un “valle inquietante” y pensar que aquello es inteligencia artificial generativa o un filtro de Photoshop. Por el contrario, cuando las pinceladas se engrosan y algunos fotogramas coquetean con el impresionismo, el deleite visual es completo.
Ambientada en capítulos que corresponden a las estaciones, y que permiten cambios fuertes en la paleta de las pinturas individuales, la película de Kobiela y Welchman dice mucho sobre la misoginia, la violencia privada y los grandes infiernos de los pequeños grupos de personas. En el medio estará Jagna, convirtiéndose en evidencia de cada uno de los defectos de Lipce, casi al borde de la Jagnaploitation.
Quizás un acierto de los creadores haya sido el limitar nuestro conocimiento de lo que ocurre en la mente de la protagonista. Ella habla poco, porque poco la dejan hablar, lo cual disminuye las posibilidades de que el mensaje de la película entre a cucharadas. Seremos nosotros los que, después de contemplar el último de los cuadros (y asistir a un poco del detrás de cámaras en los créditos), nos veremos obligados a juntar la experiencia de esas dos horas y determinar si fue justo lo ocurrido con Jagna. Spoiler alert: no, claro que no.
La vida de Jagna, de Dorota Kobiela y Hugh Welchman. 115 minutos. En Cinemateca.