Hay tipografías (o fuentes, pero ese es otro asunto) reconocibles en todo el mundo por más que no sepamos sus nombres. La Garamond y su familia (estas suelen tener familias grandes) se ha consolidado en el diseño editorial, y las chances de que tomes un libro de tu biblioteca y aparezca esa tipografía en su interior es altísima. Tanto la Arial como la Helvetica son muy fáciles de leer y tienen diferencias tan sutiles que es fácil pensar que se trata de una sola.
Con el tiempo y la costumbre, algunas tipografías quedaron pegadas a ciertos usos y vedadas de otros: la Courier es la elegida para guiones de cine, la Impact se utiliza para hacer toda clase de memes de internet, y si escribís una carta de renuncia en Comic Sans en la empresa van a pensar que estás haciendo un chiste, porque suele usarse para trivialidades. Por allá también anda la tipografía Papyrus, que habría pasado a la historia de no ser porque James Cameron la resucita (una y otra vez) para sus películas de Avatar.
La cuestión es que las tipografías tienen su personalidad, y por estos días el gobierno de Estados Unidos fue noticia (entre muchas otras cosas más terribles) por una decisión relacionada con este tema en su ministerio de asuntos exteriores, que ellos llaman Departamento de Estado. Hace un par de semanas, el secretario de Estado, Marco Rubio, ordenó a los diplomáticos estadounidenses que volvieran a utilizar la tipografía Times New Roman (otra de las clásicas) en lugar de la Calibri que había adoptado el gobierno de Joe Biden a comienzos de 2023.
Calibri suena a colibrí
Retrocedamos casi tres años. En realidad, retrocedamos muchos años más, porque resulta que entre las tipografías hay diferencias de base: algunas tienen pequeñas “gracias” o “terminales” en los extremos de las letras llamados serifas, mientras que otras carecen de ellas. A las que no tienen gracia se las llama, con algo de maldad pero con mucho acierto, sin gracia o palo seco.
Como en cualquier resolución arbitral, existen dos escuelas. Hay quienes sostienen que las tipografías sin serifa son más sencillas de leer, mientras que otras personas aseguran que las serifas permiten identificar con más facilidad una I mayúscula de una l minúscula, o las letras b, d, p y q. Si miran con atención, verán que la diaria se inclina por esta última opción. En mi computadora yo escribo sin gracia, pero eso ustedes lo tienen clarísimo.
Ahora sí: hace tres años, el Departamento de Estado de la administración anterior había anunciado el abandono de la tipografía Times New Roman (en uso desde 2004) en favor de la Calibri, buscando que todo el papeleo fuera “totalmente inclusivo”. Expertos opinaron en su momento que facilitaba la lectura a los lectores con dislexia o con baja capacidad de visión, mientras que no la entorpecía para el resto. Sin embargo, que hablaran de inclusividad hizo que ese cambio se volviera tóxico para la bombástica, irracional y por momentos terraja administración Trump.
Al mismo tiempo que el gobierno recortaba el presupuesto de los programas de asistencia alimenticia, el Salón Oval se llenó de objetos de oro como si fuera la cueva de Alí Babá, pero en la versión que podría aparecer en un dibujo animado de los Looney Tunes. Y para no irnos de tema, junto a esa sala pegaron tres hojas de papel en donde imprimieron con tinta dorada “The Oval Office”, escrita con una tipografía inglesa que se usaba para las tarjetas de casamiento a comienzos de siglo. Lo sé de primera mano porque trabajaba en la fotomecánica de una imprenta y era lo que pedía todo el mundo.
Eso fue en noviembre. En diciembre llegó Rubio para anunciar que, en sintonía con la política oficial de terminar con cualquier clase de política que promoviera la diversidad, igualdad e inclusión (lo resumen como DEI y demonizarlo tiene tanto sentido como negativizar el término woke), se volvería a la tipografía Times New Roman “para restaurar el decoro y profesionalismo del trabajo escrito del Departamento y terminar con otro programa DEI que derrocha recursos”, según un cable enviado a todas las embajadas y consulados estadounidenses del mundo.
“Aunque el cambio a Calibri no estuvo entre las cosas más ilegales, inmorales, radicales o derrochadoras de DEI del Departamento, no obstante fue cosmético”, dice el comunicado, sin aportar evidencia de por qué no habría funcionado (o sea, sin citar las fuentes). “Cambiar a Calibri no sirvió para nada, excepto la degradación de la correspondencia del Departamento”. El error fue anunciar que serviría a más personas y no haber impreso los documentos oficiales en dorado.