El 8 de julio de 1978 se perdieron 73 obras de Joaquín Torres García en el incendio que devoró totalmente el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro. Era una selección de su obra constructiva, que en parte había sido expuesta en París cuatro años antes, en el centenario del artista. No es exagerado referirse al episodio como la mayor tragedia del arte uruguayo, y a ella apunta el documental Pax in Lucem, actualmente en exhibición como parte de las celebraciones por los 150 años de Torres.

La película tiene dos ejes. Narrativamente, sigue a Alejandro Díaz, bisnieto de Torres y director del museo que lleva su nombre, mientras intenta reconstruir el recorrido que hizo su antepasado en Barcelona, París y Nueva York, entre otras ciudades, hasta que volvió a Montevideo. Lo que parece una gira didáctica termina volviéndose conmovedor, porque a través de distintos testimonios se logra transmitir la escala de la pérdida ocasionada por el incendio en Brasil. A ello aporta especialmente la performance de Díaz, que opera no sólo como relator y guía intelectual, sino también como faro emocional, gracias al singular cruce de conocimiento y vinculación personal con lo ocurrido. En esta historia, Díaz es un hombre que busca una reparación, pero no de orden material.

El otro eje es el mural Pax in Lucem, que le da título al documental. Se trata de una de las siete obras que Torres García y sus alumnos pintaron en el hospital Saint-Bois en 1944. Todas fueron arrasadas en 1978, pero los restos de tres de ellas regresaron a Montevideo, y su arribo recién se descubrió en 2007. La película da cuenta de ese hallazgo y de la posterior obra de restauración y el infructuoso intento de reconstrucción del mural por parte de dos artistas locales.

Dos cosas, que tal vez sean producto de un mismo estado de ánimo, llaman la atención en esta película. Por un lado, la ausencia del tema de la responsabilidad por el desastre ocurrido con la obra de Torres. Díaz y su equipo buscan comprender y divulgar, pero no denunciar, a pesar de que se trata de una historia en la que hay unas cuantas omisiones e irregularidades, tal como expusimos en la cobertura de la muestra Tiempo de mirar, de 2018, en la que se recreaban virtualmente algunos cuadros torresgarcianos perdidos. En el documental, enoja la superficialidad de lo que declaran dos funcionarias del Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro, una institución privada que ha borrado el episodio del incendio de su historia oficial, a pesar de que fue una noticia amplificada internacionalmente.

La segunda característica llamativa se vuelve evidente al final de la película: los creadores optaron por mostrar algo semejante a una terapia de sanación, que incumbe sobre todo a la propia familia de Torres, quizá como metáfora o avanzada de un proceso general de la cultura uruguaya. Son varios los parientes que brindan sus testimonios, como especialistas en distintos aspectos de la obra de su antepasado; ello incluye a un psicoanalista y a un niño que representa al tatarabuelo durante el tramo inicial del film, en el que el juego con las llamas marca una dirección simbólica. Pax in Lucem (“paz en la luz”) se revela como una obra que persigue la calma y la calidez, tal como el mural del mismo nombre cuyos restos coronan la muestra con la que se celebra al maestro en su museo.

Pax in Lucem, dirigida por Emiliano Mazza de Luca. 95 minutos. En Cinemateca, Life Cinemas 21 y Sala B del Auditorio Nelly Goitiño.