Hay películas que no forman parte de franquicias multimillonarias ni protagonizan grandes campañas de marketing, que uno puede comenzar a ver sin tener la menor idea de la trama ni de las circunstancias que las rodean. Hay películas de las que se habla durante años, incluso antes de que se confirmen sus protagonistas, porque los fanáticos de tal o cual personaje las están esperando. Y finalmente está Emilia Pérez.

Salvo que algún uruguayo viva en el proverbial recipiente plástico hermético que sirve para transportar comida, será difícil que llegue hasta una sala de cine a ver la última película de Jacques Audiard sin conocer las numerosas polémicas que la rodean, muchas de las cuales están protagonizadas por el mismísimo Audiard.

¿Es posible juzgar una película en el vacío, en condiciones de laboratorio? Por supuesto que no. Toda nuestra subjetividad entra en juego en el momento en que terminan los tráileres o pasa el logo de la plataforma de streaming. De todos modos, hice un esfuerzo mayor al habitual para separar la obra de sus cuestionables artistas y especialmente para intentar encontrar una respuesta a la pregunta más importante: ¿qué le vieron quienes originalmente la llenaron de premios?

Emilia Pérez, un drama musical hablado en español, ganó el premio del jurado y el de Mejor actriz (compartido por Zoe Saldaña, Karla Sofía Gascón, Selena Gómez y Adriana Paz) en el cotizado Festival de Cannes. La Academia francesa la designó como su representante para los Oscar y contando la categoría de Mejor película internacional se quedó con 13 nominaciones, es decir que estuvo a una de colarse entre las películas más nominadas de la historia. Acaba de ganar el Goya a Mejor película europea.

Señalo estos palmarés porque actualmente parece que estuviéramos ante una de las peores películas jamás filmadas. Todo comenzó por el tratamiento de una realidad muy dura del pueblo de México, como es la violencia relacionada con el narcotráfico. El director y guionista Audiard pareció jactarse de su falta de investigación sobre el tema, que llevó a que el texto incluya estereotipos dignos de un personaje de Los Simpson. Esto generó la protesta masiva de mexicanos en las redes sociales, y en medio de la ola de críticas resurgieron tuits xenófobos y racistas de Gascón, que debió transformar su campaña a favor del primer Oscar a una actriz trans en una rueda de disculpas y aclaraciones.

Eso sin mencionar los clips de algunos momentos musicales de la película que, sacados de contexto, quedaban lejos de la obra venerada por críticos alrededor del mundo.

Por lo menos así lo veo yo

La primera toma de Emilia Pérez (la primera, en serio) muestra a un grupo de mariachis con lucecitas de colores en sus trajes. Confieso que no lo sentí como el mejor de los comienzos. Y con el correr de los segundos, ni siquiera minutos, me quedó claro que habría una distancia infranqueable entre los creadores de la película y su objeto de estudio: el lenguaje. Imagínense cómo será la cosa, que la película está hablada en español y tiene subtítulos en español. Para que entendamos lo que dicen algunos personajes.

Por momentos me recordó a las historietas estadounidenses de los años 80 y 90, en donde los personajes que hablaban español lo hacían tan mal, que enojaba pensar que la persona encargada del guion no hubiera levantado un pinche teléfono para contactar a un hispanohablante y corregir las burradas que luego se publicarían.

El caso más famoso en las redes sociales es el de Selena Gómez y su horripilante español. Por más que su Jessi del Monte es presentada como una latina criada en Estados Unidos, el nivel de distracción que genera cada vez que habla (ni que hablar cuando canta) es altísimo. Claro que los votantes de la Academia que no tengan al español como lengua materna jamás serán conscientes de este matricidio. Zoe Saldaña, criada en un hogar bilingüe de Nueva York, distrae bastante menos.

Hubo que pasar por un montón de instancias previas antes de hablar de la trama. Saldaña interpreta a Rita, una abogada que coquetea con su dignidad hasta que recibe una propuesta imposible de rechazar: la de ayudar al narcotraficante Manitas del Monte a desaparecer de su entorno, realizarse una cirugía de afirmación de género y vivir el resto de la vida como la mujer del título. Esa idea, antes de mezclarse con todo lo demás, es interesante.

A esa altura de la película ya habíamos pasado por un par de números musicales, que definiría (con todo el atrevimiento del mundo) como teatrales posmodernos hiphoperos. En algunos casos utilizando una escenografía minimalista que me recordó a la serie Fantasmas de Julio Torres, y con unos ritmos que recuerdan a la obra de Lin-Manuel Miranda, con una dosis mucho menor de pegadicidad, si se me permite el neologismo.

Hay canciones como “La vaginoplastia”, cantada en inglés, que generan vergüencita más allá de los idiomas que uno tenga encima. Otras, como “El alegato”, que habla sobre el morbo aunque no escape de él, logran zafar. En todos los casos Zoe Saldaña se va constituyendo como lo más interesante de la película, logrando combinar expresividad y elasticidad, a veces en una misma toma.

Lo de la española Gascón, una vez que aparece como Emilia, también es destacable. Las escenas que comparten ambas mujeres, que vuelven a encontrarse años después y emprenden un nuevo proyecto juntas, quedan entre las mejores del film, que en algunos de sus 132 minutos no parece saber hacia dónde está yendo.

Este debe ser, quizás, el principal problema de Emilia Pérez: la falta de dirección. El comienzo tiene la tensión de la misión secreta dentro de una organización hipermachista, aunque esto (como tantas otras aristas) no termina de aprovecharse, como tampoco se profundiza sobre la experiencia de una mujer trans en la sociedad actual, sino que el foco principal parece estar en la intrigante cirugía. Se entiende que el dolor de Emilia por la distancia que mantiene de sus hijos la lleve a convertirse en su propia prima, pero la evolución en filántropa que busca e identifica a las víctimas de la violencia narco es demasiado conveniente. Más cuando la solitaria mujer se convierte en figura mediática.

Es interesante cómo el guion de Audiard hace que finalmente la Pérez sufra la consecuencia de uno de sus actos menos violentos, pero para llegar hasta ahí se intercalarán momentos románticos que se destacan por su sencillez y otros que (desafortunadamente) recuerdan a Robin Williams vistiéndose de mujer para estar con sus hijos en Papá por siempre (Mrs. Doubtfire). O canciones que exponen la hipocresía y la corrupción endémica de la sociedad, que nomás sirven para que Saldaña tenga otro numerito musical que la acerque a los galardones.

Al final, la apropiación cultural queda a mitad de camino. A mitad de camino entre los sentimientos exagerados de una telenovela mexicana y del absurdo kitsch de La rosa de Guadalupe.

Una buena

Buscando buenos comentarios de Emilia Pérez me encontré con el crítico André Didyme-Dôme de la Rolling Stone, quien le dio cuatro estrellitas y media sobre cinco. Él dice que es “una experiencia cinematográfica única, que desafía convenciones y que se siente tan ambiciosa como fascinante”. Agrega que “la película toma una premisa extravagante y la convierte en una odisea emocional que atraviesa temas de identidad, remordimiento y redención”. Advierte que “aunque su tono puede desconcertar a algunos espectadores, su originalidad y corazón la convierten en un experimento fascinante que merece ser visto en la gran pantalla”. Y varias veces dice que fue exitosa en cosas en las que Guasón 2 fracasó, como la integración de la música y la acción. Este último punto seguramente sea el menos discutible.

Emilia Pérez. 132 minutos. En cines.