Recordada por la potencia de personajes como María Elena en la sitcom Casado con hijos o Romina, protagonista de Hasta que la muerte nos separe (uno de los capítulos de la película Relatos salvajes), Érica Rivas actuó por primera vez en nuestro país el año pasado. Ahora recuerda haber tenido una gran comunicación con el público: “Fue maravilloso, una de las mejores funciones en uno de los mejores teatros en los que he actuado”, dice de El Galpón, la sala a la que retorna con Matate, amor, adaptación de la novela homónima de Ariana Harwicz.
“Cuando uno lo ve desde abajo no piensa que es tan hermoso de actuar. Lo ves desde afuera y decís: ¿cómo se hace con esto? Pero está construido de una manera que la emoción fluye, viaja muy fácilmente. Y además el público uruguayo tiene un background no solo teatral sino poético, literario, musical que me conmueve mucho”, dice la actriz horas antes de sus dos actuaciones en Montevideo.
Con Matate, amor has recorrido varios países, pero también zonas del conurbano bonaerense en funciones con públicos no habituados al teatro. ¿Cómo han sido esas experiencias? Imagino reacciones distintas pero interesantes también.
Muy interesantes, pero son cosas distintas. Hay una ruptura en una persona que nunca vino al teatro y que viene a ver a la chica que ve en la tele, pensando que va a hacer algo de la tele. Y de repente le tiramos este texto, que no es un texto fácil. Sí lo es en el sentido de que es irónico, humorístico, no es solemne. Pero es difícil en el contenido, en lo que se está diciendo, en los lugares de quiebre respecto a ser mujer o a lo que es maternar. También me pasa que muchas veces me sorprende para bien que muchos hombres se identifiquen con ella. Porque esta cosa de la romantización de la pareja o de tener un bebé lo padecemos todas las personas. Porque así es el amor, en realidad. Es muy hermoso ver las reacciones de alguien que fue al teatro por primera vez. Hay algo muy catártico, que te conmueve. Por eso mi carrera va también para lo popular, no solamente al nicho más teatral, que también me gusta. Pero bueno, en este momento del mundo siento que es importante la militancia un poco más abierta.
La obra parece adelantarse en su cuestionamiento de lugares comunes sobre el rol de la mujer. Después del auge del movimiento feminista en Argentina desde el Ni Una Menos, es más frecuente ver espectáculos que pongan en el centro esos tópicos. A su vez, sirve para ver de forma crítica algunas representaciones de lo que era una “familia normal” como la serie Casado con hijos, en la que tu personaje logró despegarse del estereotipo. ¿Cómo has vivido ese proceso?
Por lo pronto, con mucha felicidad, porque me siento correspondida. Cuando se grabó Casado con hijos las feministas éramos pocas. Parecía que se había aplacado esa lucha por tantos derechos que todavía no habíamos conseguido. Entonces fue importante que apareciera ese movimiento, que salió desde un dolor muy grande como un femicidio, y que además rebotaba internacionalmente. Las mujeres empezaban a sentir en su propio cuerpo, en otras partes del mundo, lo que había pasado en Argentina como algo injusto, como algo doliente. Y de repente, a partir de esa marcha que fue tan multitudinaria, tan alucinante, se empezaron a rever muchas cosas.
Te agradezco que lo veas en una trayectoria, porque para mí también fue una forma de pensarme como actriz. Porque yo me siento una trabajadora que quiere que el mundo vaya mejor, con muchos privilegios por haber sido actriz en este momento del mundo en el que a los actores y a las actrices nos aplauden y nos agradecen. No soy una persona encerrada en mi mundo, siempre me tengo que sentir útil. Antes del Ni Una Menos no se sabía quizá que yo era feminista, o se veía como una parte pero no como algo integrado a mi trabajo. Entonces, que se puedan iluminar a posteriori una cierta cantidad de elecciones me da felicidad. Es una especie de curaduría de mi propio trabajo. Yo estoy todo el tiempo pensando qué comunicar en cada momento, qué es lo que sirve dentro de mis pequeñas posibilidades. Y que también a mí me amplíen la perspectiva, porque no vengo a traer ninguna verdad. Yo vengo a romper cosas y a ver qué hacemos con eso roto.
¿Cómo lo sacamos a la luz? ¿Cómo dejamos de padecerlo en el silencio de nuestras casas? ¿Cómo rompemos el no juntarnos, el no charlarlo? En esta ocasión hablamos del amor, con la pareja y con les hijes. Y el amor es siempre así. El amor cuesta trabajo. Y esto de romper tiene que ver con cuestionar, con discutir, con quebrar ciertas cosas. Yo no sé para qué lado van, pero sí lo que propongo es que existe este quiebre.
Le das una impronta al personaje que se vincula con tu faceta de comediante. ¿Cómo surge abordarlo desde ese ángulo?
Desde el primer momento la leí con ese humor. Enseguida me apareció esa respiración, esa música, y enseguida dudé de las aseveraciones que hacía el personaje. Después lo corroboré hablando con Ariana, que me dijo: “¿Cómo va a hablar en serio?”. Lo que pasa es que aparece eso de la solemnidad de la palabra escrita. Tenés que tener cierta irreverencia para con el texto para poder verle esto. Y bueno, se me apareció así desde el primer momento. Fue un encuentro de amor también a primera leída. Ni bien lo leí, supe que lo quería hacer; me pasa muy pocas veces, y por eso también lo cuido. El año pasado me di cuenta de que lo iba a poder hacer hasta que me muriera, y eso me dio una relajación muy grande.
Pero al principio el humor fue difícil. Cuando la empezamos a hacer en Buenos Aires la gente ser reía como conteniéndose. Había una sensación de “¿cómo me voy a reír de querer eliminar el bebé?”. ¡Y sí! ¡Nos reímos! Porque la verdad es que a veces te pasa que tenés ganas de tirar a tu hijo por la ventana. No lo vas a hacer, pero lo tenemos que decir, porque si no, es imposible. Es muy opresivo tener que estar amando siempre de la manera que te dicen las publicidades. O como te dice el Estado, o el sentido común.
Imagino que para algunos públicos que este personaje los habilite a compartir algunas cosas reprimidas debe ser liberador.
Muy, sí. Hemos ido a lugares donde veía que las mujeres estaban exactamente igual que ella, en el campo, esperando a sus maridos, encerradas, con vidas en las que se propone que si sos mujer, si tenés hijos ya está, estás realizada. ¿Y qué pasa si no siento eso? ¿Cómo hago? ¿Estoy fallada? ¿Estoy loca? Entonces trago pastillas; para la depresión, para dormir, para despertarme, para comer, para dejar de comer. En realidad, me parece lo más sano poder tener espacios para hablar de esto. Para contarnos “yo también”. Hay cosas terribles que no nos contamos, que no nos decimos y que operan más todavía por no estar dichas. Y nos van enfermando psíquicamente.
El personaje también termina con una problemática y un diagnóstico sobre su salud mental. Porque es totalmente alienante que todo el tiempo te estén diciendo que vos tenés que sentir algo y sentir que estás fallada porque sentís lo contrario. De repente, por eso, tirar este texto con esta carga en lugares donde las mujeres están así… Claro, algunas me venían a decir casi en secreto: “Hay frases que me las quedé”. Y a veces las decían mal, pero no importa; guardalas, fijate qué hacés con eso.
Yo me imagino esa casa, esos desayunos, los niños yendo al colegio, esos momentos de siesta en pueblos en donde si no estás alineada y no tenés un lugar donde puedas descansar de todo esto, sí que te tenés que empastillar. Por eso también el estudio de la locura viene de las mujeres, porque somos siempre síntoma, estamos ahí, porque el mundo está muy mal para nosotras, y encima no lo podemos decir, ni siquiera a nuestros amores se lo podemos decir. Entonces, en el solo hecho de habilitarlo, y encima habilitarlo con humor, ya hay algo que está bueno.
Hace años que Ricardo Bartís plantea que la política se ha apoderado de algunos mecanismos de puesta en escena y actuación. En Argentina, en particular, da la sensación de que el presidente Javier Milei llegó al poder en gran medida construyendo un personaje promovido desde los medios de comunicación. Y también con un discurso que tiene como uno de sus enemigos al movimiento feminista. ¿Cómo ves ese proceso?
Me resuenan las palabras de [Norman] Briski de que nos robaron la ficción. Yo siento que estamos –no sólo en Argentina– en un momento que ya vivimos. Me resuena mucho [Bertolt] Brecht. Me resuenan mucho los filósofos que hablaban sobre la cultura en aquel momento. Pienso cuando empezó la propaganda masiva, que también vino de la misma manera a esta parte del mundo, y fue un momento de mucha confusión. Porque está claro que lo que hacen es confundirnos. Creo que es muy difícil de entender que lo que nos están proponiendo no es real, no es verdad. Hay que empezar a romper eso. Como en aquel momento tuvimos que romper lo que nos venía de la prensa, de la radio. Tuvimos que entender cómo era que operaban los medios de comunicación en el sentido común de la gente. Ahora hay que volver a pensar, tenemos que permitirnos disentir, tenemos que permitirnos discutir y tenemos que permitirnos decir “esto no sé si es real”.
Pero también me parece importante tomar la emoción que trajeron, que es una emoción de “no quiero nada de lo anterior, quiero que todo cambie, estoy harto”. Esa es una emoción que me identifica también, porque yo también estoy enojada, a mí también me pasa que no estoy contenta. Yo como artista me siento en el lugar de oposición a cualquier gobierno. Por eso como actriz no me puedo embanderar con un partido político. Si hacen bien las cosas, bárbaro, es lo que tienen que hacer, pero yo siempre voy a ser oposición, porque estoy en un lugar en donde tengo que hacer eso. Entonces, cuando aparece esta emoción, que es la emoción que creo se ha votado, esta bronca que por un lado es muy peligrosa, por otro lado siento: “Bienvenidos al enojo”. Realmente estamos enojados con la clase política, con estos y con los anteriores, con la clase política. Siento que la estructura política que conocemos se está rompiendo. ¿Y qué opciones hay?
A lo mejor el movimiento feminista lo está pensando. Sé que el antiespecismo está pensando sobre estos momentos de transición hacia algo nuevo. Porque hay que pensarlo. No se puede pensar que va a cambiar de un día para el otro. Yo creo que, por ejemplo, este teatro, El Galpón, es un teatro que está diciendo cómo es. Hace 75 años que son una organización de artistas, que están trabajando, organizándose en asamblea. ¡Hace 75 años! Seguramente saben mucho más que nosotros sobre organización. Por eso para mí es tan importante acercarme a las comunidades originarias, a la comunidad LGTBQI+, al movimiento feminista también.
Y te digo todo esto para no decirte lo que ya sabemos. Lo triste que es no sentirte representada por la elección de un montón de gente que sentís que está votando pegarse un tiro en el pie. ¿Cómo llegamos hasta acá? Hay que preguntárselo. Para mí, quienes trabajamos en la cultura algo hicimos mal. Que los chicos no conozcan lo que pasó en la dictadura significa que algo hicimos mal. Nos tenemos que revisar.
Matate, amor. Dirección de Marilú Marini y actuación de Érica Rivas. 85 minutos. Jueves 27 y viernes 28 a las 21.00. Sala Campodónico del teatro El Galpón. Entradas desde $ 1.500 a $ 1.800. 2x1 para suscriptores de la diaria.