En la explanada de la Intendencia de Montevideo, orillando 18 de Julio, se aprecian dos monumentos. El más visible y reconocido es el David de Miguel Ángel, cuya desnudez provoca la diversión de niños y la torpe ocurrencia de los hinchas futboleros que, en tiempos de gestas deportivas, lo visten de celeste. Vecino a la réplica renacentista se erige otra obra de arte que homenajea al dirigente político Wilson Ferreira Aldunate y que, producto de la ausencia total de un lenguaje figurado, siempre causó un pacato rechazo de la colectividad nacionalista, porque eso que está ahí no es Wilson. Y no, no es, así como el nudista no es el rey David, por más detallista que sea su esculpida representación, pero esto es yerba de otra cebadura.

El homenaje al caudillo blanco, autoría de los arquitectos Alejandro Baptista Vedia y Alejandro Baptista Acerenza –padre e hijo–, está compuesto por tres placas de hierro y vidrio, caladas y pixeladas, que delante de un muro blanco, una vez que nos alineamos –situándonos para ello en una traza de hormigón pulido bien identificable–, forman una silueta. Aquella pose icónica al regreso del exilio y antes de la detención y la proscripción electoral, brazos en alto en clara señal de victoria, ya que el retorno era el símbolo de la apertura democrática. La estatua, por sus materiales coloridos, su iluminación y su propuesta interactiva, es apreciable desde cualquier ubicación de la explanada, pero sólo desde un punto preciso construimos la imagen detallada.

Algo de eso sucede con la obra de Juan Campodónico, quien acaba de editar Todo esto tampoco soy yo, el primer proyecto discográfico que firma con su nombre, más allá de que, como veremos, sigue siendo un trabajo colectivo. Pareciera que el músico nos ubica por primera vez en el punto exacto desde donde vemos el mosaico completo de su performance artística. Todo aquello que hasta ahora apreciamos de manera fragmentaria ahora se combina y organiza: la energía rockera del Peyote Asesino, la elegancia tanguera y electrónica de Bajofondo, el collage de sabores latinos y galácticos de Campo, o todas las señas de su extensa carrera del lado de las perillas, en su exitoso rol de productor musical, desde No Te Va Gustar a Jorge Drexler. Todos esos mundos son Campodónico, su sonido es identificable como pocos, pero hasta ahora lo habíamos apreciado de manera solapada.

Tradición por delante

Todo esto tampoco soy yo, producido junto con Pablo Bonilla, nos anuncia desde el título que la cosa viene frondosa y variopinta, a pesar de la negación casi como reflejo de camuflaje. Como siempre, la paleta de colores va de la tendencia industrial a la tradición, síntesis que comenzó a construir en el exilio mexicano de su infancia y primera juventud –antes de los brazos en alto de Wilson–, cuando marmoleaba el hip hop y la new wave de la época con la música oriental que llegaba en casetes como cápsulas de identidad.

La canción que abre se llama “Milo”, como su hijo nacido en 2024, y empezamos a entender por qué un artista de tan vasta trayectoria se presenta recién ahora en primera persona: tiene cosas para contar. Luego de una intro ambiental y una secuencia de notas de piano precedidas por un violín bajofondero, irrumpe el cantor con chapa rapera y dice: “Como consejo, nunca ocultes tu verdad/ Que tu fiel compañera siempre será/ El odio es un monstruo corrompiendo almas frágiles/ Este es mi mensaje y como semilla florecerá”. Puede ser el consejo de un progenitor y también la moraleja de esta fábula si este fuera el final. La canción se termina de armar con la participación de Eli Almic, que enseguida toma el centro del ring como Laila Ali defendiendo el título mundial de peso supermediano.

Luego viene un casal de canciones con proyección de Grammy latino. “Frik” es un chachachá trapero que cuenta con la participación del mexicano Joseán Log y nos recuerda que todos somos raros. A continuación, el batuque pistero de “La duda”, con un Jorge Drexler más visceral y almodovariano que nunca.

Foto del artículo 'Debut solista del productor y guitarrista Juan Campodónico'

Foto: Gastón Gadda

El candombe apenas sugerido en “La duda” toma cuerpo en “Milongueado”, que, con la participación de Sebastián Teysera, impregna el disco de ese sur montevideano delimitado por Parque Rodó y Barrio Sur, el entorno donde se encuentra el centro de operaciones del músico productor –también el de La Vela Puerca– y que se trasluce en los versos “el viento que va/ soplando el Cordón/ sopla cuando quiere/ No sabe parar/ te roza y se fue/ vos sabrás si duele/ Paró de llover/ vamos a pasear/ y a romper los botones que ayer/ cosí con dolor/ pero no lloré/ la Isla de Flores sonó y me entregué”. Andan por allí unos sintetizadores que recuerdan al Hugo Fattoruso de “Pirucho”, síntesis de un sonido patrimonial.

“Onda expansiva” es una especie de descanso tecno en el laberinto cancionero y “De un fulgor a otro”, un viaje íntimo y reflexivo, de lo acústico a lo eléctrico, de la mano de la poeta Ida Vitale. “Quizás no se deba ir más lejos/ Aventurarse quizás apenas sea/ desventurarse más/ alejarse un atroz infinito/ del sueño al que accedemos/ para irisar la vida”. Es la primera vez que Campodónico musicaliza una poesía y elige a la uruguaya ganadora del premio Cervantes e integrante de la elogiada generación del 45.

El instrumental “Presentimiento” vuelve a explicitar sus coordenadas candomberas a partir de samples fantasmales de “Te hizo vivir”, de Jaime Roos, y el espíritu burlón de Mateo dando vueltas –todos sabemos lo copado que estaría con la electrónica de seguir en este plano–. Tras este concentrado de uruguayez, retoma las colaboraciones intergeneracionales, primero con Zeballos, para construir una balada hiphopera en “La distancia”, y luego el pulso electrónico de “Romántico”, con la compañía de Camila Rodríguez. Ambos casos, 110% radiables.

“El pinar”, anteúltima canción del álbum, anuncia el final de la obra con una calma ambient instrumental que es una casa de ventanas abiertas y cortinas susurrando el verano. Una casa uruguaya donde danza una milonga etérea y deconstruida. Y por último, “Simplemente la belleza”, donde rescata la voz de su padre, el actor y director César Campodónico, quien diserta sobre el arte y su rol político, en el sentido más amplio de la palabra. Un manifiesto a la belleza que, en los tiempos que corren, no deja de ser un David enfrentando a Goliat.

De padre a hijo, al igual que en el inicio. De alguna manera, como la película Irreversible, de Gaspar Noé, esta historia que Juan Campodónico eligió contar en primera persona empieza en la última escena y termina en el principio. Por eso, una vez que se callan los parlantes, la frase “como consejo, nunca ocultes tu verdad” suena a conclusión.

Como Jaime Roos, más allá del nomenclátor, a Campodónico le sienta bien el mediocampo, disfruta del panorama, de organizar el juego y no necesariamente de hacer los goles. Todo esto tampoco soy yo es una nave espacial babilónica, un presentimiento que evoca un tiempo anterior, un muestrario de reminiscencias futuristas. Como el arte en general, es un error pensarlo en términos lineales del estilo: el pasado en las raíces y el futuro en lo digital. Tal vez esté anunciando lo contrario y la tradición sea el futuro. De repente, cada una de las células atávicas de su música, siempre tan a la vanguardia, indica el camino a seguir, hacia dónde hay que ir y no sólo de dónde viene. El mediocampista sabe que, para avanzar, no todos los pases se hacen hacia adelante.

Todo esto tampoco soy yo, de Juan Campodónico. Altafonte, 2025. En plataformas.