Jimena Márquez es una de las voces más importantes del teatro y el carnaval uruguayo. En 2019 y 2022 ganó el Premio Nacional de Letras en la categoría Dramaturgia, ha obtenido innumerables reconocimientos tanto en teatro como en carnaval y tiene más de 20 obras estrenadas en nuestro país y en el exterior. En 2022 obtuvo el premio Florencio como mejor actriz en unipersonal con su brillante obra El desmontaje, pieza con la que participó en los festivales de Santiago a Mil, FIBA, Tarragona, La Paz y Curitiba. En 2023 la compañía Singulier Pluriel estrenó su texto Yo no conozco a nadie que mire porno en Montreal, Canadá, que tuvo luego su versión catalana.
Jimena Márquez ha dirigido cuatro veces al elenco de la Comedia Nacional y en 2022 estuvo al frente de la recordada puesta de Esperando la carroza de Jacobo Langsner en el Teatro de Verano. Ese mismo año fue reconocida como figura máxima del carnaval. Se ha desempeñado como docente de Prácticas Profesionales en la EMAD, en la Escuela Nacional de Danza del Sodre y como docente de Arte escénico y Literatura en la escuela de Teatro El Galpón y en el Instituto de Actuación de Montevideo. En este momento es docente de la Tecnicatura Universitaria de Dramaturgia (Udelar) y dirige el programa Teatro en el Aula de la Intendencia de Montevideo.
Un día, a partir de la obra del artista plástico Fernández Arman, le llegó el estímulo para llevar la idea de No nos pasa nada al papel. Arman exponía retratos de personas dentro de cajas. De ahí, a Jimena Márquez se le ocurrió escribir a partir de objetos acumulados en valijas: una colección de objetos a través de los cuales pudiéramos conocer a los distintos personajes de un árbol genealógico, de una familia. Ese árbol parte de una ficticia infidelidad de Artigas con una charrúa, y llega hasta una generación de personas que nacieron en 1978, año de nacimiento de la autora.
Esos papeles que podrían terminar siendo novela u obra, quedaron años en un cajón. La pieza es ficción absoluta. “La había abandonado durante unos años en que me adentré en el teatro testimonial y la autoficción. “Ahora decidí experimentar con la ficción cerrada con una historia absolutamente inventada”, dice Márquez.
“Sí se toca con una investigación genealógica que hice en mi vida, a través de un mínimo proceso de bio-decodificación donde me encontré con una abuela mía que no conocía, que vino de Andalucía en un barco con sus hijos y que en el mar perdió una hija. Entonces me di cuenta del cúmulo de historias que nos habitan, que nos definen, que nos hacen ser quienes somos y que no conocemos”, agrega.
Los mellizos Óscar y Olga fueron niños apropiados en dictadura y desconocen absolutamente su pasado, por lo que no saben que el presente que habitan no se corresponde con su vida, que han vivido una historia falsa. “Eso depende también de cómo las familias hayan manejado los silencios, los secretos, lo no dicho”, dice Márquez.
“El hecho de que nuestro pasado nos sea desconocido significa para mí que una gran parte de nuestra propia forma de ser, de nuestro propio carácter, sea un misterio. Conozco historias de secretos poderosos que se han ido a la tumba con las personas. Siento que antes el secreto tenía otro peso. Hoy vivimos en un presente que habilita un poco más la investigación sobre una misma, recorrer el pasado, poner los temas sobre la mesa. De hecho, a partir de esta obra, mucha gente se conecta y me escribe que su familia le ocultó tal cosa o que su madre se murió sin decir esto o lo otro”, cuenta la directora.
A la hora de ponerla en escena, Márquez sintió como un desafío propio y del elenco el hecho de confeccionar esas 24 valijas que alojaran 24 vidas de un pasado desconocido “que al abrirse, con sólo mirarlas, nos contaran una historia”.
El primer acto es muy narrativo, quizás porque la obra en un momento iba a ser una novela. Entonces “se rompe la cuarta pared y se sitúa a la gente en la zona más seria, más misteriosa, más emocional, la que tiene que ver con la dictadura”. La historia atraviesa también al holocausto y, si bien por momentos transcurre con simpatía y la gente reprime un poco la risa por el tipo de temas que se están tocando, luego se entra en el delirio, cuando todo lo que se está contando resulta estar siendo transmitido en vivo a través de un celular, cobrando carácter global: una historia que todo el mundo sigue.
“Ahí entonces aparece el acto dos con otro permiso para el humor, cuando los personajes empiezan a hacer un programa de streaming con todo esto; ahí la obra nos descansa de todo lo denso del primer acto”, cuenta Márquez, visiblemente satisfecha con el resultado de su trabajo.
No nos pasa nada. Viernes y sábados a las 20.30, domingos a las 18.30. 120 minutos. Hasta el 30 de noviembre en la sala Zavala Muniz del teatro Solís. Entradas $ 500 en TickAntel. 2 x 1 para la diaria.