¿Cómo se aleja uno del mundo? ¿Cómo termina por quedarse al margen? ¿Cuáles son los motivos? Creo que la única vez que leí una posible respuesta a estas preguntas fue en el cuento “El discipulado”, del sacerdote, pensador y escritor argentino Hugo Mujica.

El cuento, seleccionado por Ernesto Sabato para su antología Cuentos que me apasionaron, narra la relación entre un joven estudiante y un linyera. Un joven que entra a la vida y otro que salió de ella. Uno que espera y otro que ya no lo hace. Uno que aspira a distinguirse y otro que ha trascendido cualquier aspiración o anhelo. Por debajo está esa otra lectura, que trata del vínculo entre un discípulo y su maestro, entre alguien que desea aprender y alguien que tiene algo para enseñar, entre uno que aspira a ser en el todo y otro que vive en el todo (el título del cuento nos empuja a esta interpretación).

Aprovechando las facilidades del correo electrónico, le pregunto a Hugo Mujica qué es un discipulado y por qué darle ese título al cuento. Él me contesta que, desde su etimología, un discípulo es el que aprende, pero, sobre todo, es “el que se deja enseñar”. “Pareciera que todo enseña”, escribe, “pero con tal que uno preste oído”, con tal que uno esté atento y bien dispuesto. En el caso del cuento, “no es aprender una ‘verdad’, sino iniciarse, como su ‘maestro’, en la nada, y desde allí pasarlo a otro, al que se le abre ese misterioso canto final, sagrado y misterioso, que, como ‘discípulo’, ahora lleva dentro de sí”.

El autor se refiere al canto que aparece en el cuento, quizás como resultado de un largo proceso. Es un canto extraño, hermoso e incomprensible. Uno que puede ser el canto de un loco, un alienado, o el canto de un maestro, un sabio. Es un canto monótono, como una cantinela, o una letanía, dice el texto. Un canto en una lengua antigua, “quizás ya muerta, pero aún sagrada”.

Es bella la interpretación filosófica, o religiosa, pero siento que me atrae más su versión literal y entonces vuelvo a la pregunta del principio: ¿cómo nos alejamos del mundo? La explicación que da el linyera del cuento no es, sin dudas, la explicación que darían todos los linyeras, pero supongo yo, con algo de sentido común, que debe ser el caso de muchos, y si no lo es en sus particularidades, es probable que lo sea en lo esencial.

El linyera explica al joven cómo llegó a vivir en la calle, cómo se convirtió en un linyera. Cito su explicación casi completa porque nada de lo que pueda escribir acá servirá como verdadera referencia:

“Empezó cuando madrugaba, cuando todavía me acostaba. Siempre me gustó madrugar para ver cómo empieza el día, verlo cómo se abre, verlo crecer como una planta de luz que se abre desde la raíz, desde la noche. [...] Desde la cama miraba el techo y sentía que no había ninguna razón para levantarme, que nada de lo que me esperaba podría llegar a entusiasmarme. No era que no me gustase, simplemente que no me importaba, que lo mío era eso, no hacer nada. Lo mío era mirar hacia el techo, mirar hacia arriba, mirar nada... Siempre necesitaba un pensamiento, una idea, algo que me diera fuerzas para levantarme, no por vago, vago nunca fui, siempre fui disciplinado... Algo que me diera fuerzas para levantarme y hacer lo que los otros hacían, lo que los otros habían inventado que yo tenía que hacer si quería vivir como ellos vivían, como a mí no me importaba vivir. Vivir haciendo todas esas cosas que después de un rato me gustaban, cuando la cabeza me empezaba a funcionar, empezaba a tomar velocidad, a moverse, a acelerarse, como la vida en la que me tenía que meter. Pero que, en ese momento, en esos cinco minutos, yo sabía que esa vida no era la mía, que lo mío era eso: nada. Cada vez me costaba más levantarme, me levantaba igual, por disciplina, a los cinco minutos, pero esos cinco minutos se iban dilatando, iban siendo donde me gustaba vivir. Iban ocupando las horas, después los días enteros, quiero decir que cada vez hacía más las cosas, el trabajo, la gente, los amigos, la familia, sin ganas, mirando hacia arriba, aunque no levantara la cabeza. En todo veía nada, como si siempre viese más allá de lo que miraba, como si todo se fuera transparentando, dejando ver nada en todo lo que veía, nada en lo que no miraba, nada arriba, nada... O todo, pero todo transparentándose, todo en nada... O nada, en todo...”.

Allí termina de hablar el linyera.

Al día siguiente de transcribir esta extensa cita, veo una entrevista a Hugo Mujica en internet. Es de 2015, y lo escucho decir que a él le gusta copiar los libros; si algo le gusta mucho o le interesa, lo copia, como yo les copio ahora este largo y precioso discurso del linyera en “El discipulado”, porque creo que es valioso y para que aprendamos algo nuevo, nosotros, los enseñables.