Pese a cumplir 74 años en 2025, el Festival de Cine de Punta del Este, tal como lo conocemos, es un fenómeno esencialmente del siglo XXI. Fue fundado en 1951, un emprendimiento de Mauricio Litman, y fue efectivamente un festival internacional clase A, con desfile de grandes estrellas, cosa de aquel Uruguay de las vacas gordas, que iba de acuerdo con la conversión de Punta del Este en una especie de Cannes del hemisferio sur. La sala Cantegril fue construida especialmente para la ocasión.
Al igual que el Uruguay de las vacas gordas, la cosa no se pudo sostener y se hicieron sólo dos ediciones, la fundacional y la de 1952. En 2001, sin embargo, celebrando el cincuentenario del festival original, empezó la segunda vida del festival con una 3ª edición, en escala más tercermundista, pero suficiente como para ubicarlo como el segundo festival de cine más grande de Uruguay (luego del de Cinemateca).
Aprietos presupuestales de por medio, el festival se fue acomodando a una dimensión aún más modesta, pero más estratégica y relevante: desde hace algunos años su competencia principal (para el premio que se llama, por supuesto, Mauricio Litman) se limita al cine iberoamericano de ficción. Hay otro premio, el Lobo Marino, para el documental iberoamericano. Hay un acopio de películas de otras procedencias como parte de su panorama internacional (no competitivo). Prescindiendo, sanamente, de los vestidos de gala, alfombras rojas y otras pretensiones de ese porte, el festival se armó, además, como una instancia informal y deliciosa de encuentro e intercambio entre artistas y empresarios cinematográficos, programadores de festivales y periodistas de distintas partes (casi todos latinoamericanos), además de la oportunidad de apreciar una cantidad de films interesantes.
La mayoría de las películas del programa probablemente no se volverán a exhibir en pantallas uruguayas y serán oportunidades únicas. El contexto festivalero siempre es un estímulo para escaparse de la programación pautada por las normas comerciales, los algoritmos de las plataformas y la indolencia rutinaria de cada uno. En especial, será una oportunidad para la puesta a punto con la producción latinoamericana que, excepto por la exhibición eventual de alguna comedia argentina, viene estando casi ausente de las salas uruguayas. Habrá películas de Uruguay, Argentina, Brasil, Chile, Bolivia, Perú, Ecuador, Colombia, México, República Dominicana y Cuba. El panorama internacional incluye obras de Estados Unidos, Irlanda, España, Bélgica, Francia, Ucrania, Israel, Palestina, India, Vietnam y Túnez. Es decir, están todos los continentes excepto Oceanía.
Probablemente la película que más expectativa despierta en la mayoría del público debe ser la brasileña Aún estoy aquí, de Walter Salles, programada para la función de apertura el sábado 15 a las 20.30 en la sala Cantegril. Es el primer largometraje de Salles luego de un interregno de 12 años y el primero que realiza en Brasil desde 2008. Es la primera película brasileña en ser nominada a Mejor Película en los Oscar, además de indicaciones como Mejor Película Extranjera y para la actriz protagónica, Fernanda Torres. Por su rol en esta película, Torres fue la primera actriz brasileña premiada con un Globo de Oro, y la hazaña gana un tinte de revancha histórica porque la anterior brasileña nominada a ese premio había sido Fernanda Montenegro, la madre de Torres, y por una película (Estación Central, 1998) también dirigida por Salles. Está basada en la historia real de Eunice Paiva, cuyo esposo desapareció en dictadura. La película narra el secuestro, la repercusión en la familia y el empeño de Eunice por averiguar la verdad y obtener resarcimiento, además de reconstruir su vida en forma más que útil (se convirtió en una notoria abogada que trabajó en defensa de los derechos de los pueblos indígenas de Brasil). La actuación de Fernanda Torres es efectivamente descollante, la reconstitución de época es notable (en los aspectos materiales y en el espíritu) y la película es sobriamente emotiva.
Para desesperación de los cinéfilos, la otra candidata al Oscar (como Mejor Película Extranjera) pasa en el mismo horario (sábado 15 a las 21.30 en Grupocine Punta del Este). Difícil elección. Se trata de La semilla de la higuera sagrada, de Mohammad Rasoulof, quien la realizó en un breve período de afloje en su sentencia de prisión por el gobierno islámico. Al concluir el rodaje, pudo huir del país para esquivar otro período de prisión prolongada (que hubiera debido ser condimentado con latigazos). Dicen que la película, que ganó diversos premios en Cannes, es sobrecogedora.
La más premiada del Festival de Punta del Este debe ser la hindú All We Imagine as Light, que ganó el Grand Prix en Cannes, salió Mejor Película Extranjera en Toronto y obtuvo decenas de otros galardones relevantes. En La invasión, el documentalista ucraniano Sierguiy Loznitsa comenta el estado de su país frente a la guerra con Rusia. La española La infiltrada, de Arantxa Echevarría, fue la ganadora de los últimos Goya. La francesa Holy Cow, de Louise Courvoisier, fue considerada Mejor Ópera Prima en los premios Lumière. Los colores y amores de Lore está dirigida por el histórico director brasileño Jorge Bodanzky y El aroma del pasto recién cortado es de la argentina Celina Murga, exponente del Nuevo Cine Argentino. Hasta el fin del mundo es el segundo largometraje dirigido por el actor Viggo Mortensen. En 2013 la ecuatoriana Tania Hermida ganó el Premio del Público en Punta del Este con En el nombre de la hija y ahora regresa con su nueva realización, La invención de las especies. La clausura será el jueves 20 a las 20.30 en Cantegril, con Astronauta, coproducción de Perú, Colombia y Uruguay, dirigida por Paul Vega.
Las películas de la competencia se exhiben todas en Cantegril. El panorama internacional se da en el Grupocine (en el corazón de la península). Hay más funciones en la Casa de Cultura de Maldonado (sobre todo, el ciclo Miradas Iberoamericanas) y funciones especiales en el Teatro de Verano Margarita Xirgu. Todas las funciones son gratuitas.