El candidato Álvaro Delgado propuso que se den incentivos para que los estudiantes de quinto y sexto de secundaria terminen el ciclo. 6.000 dólares. Si uno se lo piensa un poco, no hay por qué tomárselo a la tremenda, ya que la declaración podría enmarcarse dentro del género textual “promesa de campaña”, que tiene unas características particulares desde la elección de verbos en futuro (“cualquier joven podrá...”) hasta cierta vecindad con la ficción, además de que no suele tratarse de innovaciones conceptuales sino de algo que intenta decir lo que se piensa que el público desea oír. Es decir, podría deducirse que subyace la creencia de que no se termina el liceo por dificultades económicas, de que supliendo esa carencia se subsanaría el problema percibido y de que, más profundamente, lo importante es la culminación del bachillerato porque, por supuesto, eso provoca unas cifras observables. Como si se creyera que lo que mueve a las personas es el reforzamiento económico positivo, cual perros de Pavlov.

En el discurso de las autoridades educativas, se hace un especial énfasis en los pasajes de grado, al punto de que no resulta difícil enterarse de que docentes de primaria reciben fuertes presiones para evitar la repetición de cursos, además de que en secundaria se ha modificado la reglamentación de manera tal que los estudiantes puedan avanzar fluidamente sin que, puede estimarse maliciosamente, deban pasar por el enojoso trámite de hacer trabajos o incluso aprender a leer, algo que por supuesto en muchos casos no ha ocurrido en la escuela. Cualquiera que sea docente y esté leyendo esto recordará casos de adolescentes que no consiguen comprender y producir textos simples y, aún más, identificar la correspondencia entre los fonemas y los grafemas.

Sin perder el hilo del tema fuerte, es interesante detenerse en la motivación. ¿Por qué deseamos hacer ciertas cosas? Una primera respuesta podría ser que porque nos gusta, como cualquier actividad que encontremos agradable por sí misma, lo que suele llamarse “motivación intrínseca”. Una segunda posibilidad es la “extrínseca”, que consiste en hacer algo porque se espera una recompensa posterior, ejemplo de lo cual son todas aquellas actividades enojosas a las que nos sometemos en busca del salario. Por lo tanto, proponer un pago por terminar los cursos abonaría la idea de que estudiar es, sobre todo, un trámite indeseable que hay que atravesar para la obtención de una cosa posterior que probablemente sea trabajar, con toda posibilidad, en algo utilitario de lo que también querremos huir.

Con relación a los premios, existen estudios sobre la “sobrejustificación”, conceptualización que explica cómo personas a priori interesadas en ejecutar una determinada tarea, si deben hacerla en condiciones en las que perciben que el resultado de su conducta es un medio para lograr otro fin, en ocasiones posteriores muestran menor gusto por la actividad si esta se presenta sin la recompensa. Esto, por supuesto, ya existe en el sistema educativo, en todos sus niveles, donde se ven niños, adolescentes y estudiantes terciarios que orientan sus conductas a conseguir pasar de año o a exonerar materias.

Si el fin se ve desplazado del aprendizaje en sí mismo, arduo a veces y en ocasiones libre y creativo, la vista queda fijada en una zanahoria que siempre se gasta. El discurso del sistema educativo, en este gobierno y en los anteriores, se concentra en unos resultados numéricos que suelen sufrir intentos de manipulación. Las sucesivas administraciones observan que los adolescentes se van de los liceos y muestran su frustración por no poder mantenerlos encerrados allí, una verdad inmaquillable.

A cualquiera le dan ganas de irse de una actividad que se percibe como un trámite y no como algo gozoso o interesante por sí mismo. La adolescencia, una época en que la gente empieza a decidir su camino, es la etapa en que, con una percepción más cercana a la realidad que el palabrerío oficial, la gente hace uso de su libertad y se va de un lugar que tal vez no le está aportando nada. Pensando en plata, siguiendo el razonamiento, buena parte de la franja etaria mencionada ve con buenos ojos, un poco en chiste y otro poco en serio, seguir la vocación del narcotráfico, que ofrece mejores recursos económicos y más emociones, como enseñan las series y los referentes barriales.

Se puede observar cómo, además, buena parte del estudiantado, en todos los niveles, evidencia dificultades en la comprensión de mensajes de escasa complejidad. Es bastante posible que esto no se deba al reiterativo argumento de que “la educación no se adapta a los tiempos”, sino tal vez precisamente por lo contrario, por haberse amoldado a una época de culto a las imágenes coloridas que se mueven. El aprendizaje de la lectura y la escritura, que requiere una inteligente y metódica asociación de fonemas con grafemas en su primera fase, otorga herramientas a quien lo logra y deja afuera de las mejores conversaciones a quien no. El foco de la flaca propuesta del candidato, y de otros antes, está puesto en un síntoma y no en los cimientos con pies de barro.