Julio Brum fue alumno de la primera generación del Taller Uruguayo de Música Popular y desde entonces lleva cuatro décadas de incesante participación en el universo de la canción popular uruguaya. En los lejanos 90 puso el foco en el público infantil –y no tanto, vale la pena zambullirse sin prejuicios en esta discografía–, pero cada tanto y a través de distintos proyectos aporta una pincelada en el repertorio para adultos, por llamarlo de alguna manera. Es el caso del bienvenido Araicuay, editado a fines del año pasado junto con su banda, La Polkapagüer.
Se supone que araicuay es la denominación guaraní del río Santa Lucía, su significado es “río refugio de las nubes”. A partir de esta carta de presentación se construye una matrioska musical que aborda en simultáneo más de un sentido conceptual. Es un álbum sobre el agua como elemento vital y con profundo sentido ecológico. Por otra parte, es una celebración a la “cultura del río”, su entorno social y cultural, su flora y su fauna. Pero también es una obra sobre el terruño y sus círculos concéntricos al cual evoca y proyecta –el cantautor es oriundo de la ciudad de Santa Lucía, parte de la región hortofrutícola del departamento de Canelones–. Por último, es un muestrario de las rítmicas de proyección folclórica que habitan la comarca enmarcada en el río protagonista. Santa Lucía, el santoral, Margat, Paso de Pache, Aguas Corrientes, Los Cerrillos, El Colorado, Juanicó, Echeverría y Las Brujas son algunos de los poblados que forman parte de este paisaje y aparecen referenciados.
“Donde las nubes saludan a las sierras / de ahí, gota a gota te venías / Como un fresco rumor del arenal / llegaste a mí, Santa Lucía / Río cerrazón cargado de poesía / Araicuay te llamaban, te decían / Río que vienes de las nubes / para calmar la sed de la gente mía”, canta Brum con su gola de gruta en la canción que abre y da nombre al trabajo, un aire litoraleño que viborea como el cauce retratado y que sirve para presentar a La Polkapagüer, la troupe arreglada con elegancia por el músico Enzo Bonizzi y en la que destaca el acordeón de Eduardo Mollo y el bandoneón de Jorge Goyos. Milongas, rasguido doble, chamarras y –por supuesto– polcas se barajan con sapiencia y sentido contemporáneo.
Son varias las polcas que vertebran el trabajo y merecen una estación particular. “Bien canaria”, “Polca chacarera” y “La polca embrujada” –una divertida coautoría con el escritor Martín Bentancor basada en la leyenda que dio nombre al paraje Las Brujas– dan cuenta de cómo se aborda este género acriollado al sur del país. Además de las temáticas locales, son más cadenciosas que en el norte, donde parecen corcovear. Para decirlo de alguna manera, las polcas del sur son a las del norte lo que es el reggae al ska, pero en este caso son heavy reggaes –como los de Sumo–, por algo es La Polkapagüer. Más allá de la digresión, que no se malentienda, la idea es levantar tierrita, porque “esta polca chacarera / bien sabrosa, bien canaria / se te prende a los talones / en los bailes de alpargata”.
Pero no sólo de polca vive el canario. “Chamarra del arenal” invita a prender el fogón y contemplar la lontananza. Esa denominada cultura de río se vuelve aquí nocturna y contemplativa, también cadenciosa, bien diferente a las chamarritas abaionadas de la frontera. Como “Cuando empieza a amanecer” de Rubén Lena, es una postal orillera, de contornos montaraces y silencios agrillados a la espera del pique en esas noches de millones de estrellas, como la de la bella foto de portada de este larga duración, autoría de Lucio Martínez Garcés. “Chamarra del arenal / pa cantar en la madrugada / recostada en los remansos / de la noche más estrellada”. La chamarra hace linda yunta con “Amor de chajá”, otra litoraleña que ofrenda al ave autóctono, coautoría con el sanducero Hugo Rodríguez y en la que Enzo Bonizzi lleva la voz líder. Se lucen los fuelles y el violín de Diego Tognazzolo. Para soltar los remos y dejarse llevar por la corriente.
El trabajo incluye dos tributos: “La huella de Aníbal”, dedicada al maestro Sampayo, muy apropiada en esta obra conceptual caudalosa, y “La rastrojera del río”, adaptación de “La rastrojera”, de Marcos Velásquez, donde el folclórico estribillo “Que venga trigo, que venga el maíz, que venga el choclo pa deschalar” se intercala con nuevas estrofas, igual de picarescas, pero con las patas en el agua. “Arrancaste coronilla / tala, molle y arrayán / agrotóxico en la orilla / envenena tu caudal”, dice en tono jocoso y bien plantado. Si bien Velásquez –al igual que Lauro Ayestarán– desconocía el origen del estribillo, ambos lo ubicaban en el departamento de Canelones y se supone que pudo surgir a raíz de una huelga de productores de trigo y maíz de principios del siglo XX. Es decir que también por esa apropiación terruñera tiene todo el sentido su inclusión.
“Si te nombran a La Bella / es mejor no preguntar / Hay cosas que no se enseñan / lo tendrás que averiguar / Yo no sé qué decirles / tal vez sean cosas mías / pero esto es lo que me viene / si te nombro Santa Lucía”. Otro surco para guardar como gema es la milonga “Si te nombran a La Bella”, dedicada al pueblo con nombre del río y donde Julio Brum comparte micrófono con el cantor criollo y coterráneo Alberto Britos, quien, por primera vez en sus 80 años, entró a un estudio de grabación para dejar registro de su mágica voz de otro tiempo. En el mismo tono evocativo del pueblo natal la chamarrita “Yo no sabía” repasa recuerdos y anuncia el final, aunque seguro el chamizo quede encendido a la orilla de estas diez canciones.
Como se expresa al inicio esta verdadera pero no pretenciosa obra conceptual, es un ajustado catálogo de cómo se interpreta la música de raíz al sur del Uruguay y es un panorama de una región que muchas veces es eclipsada por el efluvio metropolitano, como si quedara demasiado cerca de la capital para lucir su identidad particular. Para sumar a la discoteca que alimentaron Los Orilleros, el grupo Sendas o el dúo Sacco y Valdez, por nombrar algunas propuestas del noroeste canario que fijaron una memoria compartida en cintas, vinilos y bits. Tan de Canelone’ como comerse las eses.
Araicuay, de Julio Brum y La Polkapagüer. Ayuí, 2024. En plataformas.