En junio de 2014, el inglés Bernie Jordan, de 89 años, se escapó de la residencia de ancianos donde estaba albergado para cruzar el canal de la Mancha y sumarse a las celebraciones por los 70 años del desembarco de Normandía, en el que había participado durante la Segunda Guerra Mundial. Su desaparición del residencial suscitó preocupación, pero cuando se descubrió su paradero el potencial drama de un anciano perdido dio paso al relato pintoresco de un viejo obstinado que cometió una pequeña travesura para conmemorar esa acción heroica de su juventud, confraternizar con otros veteranos de guerra y honrar a sus compañeros muertos. El relato se viralizó vía Twitter y terminó llegando a los grandes medios de prensa, de modo que al regresar, y para su sorpresa, Bernie fue recibido como una pequeña celebridad.

Acercándose las conmemoraciones de los 80 años del Día D, se decidió convertir esa historia en película, y el proyecto seguramente obtuvo la anuencia de los productores cuando se aseguró las presencias emblemáticas de Michael Caine y Glenda Jackson en los papeles de Bernie y su esposa Rene. Es una historia medio chirla para bancar un largometraje narrativo convencional. No es que Bernie estuviera encarcelado en un asilo vigilado por guardias: tenía total libertad de entrar y salir, pero evaluó que si hubiera revelado sus intenciones, hubiera tenido que enfrentarse a los médicos y enfermeros que le recomendarían que no lo hiciera, y prefirió salir callado.

Una vez que esta producción no pretendió ser otra cosa que un largometraje narrativo convencional, en la veta de historias inspiradoras dirigidas sobre todo a un público de adultos mayores, hubo que rellenar la anécdota con material secundario. Lo grueso de ese relleno es la alternancia entre Bernie (viajando y en Francia) y Rene, que quedó en la residencia. Hay de esos chistes de viejitos, referidos a las dolencias de la tercera edad, pero también a la manera simpáticamente malhumorada con que los protagonistas las llevan; a cierta inadecuación a los tiempos modernos, pero también a la manera en que sorprenden con su sabiduría a quienes asumen que están gagás o que la cultura de mediados del siglo XX equivale al Medioevo. Rene se ganó el afecto de sus cuidadores, muy especialmente de la enfermera Adele.

Además, hay flashbacks que remiten a cuando Rene y Bernie eran novios, él ya vestido como marino y pronto para partir a la guerra. También hay unos pocos flashbacks del desembarco del Día D. Como las escenas bélicas de ese tipo claramente excedían el presupuesto de una producción como esta, están hechas como las reconstituciones en los documentales de canales de cable: planos cercanos, breves, imagen difusa, movimientos entrecortados con step printing, para sugerir más de lo que es posible mostrar.

Todo es dulce y positivo. La residencia es bonita, espaciosa, impecablemente pulcra, con enfermeros y cuidadores atenciosos y comprometidos. Desde la ventana se ve el mar. Y toda la película está bañada en la música también dulce de Craig Armstrong, con su pianito y sus violines. En el visual predominan los tonos apastelados y la imagen es levemente difusa, como en las propagandas de artículos para bebés.

Queremos tanto a Glenda

Más allá de la miel, esta película remueve algunos sentimientos y cuestiones intensos. Por un lado, lleva la coronita de ser la despedida de Glenda Jackson (que falleció antes del estreno) y probablemente también de Michael Caine, quien anunció su retiro durante el lanzamiento. Volver a ver reunidos en una pantalla a los protagonistas de La inglesa romántica (1975), además de acentuar la reminiscencia crepuscular de una generación gloriosa para la actuación británica, contribuye a vivificar, en la película, la sensación de una pareja de varias décadas (por más que la pareja de El último escape sea mucho más lisa y no problemática que la de la conturbada obra de Joseph Losey). Caine, en especial, trasunta su inefable dignidad con su voz extraordinaria y su mirada profunda. Extrañaremos a esas dos presencias formidables.

El título en inglés, The Great Escaper (“El gran escapista”), juega con el del clásico El gran escape (1963, de John Sturges), una de las grandes películas sobre la Segunda Guerra Mundial. Los últimos 70 años nos dieron abundantes motivos para despreciar a la institución militar, pero, en todo caso, si esta tiene un argumento fuerte en su defensa es la Segunda Guerra: frente a la expansión imperialista nazi-nipona, el destino del mundo hubiera podido ser terrible si no fuera por los aparatos militares de Estados Unidos, Reino Unido y la Unión Soviética, y buenas ayudas de varios otros aliados. El desembarco de Normandía fue la acción a partir de la cual la derrota alemana quedó asegurada. Pero fue un momento terrible para quienes lo vivieron y costó varios miles de vidas. Sus participantes tuvieron motivos para recordarla con orgullo, pero arrastraron también el trauma de la violencia extrema y de pérdidas varias.

La mayoría de los flashbacks bélicos de esta película remite a un compañero de Bernie que murió en el desembarco y cuya tumba en el cementerio de Bayeux él pretende visitar, por sobre todas las cosas, en su viaje. Su amigo Arthur, a su vez, carga la culpa de que su hermano, que se unió a la resistencia francesa, murió en un bombardeo aliado en el que Arthur fue uno de los pilotos. No son sentimientos fáciles de sobrellevar.

Cuando una señora francesa se acerca a Bernie en la calle y le dice “muchas gracias” por haber participado en el desembarco, esto no traduce una mera disposición miliquera, sino la noción muy llana de que su esfuerzo y riesgo fueron fundamentales para salvarles la existencia a ella y a sus familiares y vecinos. Hay un momento interesante cuando Bernie y Arthur se reúnen en una mesa con un grupo de veteranos alemanes que también fueron a Normandía a llorar a los suyos. Uno de los alemanes se percata de que estuvo en la misma “Sword Beach” en que desembarcó Bernie, es decir que estuvieron, siete décadas antes, disparando el uno contra el otro.

Además, siempre es conmovedor ver a una pareja de viejitos que siguen queriéndose luego de varias décadas de convivencia amorosa. Frente a ello, presten atención a la frase final de Rene en la película, que se resignifica poco después con un sentido mucho más decisivo.

El último escape (The Great Escaper), dirigida por Oliver Parker. 97 minutos. En Cinemateca, Torre de los Profesionales, Life 21, Alfabeta.