Una vez que se dan a conocer las películas nominadas a los Premios de la Academia, en especial aquellas que compiten por el Oscar más importante, un montón de completistas, periodistas, y periodistas completistas (¡hola!) organizan sus agendas para ver la mayor cantidad de nominadas antes de la ceremonia. Algo que desde 2010 se ha vuelto más complejo, porque las películas que compiten por el gran premio de la noche pueden llegar a ser una decena.

En ese grupo suelen aparecer títulos taquilleros, que indirectamente fueron los responsables que se duplicara el cupo, cuando The Dark Knight y Wall-E quedaron afuera de la carrera por el Oscar a la mejor película. Estos se intercalan con otros aclamados por la crítica, y no es de extrañarse la presencia de algún convidado de piedra, como ocurre este año con la polemiquísima Emilia Pérez... que estaré viendo en los próximos días como buen periodista completista que soy.

Uno de los films que más me interesaba ver no tiene números musicales, carísimas escenas de acción ni grandes efectos especiales digitales. Tan sólo un grupo de personas (mayormente hombres) discutiendo entre ellas durante dos horas, con el destino del mundo en sus manos. La charla no iba de códigos nucleares ni de medidas contra el calentamiento global, sino sobre quién sería el próximo sumo pontífice y patriarca de Occidente. Un trabajito que lo tendrá hablando ante casi 1.400 millones de fieles a lo largo y ancho del planeta.

Cónclave es la más reciente película de Edward Berger, quien apenas hace dos años había colocado su Sin novedad en el frente entre el top ten de la Academia. Aquí las bombas no caen desde aviones de la Primera Guerra Mundial, sino que llegan en forma de información privilegiada en sobres secretos o de comentarios viperinos realizados al oído.

Como su nombre lo indica, la acción transcurre durante el cónclave papal que se establece luego de la muerte de un santo padre, y que no culmina hasta que una mayoría especial decide el nombre de su sucesor. Todo esto transcurre en absoluta reserva y en un espacio cerrado, que Berger no convierte en asfixia, pero sí decide olvidarse del mundo exterior. Casi no vemos el afuera y el eventual triunfo de un nombre tendrá una celebración tan íntima como cuando derrocaron al emperador Palpatine en El regreso del jedi y George Lucas apenas nos mostró a unos ositos bailando (antes de las reediciones, claro).

Esos espacios interiores del claustro, incluyendo la famosa Capilla Sixtina, son retratados con gran belleza por el director de fotografía Stéphane Fontaine, cuya ausencia entre los nominados del rubro justificaré (o no) después de ver Emilia Pérez. Lo cierto es que la cámara siempre está puesta en el lugar justo y cada pasillo, salón comunitario y vestuario de los involucrados contribuye a que cada plano merezca ser colocado en un portarretratos.

Todo esto, más la pegadiza banda sonora de Volker Bertelmann, son el marco para que se desarrolle la elección; la historia de estos 108 hombres en pugna. Y para mostrarnos a un montón de actores que han envejecido profesionalmente de la mejor forma. Nuestro protagonista es el cardenal Lawrence (Ralph Fiennes), quien opera para la elección del cardenal Bellini (Stanley Tucci), que representa un sector más progresista de la Iglesia Católica. Los enemigos a vencer serán el cardenal Tremblay (John Lithgow), el cardenal Adeyemi (Lucian Msamati) y el cardenal Tedesco (Sergio Castellitto).

Como la única forma de ser elegido papa es obteniendo los dos tercios de los votos, antes y después de cada votación empezarán a moverse los hilos, algunos más suaves y otros como tanzas, que inclinarán la cancha hacia uno u otro lado, aunque el guion de Peter Straughan basado en la novela de Robert Harris (el de Fatherland) promete revelaciones y vueltecitas con cada fumata nera.

El ajedrez dialéctico no tiene necesariamente discursos para el gran recuerdo, como el escrito por Aaron Sorkin e interpretado por Jack Nicholson al final de Cuestión de honor. De todos modos, Fiennes e Isabella Rossellini, quien hace muchísimo en los pocos minutos de la hermana Agnes, fueron nominados por la Academia. Y esto es porque uno realmente disfruta de esas pequeñas conversaciones, de estos enfrentamientos dignos de una novela de John le Carré, mezclados con toques de jornada de eliminación en un reality show.

Es cierto que sobre el cierre nos acostumbramos a que pasen cosas, que hay un “afuera” muy conveniente, y que la última vuelta de tuerca puede parecer un poco traída de los pelos, hasta que salimos a la calle o abrimos un diario y nos cae la ficha. Pero el resultado final es tan lindo de ver como sencillo de acompañar, y más allá de lo que ocurra con los Oscar, parece destinada a quedar en el buen recuerdo y ser una de esas películas que uno “deja” cuando las encuentra en televisión. Si es que sigue existiendo una televisión tal como la conocemos. O una civilización, digamos todo.

Cónclave. 120 minutos. En salas de cine.