“Escribir una novela es escribir la historia de una vergüenza. Por eso siempre es tan paradójico escribir, porque se escribe la vergüenza pero se necesita perder el pudor. Escribir es ser un paria. Nunca me da tanto miedo mirarme como cuando escribo”, dice Ariana Harwicz (Buenos Aires, 1977) en su ensayo sobre el lenguaje, los adoctrinamientos y las traducciones El ruido de una época (2023, Gatopardo). Matate, amor (2012), su debut salvaje en la novela, es el soliloquio de una puérpera en fuga, que luego Anagrama agrupó, junto a La débil mental (2014) y Precoz (2015), bajo el título Trilogía de la pasión. Martin Scorsese está produciendo una película sobre Matate, amor, que va a dirigir Lynne Ramsay y tendrá a Jennifer Lawrence en el papel protagónico. Pronostican que será un punto de inflexión en la carrera de la argentina, que vive desde 2007 en la campiña francesa.

Para la actriz Érica Rivas, que hace años trabajó en la adaptación teatral del libro junto a la autora y a la directora Marilú Marini, el asunto de Hollywood es un apunte al margen. Se concentra en contar cómo es ese “recorte bonsái” que emprendió con su equipo para llevar el espectáculo a 75 minutos y hacerlo más portable, para que cuaje en cualquier sitio –quizás hasta abajo de un árbol, en un centro cultural en La Plata–, y que traerá el próximo fin de semana a El Galpón.

“Sentimos que esta obra es, por lo menos para mí, parte de una militancia. A lo mejor Ariana o Marilú te pueden decir otra cosa. Pero en mi caso, siempre estoy pensando qué comunico”, afirma Rivas, cálida, cercana, con una vincha violeta sujetando la mata de rulos. “Viste que Ariana tiene unos tratados sobre cómo es que aparece, digamos, lo político en lo artístico. Yo pienso que tiene que ver con un compromiso, por ser una actriz medio popular. Entonces ahí a mí se me arma una responsabilidad”.

En su trabajo “había como una especie de línea”, aunque la identificó claramente cuando la llamaron desde el movimiento Ni Una Menos. Hacía poco había terminado de hacer 23 pares, “una serie buenísima sobre unas hermanas que tienen un laboratorio de análisis genético”, escrita por la periodista Marta Dillon y dirigida por Albertina Carri. Corría 2016, se venía la primera marcha, y le pidieron que leyera un documento: “Ahí fue como si te dijera que salí del clóset feminista. Había algo en mí que siempre había estado, pero que muchas veces no quería forzar en decirlo así, como a boca de jarro; no quería perder a esa otra gente que piensa distinto. Después del femicidio de Lucía [Pérez], que fue tan convocante y que nos hizo salir a todas a la plaza, ya se me hizo imposible estar en ese gris”. Menos ahora que, angustiada por la realidad de su país, dice que “no se puede aflojar”.

Adaptable y clásica

Esa misma noción le hizo entender, como explicaba, que quizás lo mejor para Matate, amor no fuera seguir con “la puesta perfecta”, sino que se viera en todos lados: “Decidimos sacarla del espacio en donde estábamos. Tenía un despliegue escénico más grande, en donde se transparentaba el jardín, tenía una parte adelante con una pantalla...”, describe sobre aquellas capas que arropaban el montaje original, que empezaron a reformular de acuerdo a donde viaje, sea Madrid, Berlín o el conurbano bonaerense.

“Si se tienen los implementos técnicos para que sea con esa belleza, porque tenemos unas proyecciones preciosas y qué sé yo, va. Y si no, no pasa nada, porque también la obra es el texto, es lo que se dice, es lo que pasa”. La pieza además es, cuenta entusiasmada, todo lo que ocurre después, las conversaciones que buscan los espectadores.

En algún momento, en la red antes conocida como Twitter, Harwicz posteó: “Escribo riéndome, se lee desde la tragedia. Escribo algo sombrío, en el teatro se oyen carcajadas”. Érica Rivas confirma que pasa eso mismo, que las risas del público suenan catárticas. “Es que para mí la novela siempre tuvo esa parte de humor”, agrega.

“Primero, que yo no concibo algo trágico sin el humor. Entonces lo traigo, lo represento. Es algo muy importante poder reírse cuando a uno le entran ideas tan hondas. Hay algo en el cuerpo, casi del movimiento que genera la risa, que hace que eso entre de otra manera. Ya sabemos, además, lo que pasa con la risa y el inconsciente. Por eso para mí es tan importante que haya una obra que tiene este peso. Fue la primera vez que leí en ficción una maternidad tan doliente, tan como me había pasado a mí. No era una cosa que uno diga ‘bueno, esto le pasa solamente a esta mujer’. No, es casi un clásico, en todo sentido. Es un clásico para las histéricas de Freud”.

Y agrega sobre la novela de Harwicz: “Es un caso clásico para nosotras, cualquier mamá que no está acostumbrada a oír lo que te pasa, porque te pasa. Salvo en ensayística, cosas como que sí, bueno, la maternidad no es lo edulcorado, todas esas cosas que uno ya sabe como feminista que no son así. Pero leído y escrito desde ese humor tan pueril, a veces... porque ella tiene ese desparpajo, esa violencia, en carne viva, odiando como se ama. De la misma manera, porque eso es lo que pasa: amamos así los humanos, somos así las mujeres, amamos así a nuestros hijos también. Esa parte genera esa risa. En esa distensión de haber dicho una verdad: por ejemplo, si uno tiene un hijo, en algún momento de la vida te dan ganas de liquidarlo. Y no, no lo vas a hacer. Y no, no lo vas a dejar de querer, ¿eh?”.

La actriz y productora del espectáculo, junto a Marilú Marini, vio que el libro estaba escrito “de una manera muy cinematográfica, en capítulos casi como escenas”, y, “con mucho pesar”, optaron por sacar algunos personajes, porque no alcanzaba el tiempo para contarlos.

“Realmente hay personajes increíbles: la viuda, el padre, todo el pueblo, en general, y los hicimos como si fueran un fresco, no tienen la entidad que tienen en la novela. Pero sí había algo que nos atrapaba, que era la acción de ella, y nos metimos en eso. Ella está como corriendo, se detiene muy pocas veces a observar alguna cosa, pero sobre todo a observarse en momentos muy tremendos. Por ejemplo, el atardecer, el momento en el que la luz declina, esos momentos de angustia que genera el día en sí, pero que en una mujer como ella, que está retirada en el bosque, es otra cosa. Empiezan a aparecer esos recuerdos, con esa familia que ella trae desde ese lugar, porque lo cuenta como si fuera un presente, pero desde un pasado que hace que esté relatando”.

Rivas percibe que la historia pivota de la maternidad, como territorio extranjero, a la naturaleza en tanto búsqueda y deseo. Por esos misterios sin tope se desplaza el personaje. “Cuando empezamos a hacerla, sentía una cosa y ahora siento otra. No estoy en el mismo lugar como mujer ya, pero siento que ella lo puede seguir queriendo decir hasta el fin de sus días, porque hay algo de querer volver donde eso que existió, en un momento en su vida, que fue esa familia, aunque estuviera rota, igual la convoca. Y ella convoca ese recuerdo también, hay esa necesidad”.

Para Érica Rivas Matate, amor tiene una energía que se renueva: “Por eso pude y puedo hacerla durante tanto tiempo. Me rebota en distintos lugares y ahí veo que tiene la fuerza del clásico, porque aparece siempre algo distinto. Igual es un texto muy poético”. ¿Es el rol más demandante de su carrera? “Está a la par de cuando hice Un tranvía llamado deseo, y no es casual. No quiero espoilear, no creo que sea tan triste el final, es otro contexto, y por suerte palpita esta otra ola feminista”.

La mujer estigmatizada y la mujer al borde coinciden en su papel de Elena sabe, la versión de la novela de Claudia Piñeiro que puede verse en Netflix. “Creo que es algo casi generacional de lo que habla, de esas madres que te oprimen tanto que te incapacitan emocionalmente”, dice, haciendo un paralelismo. “Tiene que ver con cómo hace que algo no pueda expresarse, no pueda ser como es, no pueda gozar. Es una progenitora que es como el Estado, porque si te lo ponés a pensar, ahora mismo está pasando, hay palabras que se tomaron: ahora la libertad ya no es nuestra”.

Matate, amor. Sábado 6 a las 21.00 y domingo 7 a las 20.00 en la sala César Campodónico de El Galpón. Entradas a $ 1.300 y 2x1 con la diaria. Apta para mayores de 18 años.