Jorge Lanata fumaba bajo el agua. O podría haberlo hecho. La verdad es que Jorge Lanata fumaba en todos lados, a toda hora, en todo espacio, y estaba cómodo con eso. En tiempos de fumadores acomplejados, Lanata no tenía miedo de fumar como no tenía miedo -o no lo mostraba ni lo decía, no lo dejaba entrever- en ninguno de los ecosistemas que habitó.

Dominó la gráfica, el éter y la televisión. En cambio, padeció el teatro: quizás eso sí se le escapó cuando se autoproyectó como un Tato Bores contemporáneo que, como repetición, fue más farsa que tragedia. Se rio de eso también. Y siguió con su show en otra parte: volvió a la tele. Volvió a la radio. Escribió y publicó casi una veintena de libros. Y en un momento, a los 64 años, ya no pudo hacer más.

Transgresor. Creativo. Icónico. Punta de lanza. Vanguardia. Boludo. Entrevistador excelso. Irreverente. Mordaz. Innovador. Polemista provocador.

La descripción de las esquelas que recomponen su historia por estas horas navegan entre la apología y el cuestionamiento: por haber sido pionero para un aparataje mediático progresista (de medios, investigaciones e irreverencia en épocas de complicidad periodística con el menemato primero y la alianza después), pero luego haber ido a jugar al equipo rival cuando esa progresía saludaba el kirchnerismo y él se mantenía en la posición de ser, siempre, un grano en el culo. En el medio habían pasado casi 20 años.

Inventó la grieta -perdón, inventó el término grieta- para definir algo que la sociedad argentina conocía bien: la división -clasista pero no sólo clasista- entre peronismo y antiperonismo. Y luego, como hicieron Cristina Kirchner y Mauricio Macri, hizo del espacio ese -la grieta- su refugio existencial. Los tres se beneficiaron mucho de eso.

Preguntón. A veces inquisidor. Pocas veces puesto a responder, también dejó destellos de lucidez que hoy nutren el algoritmo de iutub. Con Julio Leiva, quizás la última vez, en una Caja Negra en la que reconocía la pregunta por la muerte -aunque, aún en 2022, la pensaba lejana-. Con Mariano Grondona, quizás la primera, cuando dijo -todavía al frente de Página 12 en los albores del menemismo y los 90- que era un liberal de izquierda, pero no era zurdo ni comunista. Con Charly García, en una entrevista memificada que lo dejó en órsay y de la que, sin embargo, acabó saliendo indemne jugando a algo que sabía hacer: hacerle la segunda a un entrevistado, dejarlo que tocara el piano, que hiciera música.

Hay también muchas de esas puntadas, más edulcoradas, menos espontáneas, en la biografía que escribió Luis Majul. En otra entrevista hizo un repaso de sus amistades roqueras y de la distancia posterior: se alejó de Fito Páez (pero no sólo de él) por sus diferencias políticas. Fue muy amigo de Andrés Calamaro y también de Chano Charpentier. ¿Por qué? Porque, como entrevistador, buscaba auscultar el alma humana y, en ellos, probablemente, hallaba tanta verdad como en ningún lado.

Mariel Fitz Patrick, que trabajó con él en la última etapa, dice que escribía fenómeno. Esteban Schmidt, que trabajó con él en la etapa de Revista Veintiuno, pos Página 12, dice que escribía mal. Ambos, sin embargo, destacan su osadía, su espíritu por hablarle de cara a cara al poder. Y, especialmente, al star system. Lanata no fue sólo un periodista ni un empresario de medios que fundó y fundió diarios y revistas, sino que fundó un modo de hacer periodismo político de show. Es decir: montar un show (de tv primero, de radio después, de tv otra vez) alrededor de la idea de que la política es una cochinada repugnante con la que se podía denunciar y, a la vez, hacer rating. Y se rio de eso con cara de enojado, sobreexcitado y con un cigarro siempre en la boca. “Es mejor leer un libro que ver un show político”, dijo alguna vez.

Hora 25. Página 12. Día D. Veintiuno. Veintidós. Veintitrés. Crítica de la Argentina. PPT (Periodismo Para Todos). Lanata Sin Filtro.

Que pintó un diario de amarillo con hojas de la guía de teléfono cuando Menem tildó de amarillista a Página 12. Que trajo tierra de Anillaco para venderla con la Revista Veintitrés cuando arrancó esa publicación con parte del staff de Día D. Que vendió una revista perforada para mostrar el agujero presupuestario. Que viajó a la supuesta bóveda de Lázaro Báez. Que montó operaciones mediáticas de alto voltaje contra los mapuches y contra Santiago Maldonado y su familia. Todos hechos probados y ciertos, que muestran una ética periodística displicente, siempre dispuesta al juego y la osadía.

Al final, cuando ya no podía decir nada, los programas de chimentos de Argentina se poblaron con rumores y suspicacias sobre los entuertos y las peleas de sus familiares y su última esposa. Deja dos hijas. Deja una pequeña fortuna en objetos de arte y de colección. Deja un legado imperecedero para el periodismo y el star system rioplatense (sus incursiones laborales en Uruguay fueron poco exitosas, pero su estela dejaba huella en Punta del Este). Le habló de vos a vos a Mirtha, a Susana, a Marcelo. También a Cristina y a Mauricio. Y les llamaba por el nombre. Sin embargo, él nunca dejó de ser Lanata.