Noches atrás en el club de bochas del Parque Rodó, después de presentar su último libro, Todos detrás de Momo (Estuario, 2024), Gustavo Espinosa tocó la guitarra ante un público que no éramos más de diez, incluyendo la luna casi llena. Varias canciones eran archiconocidas, como algún clásico de Los Olimareños, pero otras no tanto: las cantaba él y otro muchacho, Samuel. Las melodías navegaban entre el blues y el rock; las letras, a la altura de Espinosa. Entonces, mitad periodista mitad ingenuo curioso, pregunté: ¿y estos temas?
Hay un faisán estrangulado en el cordón cuneta1
La Evelyn cerró temprano su barbershop
La nena de la UTU tiene un vestido rojo
Y nada iguala su lucir, su lucir
Hay una idea que precede a esta historia. El saxofonista Samuel Diogo, atravesado por la pandemia de covid-19, tenía necesidad de tocar. Casi sin lugares disponibles, el músico se le paró de mano al bicho y se le ocurrió una idea: tocar y leer. Como le gusta mucho la literatura, creó un show donde combinaba canciones interpretadas con su saxo intercaladas con lecturas de distintos textos –que en un principio eran de autores varios, la mayoría extranjeros–. Un tema no menor era que los fragmentos leídos y las canciones estaban vinculados. Por ejemplo: si leía Instrucciones para llorar, de Julio Cortázar, después tocaba “Cry me a river”, de Arthur Hamilton, e inmortalizada por Ella Fitzgerald.
La jugada le salió bien al saxofonista y la gente, aún con el recelo de la covid agitando sus alas, respaldó aquellos shows, primero en Montevideo, después en varios lugares de la costa de Rocha, también en Melo y en sus pagos de Treinta y Tres. Con el paso del tiempo el espectáculo fue teniendo sus cambios –por ejemplo, no siempre era el mismo orden de canciones y lecturas, o había músicas o textos nuevos que reemplazaban a otros– y a su vez creció en participantes, con músicos que se sumaban a tocar o a interpretar las lecturas. Entonces, todos los caminos conducían a Treinta y Tres. Lo confiesa el propio Diogo antes de terminar un cortado casi frío: “Me fui dando cuenta de que, desde el principio, siempre tuve muchos deseos de hacer algo con Gustavo”.
Gordos y con la mirada rumbo al horizonte2
Lloraban disculpe los rinocerontes
Y hubo un terremoto en el cine Olimar
Vos nunca viviste, nena, la triste aventura
De escuchar vinilos en la dictadura
Mientras cuatro monos hacían funcionar el radar
Diogo y Espinosa se conocen hace 30 años: si bien el escritor fue su profesor de Literatura en el liceo, la amistad comenzó haciendo música en los 90. Dentro de un fenómeno que después se denominaría “rock del pago”, ambos, junto a otros chiquilines, formaron una banda que se llamó Rocanmate. “Te diré que fuimos una especie de rockstars aldeanos. La gente conocía los temas, llenábamos el Teatro Municipal en los conciertos, nos pasaban en la radio”, dice Samuel, y reafirma algo interesante: “Ahí y así fue cuando nos conocimos con Gustavo, haciendo música”.
Para situarnos en el tiempo, por aquella época Espinosa estaba escribiendo China es un frasco de fetos. ¿Se podría decir, entonces, más allá de la carrera literaria de Espinosa, que el autor fue antes músico que escritor? Lo discuten ustedes.
Lo que es indiscutible es que la obra literaria de Espinosa tiene, de forma casi permanente, muy presente la música, sea en cada una de las novelas; sin ir más lejos, Todo termina aquí es un verso que está en “Puerto Montt” de Los Iracundos, en Las arañas de Marte anda Quique Segovia entre el folclore y el rock, en Carlota podrida Sergio Techera es músico, además de (entre otros) lo que se incluye en el poemario Cólico miserere. Lo dijo Amir Hamed: Cólico miserere nos revela una necesidad, la de hacer gárgaras con cenizas de lírica para cantar de nuevo.
Mi nena se está quemando3
Sale humo de su piel
Mi nena se está incendiando
Huelo el humo de su piel
Voy a ponerle la aguja
En la vena de los pies
Lo que sostuvo la línea del tiempo entre aquel rock del pago noventoso y el álbum recientemente lanzado por Espinosa y compañía fue la intención de Diogo de volver a hacer cosas con el escritor. Se lo planteó en 2022 y desde el primer momento empezaron a trabajar en ello. Ese año intentaron algo que al final no salió, pero la idea cobró fuerza y el proyecto se consolidó en 2023: Saxo oral cita Gustavo Espinosa se llama el espectáculo –devenido álbum–, y deja atrás aquello de que en la pandemia Diogo llamó Saxo oral, a secas.
Un día el saxofonista, que vive en Montevideo, se fue a Treinta y Tres. Llevó todos los libros de Espinosa con las partes marcadas para intercalar entre las canciones. Entre los dos empezaron a selecciones los textos y, tras eso –o junto con eso–, fueron marcando canciones para ir definiendo el hilo conductor. Sucedió que llegaron a tener como 20 textos y 30 canciones: un show eterno. Fueron recortando hasta que quedaron nueve y nueve: un show tal vez largo, de hora y media, para mi gusto perfecto para una obra del estilo.
El paso siguiente fue presentar la idea al fondo de Ventanilla Abierta del Instituto Nacional de Letras, donde ganaron y fueron seleccionados. Empezaron a ensayar –situación algo compleja, porque dos músicos viven en Montevideo y los otros dos en Treinta y Tres–, eso les permitió ir armando el show y pensar una gira con toques que pudieron concretar. Road trip: fueron tres días seguidos, empezando en el Centro Cultural Democrático de Treinta y Tres, un día después tocaron en el clásico boliche montevideano La Vaca Azul, y al siguiente día se fueron a Young para actuar en la feria del libro. Fue precisamente en el primer show donde se grabó en vivo el álbum del cual, introducción saldada, empezamos a hablar.
Le compré una moto china4
Y ella me pidió la luna
Laburé por esa mina
Mucho más que por ninguna
Yerba mate es todo lo que me da
Yerba mate, uh, mate amargo nada más
Disco espectáculo
Hacer una grabación fue una cuestión pensada, sobre todo, para tener un registro, y por eso se contrató a un sonidista de Treinta y Tres, Reinaldo Villabona. El material quedó guardado y después se pudo hacer el álbum, para lo cual se contó con la mezcla y masterización de Santiago Quintela (ver ficha técnica).
El disco empieza con un prólogo, u overture, a cargo de Espinosa. El escritor dice que “la música es una pasión no correspondida” para él: “Libros, por un lado, y música como quien juega al fútbol un picadito los fines de semana”. Nota de redacción: buen picadito debe ser.
Después de leer un fragmento del cuento “Malla sombra” tocan “TB blues”. De ahí en más siempre se intercalan canciones con lecturas tomadas de novelas, de algún poema o de notas periodísticas, dentro de las cuales está “Crónicas del año del encierro: la carnavalización del miedo”, escrita en la diaria en plena pandemia.
A propósito, una de las cosas más potentes del disco son los textos de Espinosa en su más amplio espectro: los fragmentos de sus libros, pero también canciones de él como “1978”, “Aceguá trip”, “Alerta amarilla”, “Amanecer” y “Moto china”. Es muy significativo este hecho, porque Espinosa no tenía registradas esas canciones. Más claro: no se podían escuchar en ningún lado, salvo alguna versión de “Amanecer”, que es un blues con una letra maravillosa, cadáver exquisito que escribieron Enrico Pereyra, Leonardo Almeida y Espinosa. Ahora sí esas canciones están entre nosotros y se pueden conocer en todas las plataformas, aunque recomiendo hacerlo en las versiones premium tanto de Spotify como de Youtube, porque permiten escuchar todo el disco seguido.
Otra cuestión importante es el hilo conductor. Más allá de que algunos textos tienen que ver con la canción que se toca después de leídos, no es una ecuación que se repita constantemente. Más bien parece ser que la línea o el orden estén marcados por la sensibilidad, entendiendo esto como distintas emociones según pasa el disco. Y lo consigue: en Saxo oral cita Gustavo Espinosa uno transita por un mar de emociones.
Estamos en tiempos en que no es común ver discos. Quiero decir: los artistas o las bandas no necesariamente piensan en ello en primera instancia; más bien se sacan canciones sueltas. Desde este lugar, se puede decir que el disco de Espinosa, Diogo y compañía es bastante contestario, porque implica una aventura: disponerse a estar una hora y media con todos los sentidos puestos en los textos y músicas. Como han existido en varios ámbitos, hay contestatarios a los que hay que darles la razón, y este caso entra en esa bolsa.
Algunas particularidades del disco: no hay bajo, se tocan dos guitarras, el saxofón y la batería –el bajo que se escucha fue incluido en el estudio–; hay una versión de “You are so beautiful”, pero Espinosa no canta como Joe Cocker, es instrumental, con enorme laburo del saxo; Anita Culo aparece en varios tramos del disco; se lee un fragmento que explica el título del libro China es un frasco de fetos, aunque de alguna manera nunca se explica nada; hay un bolero de esos bien bolerones, “Sabor a mí”, muy bien cantado por Espinosa; hablando de versiones e interpretaciones, se toca “La vida es un carnaval”, de Celia Cruz, de manera maravillosa. A ver si se entiende: ma-ra-vi-llo-sa. Lejos de la versión original –que podríamos ubicar entre salsa y música tropical–, que invita al baile alegre, la banda y la voz se aprovechan de los tonos menores de la canción para hacer un tema lento que genera un clima tenso, fuerte, que afecta directamente el estado de ánimo.
Con un blues deshilachado entre los labios5
lentamente vuelve a casa el perdedor.
Ya los últimos pedazos de la noche
se rasgaron como medias de mujer.
Naufragaron el deseo y las ilusiones
en el sucio amanecer.
Espinosa es el que más labura de todos, porque Gustavo lee y además termina de leer y canta las canciones tocando la guitarra, y así sucesivamente. No es lo importante, lo digo jocosamente, porque Espinosa podría ser el padre, tío o tutor de sus compañeros de banda, y sin embargo labura como si no fuera Espinosa: juega su picadito de fin de semana donde lo pongan. Lo que sí es importante, o merece destacarse, es que Espinosa canta, y canta muy bien. Esto tal vez pueda no ser nuevo para los treintaitresinos –porque hay gente que lo ha escuchado cantar pero nunca lo leyó– y algunos mortales más, pero me atrevo a decir que para la mayoría será novedoso escucharlo. Y dicen los que saben que es como Paul McCartney: canta mejor con el paso del tiempo.
Saxo oral cita Gustavo Espinosa promete. Y dentro de las promesas, una es que el espectáculo busca tener un 2025 con más presentaciones y giras –mientras que su versión disco espera para ser escuchada en las plataformas de cabecera–. Esa promesa de seguir girando debería concretarse. Lo que queda para (casi) siempre es el doble valor de lo literario: los textos y su autor leyéndolos. Quizás, cuando no esté lo que está hoy, Quique Segovia o Sergio Techera se sentirán reconfortados.
Saxo oral
Voz y guitarra: Gustavo Espinosa
Saxo y coros: Samuel Diogo
Batería: Paula Cruel
Guitarra acústica: Matías Gordillo
Guitarra eléctrica (temas 9 y 19): Rodrigo Abella
Bajo (overdub en estudio): Juan Martín Cano
Operador de sonido en vivo y grabación: Reynaldo Villabona
Mezcla y masterización: Santiago Quintela
Arte de tapa y fotografía: Emely Rosas y Sabrina Mandirola