Club Cero, coproducción de varios países europeos, de una directora austríaca que coescribió el guion con una francesa, fue rodada en buena parte en una institución educativa de Oxford. Quizá por ello muchas reseñas dicen que la acción transcurre en Inglaterra. No recuerdo ninguna referencia a un lugar concreto en la película, más allá de quienes sepan reconocer las locaciones específicas empleadas. Varios de los actores son efectivamente británicos, pero también hay franceses, daneses, una australiana y un egipcio. Está hablada en inglés, pero tiendo a tomarlo como una instancia de idioma internacional a lo euro Hollywood para una película ubicada en un lugar indefinido. Esta manera de apreciarla contribuye a su extrañeza y también a su carácter semipedagógico.
El ambiente es el de un liceo de élite y las escenas en las casas de las familias de los alumnos exhiben una estética arquitectónica y decorativa minimalista-moderna que sugiere fuertemente Alemania o Austria. La institución contrata a una especialista en nutrición, la señorita Novak, para orientar a los estudiantes. Novak impulsa la “alimentación consciente”, que consiste en elegir alimento saludable y además comer lo mínimo indispensable. Parte de muy buenos argumentos referidos a la salud, la ecología, el consumismo y las virtudes del autocontrol.
Luego de ese marco teórico-moral, Novak induce a los estudiantes a magnificar los daños de la alimentación no consciente y los beneficios de la consciente, a refrenar los ímpetus de comer y a sentirse, desde su nueva condición de austeridad alimenticia, saludables, activos, realizados y “puros”, y, por ende, superiores al grueso de la sociedad.
Lo que vemos es el surgimiento de una secta, que anticipa un inminente futuro apocalíptico para la humanidad, del que escaparán los “conscientes”. El máximo grado de “conciencia” alimenticia consiste en dejar de alimentarse: Novak predica que la necesidad de comer es una mentira sostenida por milenios, e invita a sus estudiantes a capacitarse para integrar un secreto Club Cero de personas que superaron la urgencia de ingerir alimento.
De alguna manera, la película exhibe una especie de distopía en la que, empezando por ese liceo para adolescentes ricos, se institucionaliza la anorexia. Pero lo que se muestra es también el proceso de formación de una secta de jóvenes, análoga a otras, como esos grupos religiosos que propician suicidios en masa. Quienes se integran al grupo lo hacen desde la peligrosa convicción de haber alcanzado una clarividencia, y quienes estamos afuera tendemos a considerar que a los integrantes les lavaron el cerebro.
La directora de la película, Jessica Hausner, tiene un estilo especialmente límpido, que casa bien con la arquitectura de los lugares donde filma y el ambiente de muchachos mayoritariamente blancos y rubios, con uniformes impecablemente lavados y planchados, en lugares de una pulcritud fuera de lo común.
La mayoría de los planos son fijos y ordenados en forma planimétrica (la cámara perpendicular a la pared del fondo, casi siempre con elementos simétricos). El paradigma estilístico en que se inserta implica muy pocos movimientos de cámara y muy disciplinados. Hausner lo modifica de dos maneras: incluyendo una cantidad de planos con un criterio alternativo, en que la cámara, en un leve contrapicado y con un lente gran angular, apunta a un vértice entre dos paredes, haciendo que el espacio se vierta en nuestra dirección como desparramándose por los costados (ocurre en el primero de los planos de la película).
La otra modificación son unos zooms pausados, casi siempre hacia adelante y combinados con un ligero desplazamiento de la cámara. Aun con esas modificaciones, se sigue dando uno de los efectos principales de ese estilo, que es una valorización de cada corte, que nos pega con la fuerza de un golpe “percusivo”.
Quizá el momento más significativo de ese efecto es cuando vemos la charla entre los padres de uno de los estudiantes sentados en reposeras en la parte exterior de su magnífica residencia. Uno de ellos comenta que teme estar malcriando a su hijo, y entonces el corte nos muestra una visión más amplia del lugar, que es aún más absurdamente suntuoso que lo que la vista previa nos hacía suponer.
El rubro más premiado de la película fue la música de Markus Binder, personalísima, con sus toques de percusión árabe-hindú y sus fragmentos corales, contribuyendo con sus comentarios, entre secos y satíricos, al tono específico de la obra.
Club Cero tiene un tratamiento de tipo pedagógico. Vemos las distintas estrategias de atracción y conversión usadas por Novak, en función de las personalidades y situaciones vitales de los estudiantes. Vemos cómo opera la presión de grupo. Nos armamos un panorama de distintas maneras en que los parientes de los estudiantes pueden reaccionar. Vemos la manera en que Novak, en un principio, logra mantener bajo control también a la directora del liceo.
Ese tono pedagógico casi panfletario (“Cuidado con lo que les enchufan a sus hijos en los colegios”) se acentúa porque los actores que hacen de estudiantes no son gran cosa, y aun los actores más experimentados que hacen de padres no supieron superar ese tono ilustrativo que tienen los diálogos.
Frente a esas características de cine de tesis resulta raro que el desenlace quede indefinido. Por ejemplo, nunca sabremos si es verdad que Novak no come jamás, o si sus estudiantes sufrirán, o no, de desnutrición. Hay algo siniestro en la actitud cada vez más fanática de los adherentes de la secta, y podemos pensar en la Juventud Hitlerista o en El pueblo de los malditos (1960, de Wolf Rilla). El retrato de la mayoría de los padres tampoco los deja bien parados, como tampoco lo queda la directora del liceo, y sin embargo el foco nunca llega a extenderse al grueso de la sociedad, como en La cinta blanca (2009, del también austríaco Michael Haneke). Nos queda el sabor extraño de una lección inconclusa. Se puede asumir como un defecto, o podemos darle la chance de tomarlo como una transgresión incómoda.
Club Cero (Club Zero), dirigida por Jessica Hausner. 110 minutos. En Cinemateca, Life 21, Alfabeta.