Que no daba puntada sin hilo es algo que se podría adjuntar a la presentación formal, incluida al comienzo de la película, como característica saliente de la personalidad de su protagonista. “Luis Pérez Aguirre (1941-2001), más conocido como Perico, fue un sacerdote jesuita uruguayo, escritor, teólogo y defensor de los derechos humanos (DDHH), que luchó por los derechos de niños y niñas, por los derechos de las mujeres y por verdad y justicia ante las violaciones de los DDHH ejercidas por el terrorismo de Estado antes y durante la dictadura civil-militar de Uruguay”, se dice con emulación digital de una máquina de escribir.

La huella de las palabras, el documental dirigido por Esteban Schroeder (El viñedo, Matar a todos, La historia casi verdadera de Pepita la pistolera) y Carla Valencia, es una extensa semblanza sobre el personaje –presentada por la Red de Amigos de Luis Pérez Aguirre y el Servicio Paz y Justicia (Serpaj) de Uruguay– que sirve para redimensionar su trabajo como activista e intelectual, y para descubrir las aristas más sutiles y humanas de su pensamiento y su acción.

Los que hablan son los amigos, familiares y compañeros de lucha de Perico, a través de testimonios captados en forma individual y colectiva. En todos los casos, sin excepción, además del recuerdo surge la palabra del sacerdote a través de sus abundantes escritos y publicaciones.

Con buen ojo, el sobrio relato avanza de forma intensa y poco nostálgica con la recreación natural de momentos muy específicos de la vida de Pérez Aguirre. Por ejemplo, transcurre una misa nocturna en la Montevideo de 1980. Luego del asesinato del sacerdote católico salvadoreño Óscar Arnulfo Romero, Perico decide dedicarle una homilía a su amigo y colega. La iglesia está llena, principalmente de jóvenes, mientras en el fondo del lugar un oficial de policía registra cada palabra dicha con un equipo de grabación: “Monseñor Romero le devolvió el valor a la palabra, expresión de la realidad de la verdad”, comienza la alocución del sacerdote uruguayo. Luego acusa a “los tibios y prudentes de este mundo” por el crimen del salvadoreño, y continúa: “Hay que señalar que monseñor Romero no sólo dijo la verdad, el asunto es que monseñor Romero dijo toda la verdad, y por eso fue asesinado. Y ahora, inspirado en su figura, y en su honor, no quiero terminar sin decir algo más. Me siento obligado a decir algunas verdades que no se pueden callar. Hermano militar, hermano funcionario del Ministerio del Interior, hermano de Inteligencia, que estarás aquí cumpliendo con tu trabajo. Desde el mes de setiembre pasado, aproximadamente, se ha venido realizando aquí lo que yo llamo secuestros de Estado, se detienen personas en la vía pública, generalmente sin testigos, y se los mantiene recluidos con interrogatorios mientras se niega fríamente la detención a los familiares. Siento que sería un traidor, un infiel a Dios y un cobarde si no hablo en este momento por los que no tienen voz”.

El médico y exintendente de Canelones Marcos Carámbula es uno de los que rescatan el momento de una denuncia pública hecha en el medio de la dictadura militar, en el ambiente de silencio forzado de aquellos días. Pérez Aguirre fue censurado, perseguido, detenido y torturado por el gobierno de facto, pero ninguna de estas acciones modificó su rumbo, tal como queda retratado en el film.

Fue impulsor y fundador del Serpaj y activo integrante de la Comisión para la Paz, hasta su repentina muerte. Escribió de forma abundante y sobre los más diversos temas. Fue ferozmente crítico en La iglesia increíble, materiales pendientes para su tercer milenio (Trilce, 1993) y una rara avis en La condición femenina (1995), expresándose sobre los derechos de las mujeres. Otros libros, como Carnet de ruta (1965) son indicados en el documental como guía fundamental en la vida de sus compañeros y seguidores. Además, escribió una infinidad de artículos de prensa, como parte del equipo de la revista canaria La Plaza.

El lugar

“Ricardo, Marcelo, Gustavo y Osvaldo” pierden a su madre, víctima de una tuberculosis, y propician la creación de un hogar para niños abandonados en Las Piedras, Canelones. “Compañero quiere decir compartir el pan, eso fue lo primero que aprendí de Perico”, cuenta Ignacio Sequeira, amigo y compañero del sacerdote y cofundador de la comunidad La Huella.

El lugar se convierte en la casa de Perico. El documental muestra el reencuentro del grupo fundador y la vida de personas vinculadas al lugar, como Marianela Larzábal, quien, además de destacar la férrea “postura política” de Perico, recuerda que el sacerdote soñaba con terminar sus días leyendo bajo un peral.

Cerca del final del documental, la voz y la imagen del escritor surgen rescatadas de una grabación casera. Transcurre 1989 y Perico integra la Comisión Pro Referéndum, instaurada con el fin de anular la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado. “Está usando la mitad de los argumentos, la parte que le conviene”, dice a cámara. Le habla al abogado Enrique Tarigo, quien por aquel entonces se manifestaba en contra del referéndum y era el vicepresidente de Uruguay. Por último, agrega: “Cuando se dice que estamos reabriendo heridas, yo me pregunto ¿cuándo las cerramos?”.

La huella de las palabras. En Cinemateca y Sala B del Auditorio Nelly Goitiño.