Alfredo Ghierra es esencialmente artista plástico, pero estudió también arquitectura. La ciudad de Montevideo es un elemento central en su obra artística y la cuestión del patrimonio, una preocupación de toda la vida, que ahora decidió volcar en el documental Montevideo inolvidable.

Como suele pasar en documentales realizados por alguien que no es propiamente un cineasta (véase el ejemplo reciente de Candombe: visiones del ayer, hoy y mañana, tiene una tendencia a atiborrar recursos disímiles, que traducen el empeño en hacer algo bien hecho, atractivo y que aprovecha los recursos del medio, antes que dialogar conceptualmente con un pasado de reflexiones sobre la no-ficción. Algunos de esos recursos terminan funcionando muy bien, como las tomas aéreas con dron, los efectos especiales y otros quizá no tanto. Entre ellos, el intento de establecer a Ghierra como un personaje —que nunca se llega a delinear más allá del interés central por el patrimonio, que motiva el documental—, la puesta en escena evidente de algunas situaciones tipo plano-contraplano, o la costumbre de, cuando Ghierra va a entrevistar a determinada persona especial, mostrarlo llegando a la casa, tocando el timbre, y saludar, con la cámara entrando detrás de él como si fuera invisible, como en una ficción.

Nada de eso importa mucho, son simplemente ingenuidades de un cineasta inexperiente: la película cumple con creces su cometido de exponer y convencer. Además, algunos de esos recursos funcionan muy bien. La toma con dron circundando la torre del Palacio Salvo es impresionante, en especial por mostrar, en la mayor parte del giro, esa punta de Montevideo casi toda cercada por agua. Los efectos especiales son usados, sobre todo, para reconstituir la visión de determinadas cuadras de la ciudad tal como eran con determinado bello edificio, que luego vemos hundirse en la tierra y dar lugar a algún edificio horroroso o indistinto o, cuando menos, totalmente discrepante con el entorno, que rompe totalmente con la armonía urbana.

Aparecen entrevistadas decenas de profesionales, casi todos arquitectos pero también algunos de otras disciplinas, varios con algún cargo público vinculado con el urbanismo. Discuten algunas características de la ciudad, de los distintos estilos arquitectónicos que determinan su personalidad, y enfatizan el deterioro y el descuido de ese patrimonio, y conjeturan sobre algunas de sus causas. Se menciona la falta de plata para la manutención de algún inmueble, o el problema estructural más amplio de las viviendas desocupadas y deterioradas, los problemas culturales que tienen que ver con las intervenciones de grafiteros y también de intereses comerciales someros que llevan a comprometer una fachada con un cartel que descuida totalmente la integración con la fachada.

Se menciona también la mayor cantidad de estímulos para construir que para restaurar y reformar, el hecho tremendo de que las multas por determinadas infracciones (por ejemplo, con respecto a la altura máxima de una construcción) son tan bajas que termina siendo más lucrativo transgredir lo permitido. Se discute la Ley de vivienda promovida, modificada por el gobierno de Luis Lacalle Pou para, en forma predecible, beneficiar los negocios antes que la habitación y mucho menos la conservación y el cuidado urbanístico.

Hay además una exploración por tres ciudades donde Ghierra supo vivir, para entablar una comparación. En San Pablo vemos que la situación no es muy distinta, salvo quizá, por el hecho, que creo que no está mencionado en la película, de que al barrer con las construcciones históricas, allí por lo menos las reemplazan por planteos arquitectónicos más modernos que son interesantes, y no con la “cacotectura” (el término es de un entrevistado) de la mayoría de los edificios nuevos que se viene erigiendo en Montevideo. Venecia es, por supuesto, deslumbrante, pero si hurgamos un poco, nos encontramos con la situación, tampoco satisfactoria, de una ciudad que sí se preserva, pero que termina funcionando más bien como un parque temático para turistas, no tanto una urbe plenamente habitada y viva. En Sofía tampoco parece haber una política consistente de conservación y planificación, aunque luce como un compromiso más razonable entre renovación y preservación.

Sobre todas las cosas, a través del entrenado ojo de Alfredo Ghierra, descubrimos una cantidad inaudita de fachadas espectaculares, rejas bellísimas, propuestas estéticas encantadoras. Todo eso tiende a suscitar admiración y amor por la ciudad, pero, al mismo tiempo, se nos estruja el corazón de ver algunas construcciones análogas tapadas de grafitis, violadas por carteles comerciales o, sencillamente, al borde de la ruina, sucias, descascaradas, perdiendo revoque. Todo eso nos lleva a pensar en las muchas bellezas arquitectónicas que simplemente se está dejando destruir. Más importante aun, constatamos la falta de conciencia, tanto en la población en general como en los políticos, del tesoro que todavía tenemos en manos y que podría llegar a ser debidamente valorizado con una política consistente. Aunque esa política pudiera violar ciertos intereses económicos inmediatos, podría resultar en una ciudad cuya belleza discreta y “a descubrir” se hiciera ostensiva, a la larga amplificando el turismo y el valor inmobiliario. Y ni que hablar de lo que eso implicaría para esa dimensión, que nunca entra en las discusiones políticas “serias”, que es la de la felicidad y del bienestar. Esta película trae a colación todos esos aspectos y puede ser un poderoso llamado de atención para esa faceta importantísima de la ecología urbana.

Montevideo inolvidable. 82 minutos. En Cinemateca, Sala B, Life 21, Alfabeta.