Los monstruos del folclore y la ficción suelen ser reflejos apenas velados de lo peor de nosotros, y Stephen King lo sabe muy bien. Pero dentro de una vasta (vastísima) producción de novelas y cuentos, el “rey del horror” ha sabido combinar las amenazas sobrenaturales con otras completamente humanas. Y esas son las que me asustan más.

Por cada personificación del Demonio hay una enfermera retirada que mantiene encerrado a su ídolo literario. Por cada entidad transdimensional cambiaformas hay un director de prisión que les hace la vida imposible a los reclusos.

En ocasiones parece que el enemigo fuera la humanidad, aunque rascando muy poquito descubrimos las condiciones creadas por la élite (cuándo no) para el dominio de las masas. En El fugitivo, novela de 1982 que fuera adaptada por primera vez con Arnold Schwarzenegger a la cabeza, el lejano año 2025 tiene programas de televisión que entretienen al público prometiendo una fortuna al pobre diablo que sobreviva a unos cazadores.

Aquel libro fue publicado bajo el seudónimo de Richard Bachman, cuando King tenía miedo de saturar el mercado con su obra. Y tres años antes, con el mismo apodo, había llegado La larga marcha, otra historia basada en un futuro totalitario con divertimentos narcotizantes, aunque por la edad de sus participantes estén más cerca de cientos de historias de la literatura juvenil.

Mientras se espera el estreno de una adaptación más fiel de El fugitivo para el 13 de noviembre bajo el título El sobreviviente, llegó a las salas de cine Camina o muere, la versión cinematográfica de La larga marcha protagonizada por Cooper Hoffman y David Jonsson.

La acción transcurre en un pasado distópico con demasiado del presente real. A falta de pan, son necesarias versiones más creativas del circo. Como este evento anual en el que 50 adolescentes, uno de cada estado de Estados Unidos, se anotan a la mentada marcha con la promesa de un montón de dinero y “un deseo” para el ganador. El problema es lo que les ocurrirá a los otros 49.

Estamos ante otra película de reglas, aunque son apenas más complejas que las de los Gremlins (y aun así siempre se equivocaban). Hay que mantenerse caminando todo el tiempo y a una velocidad mínima; quien no lo respete será advertido. Si acumula advertencias, el participante es eliminado de la competencia. La eliminación consiste en un certero disparo en el cráneo, y el juego solamente terminará después de 49 asesinatos.

Tenemos nuestro típico personaje punto de vista, llamado Ray (Hoffman), quien tiene una razón importante para haberse anotado en la competencia. Lo hizo voluntariamente, como Katniss Everdeen en Los juegos del hambre y Seong Gi-hun en El juego del calamar. Al igual que ellos, eso no lo vuelve menos cruel en la competencia, sino que pone de manifiesto la desesperación. Y como en esas otras ficciones creadas décadas más tarde, formará alianzas, especialmente con Pete McVries (Jonsson), y buscará desarrollar una estrategia lo más humana posible en medio de la deshumanización paulatina.

El director Francis Lawrence, quien estuvo detrás de cuatro entregas de la saga de Los juegos del hambre (y una quinta en producción), sabe que para esta historia en particular se aplica aquello de menos es más. Solamente necesita una ruta, paisajes rurales que recuerden a los años 60 y decenas de jovencitos moviéndose a un mínimo de cinco kilómetros por hora (la cosa es en millas, así que tanto yo como los subtituladores redondearemos las cifras).

Estamos entonces ante una película pequeña pero que nunca se ve barata, más allá de que la pequeñez se note más en las escenas citadinas, especialmente el final. Lo que la cámara debe seguir son las conversaciones entre eventuales protagonistas y antagonistas, recordándonos periódicamente la custodia militar que acompaña a los caminantes, que incluye a Mark Hamill como el Comandante, que por momentos parece un villano de dibujos animados. Muchas de las “eliminaciones” serán bastante gráficas, pero nada que no hayamos visto en División Palermo, mientras que en esta caminata que no se detiene por nada también habrá tiempo para mostrar (con apenas más sutileza) otras necesidades del cuerpo.

De todos modos, esta es una historia construida en base a conversaciones que permiten conocer a los caminantes y sus sueños, en especial ese deseo concreto que pedirán en caso de resultar ganadores. Los diversos jóvenes (diversos) están a la altura de las circunstancias, con la pareja protagónica cumpliendo con el tour de force sin que parezca representarles un esfuerzo dramático.

La economía de recursos es su gran mérito: dura menos de una hora y 40 minutos. Esto quiere decir que nos encariñaremos y despediremos a personajes a buen ritmo, como si el guionista fuera un George RR Martin hiperactivo. Se trata de JT Mollner, el mismo que escribió y dirigió la trepidante Asesino serial, aquella película de suspenso contada en forma desordenada para mayor efecto.

Lo mejor de Camina o muere está en pequeñísimos momentos, como la sucesión de agentes de la ley que hacen la venia al costado del camino, y lo peor quizás esté por el lado de un Hamill con una figura (y una voz) distractiva. Pero si sabemos que de la Gran Guerra solamente vamos a tener un par de comentarios y que las respuestas que faltan realmente no son necesarias, habrá valido la pena la caminata (o el Uber) hasta el cine.

Camina o muere. 108 minutos. En cines.