Después de tocar el acordeón durante todo el día y hasta para encontrar el sueño, como cuenta que hacía a diario en su etapa formativa, puede adquirirse un tipo de conocimiento no disponible en búsquedas de Google o enciclopedias culturales, un saber que excede tanto el espacio de los engranajes del instrumento de origen vienés como los símbolos escritos en partituras, o esa ilusión que parece generar con sus canciones el músico Horacio Chango Spasiuk.

Las raíces que sus abuelos, inmigrantes ucranianos, echaron en la tierra colorada de Apóstoles, en la provincia argentina de Misiones, cerca de otras familias de origen polaco, de melodías paraguayas y brasileñas, no develan del todo el misterio, pero deben incluirse entre las pistas de esta singularidad artística, comparable a la de Astor Piazzolla, Ruben Rada o Hermeto Pascoal.

Todavía poco sabía, de lo mucho que después haría suyo, sobre quién era Atahualpa Yupanqui cuando lo tuvo cerca, en la edición del mítico festival de Cosquín de 1989: “Calenté mis dedos en el acordeón mientras él estaba en un rincón afinando su guitarra”, recuerda, en diálogo con la diaria. “En ese momento yo tenía 19 años y no tenía ni idea de la obra de Atahualpa. Ese día lo escuché hablar con Juan Carlos Saravia y Pancho Figueroa en un camarín compartido. Yo había llegado al festival como invitado de Los Chalchaleros. Fue la única vez que lo tuve así, face to face”, dice, con gestos de admiración por el célebre poeta y cantor, sobre las noches en las que fue bendecido por la realeza del folclore argentino.

Lo que vino después en la vida del artista no es sencillo de resumir. En 2019, cuando festejó sus 30 años de carrera musical, recordó la difícil etapa de los años 90 en su cruzada de polcas y chamamés: ritmos no pocas veces subestimados, en su tramposa condición de populares y anónimas sonoridades festiva.

Para saber cómo cambió su destino, el propio y el de sus sonidos de origen, conviene acercarse a su disco Tarefero de mis pagos (2004). Con la misma insistencia del inicio, el Chango inventó una cosa extrañísima, enlazada a su esencia, pero capaz de mutar en algo que es, a la vez, muchas otras cosas y ninguna nunca antes escuchada: una música melancólica en la que el transcurrir del tiempo desaparece, en imágenes de nocturna, diurna, serena y peligrosa vida de la naturaleza.

Las últimas versiones de su fórmula pueden escucharse en Hielo azul tierra roja (2019) y el concierto grabado en vivo en Oslo, The Vigeland Mausoleum Experience (2024), ambos junto al guitarrista noruego Per Einar Watle, Eiké! Entrar en el alma (2023), y Búsqueda: seis pequeños movimientos (2024, un EP de música de cámara grabado con SurdelSur Ensamble).

Ahora mismo, la diversidad estilística por la que es reconocido y elogiado por colegas de todo el mundo se alimenta con la lectura de ¡Asustarse! Mi vida con Frank Zappa (Pauline Butcher, 2011): “En 1977 Zappa contrató a Butcher como mecanógrafa para que transcribiera sus cosas, y después siguió trabajando con él durante buen tiempo”, cuenta sobre su descubrimiento literario, aunque no sabe muy bien cómo ese libro llegó a su casa.

“Acá la que escribe es Butcher, y mientras recrea lo que fueron esos años con él, de alguna manera lo describe Zappa. Me pareció un hombre muy interesante. Muchas veces la imagen no deja ver lo que hay en las cabezas de las personas, lo que realmente son y lo que tienen para decir”, reflexiona el músico, que alguna vez realizó estudios formales de Antropología.

A la vigencia de su notoria curiosidad le adjudica dos razones: “Una tiene que ver con que, en realidad, yo nunca me imaginé todas las cosas que terminé haciendo con la música. Entonces, estamos estirando esa etapa, si se puede un poco más, mejor. Además, con el tiempo te das cuenta de que esa búsqueda musical nunca se agota, porque lo que uno está buscando es un estado del corazón. En la superficie uno se plantea desafíos, proyectos, pero en el fondo todo se resume a una pregunta que uno intenta responder, y para responderla camina y se mueve. Cuanto más caminás, más misterioso es todo el mundo de la música”, apunta, y agrega: “El otro día leí una frase en una biografía de la gran pianista Marta Argerich, aunque no sé si es de ella. En un momento alguien de su entorno, o ella, dice: ‘Hacer música es dar algo de lo cual uno no está seguro de tener, a gente que no está segura de quererlo’. Entonces, si como uno no sabe nada, lo intenta con todas sus fuerzas”.

A la segunda razón la entiende como íntima motivación: “Mis hermanos viven en Misiones y yo en Buenos Aires. Hace poco una hermana mía vino a visitarme. En este momento yo no estoy todo el tiempo con el acordeón porque me ocupo de otras responsabilidades como la de la gestión de mis conciertos. Pero ese día nos pusimos a tomar mate en el comedor, y de golpe miro a mi hermana y le digo: 'Vos sabés que me sigue gustando mucho tocar el acordeón'. Parece una tontería lo que estoy diciendo”, admite, “pero en ese momento tuve esa epifanía. Evidentemente, seguir haciendo música me sostiene en el camino”, dice.

Chango Spasiuk alguna vez grabó una versión de “Garzas viajeras”, del uruguayo Aníbal Sampayo, pero su conexión con Uruguay, dice, no se queda en lo anecdótico de un repertorio. Menciona la admiración que siente por la música de Alfredo Zitarrosa, Hugo Fattoruso, Ana Prada y Agarrate Catalina, entre otros, al tiempo que expresa su entusiasmo ante su nueva presentación en el festival Medio y Medio, del balneario esteño Punta Ballena.

“Para el que ama el acordeón, habrá acordeón; el que ama el violín podrá escuchar un gran violinista como Pablo Farhat; el que ama la percusión tendrá a un gran percusionista como Marcos Villalba; el que ama el canto escuchará a un gran cantor como Diego Arolfo”, adelanta sobre su show, y apunta: “En la superficie lo que hacemos puede tener la forma de chamamés, polcas, chotis, pero en el fondo lo que buscamos desesperadamente es la belleza”, remarca.

Sobre la naturaleza hipnótica de su música, muchas veces cercana a un universo onírico, sostiene: “No puedo decir mucho sobre eso. En todo caso habría que preguntarse si a lo mejor el mundo de los sueños es mucho más real que el que nos toca vivir, o si determinadas construcciones estéticas y sonoras nos llevan a mejores lugares, y no en términos de recreación ni en términos de confort, sino de lugares más verdaderos”, dice, y concluye: “Estamos demasiado neuróticos, demasiado fragmentados, demasiado alienados, y muchas veces la cultura o las expresiones artísticas nos llevan a un lugar mejor, pero ese lugar es del que escucha. Como decía Yupanqui: ‘La sombra que el corazón ansía’”.

Chango Spasiuk. Jueves a las 21.00 en Medio y Medio (Av. del Parador Viejo y Brisas del Mar, Punta Ballena, Maldonado). Entradas desde $ 1.700 a $ 2.500 en Redtickets.