El 5 de setiembre de 1972, guerrilleros de la organización militante palestina Setiembre Negro invadieron los apartamentos de la delegación israelí, en plenos Juegos Olímpicos de Múnich. Tomaron rehenes y reclamaron la liberación de prisioneros palestinos en Israel. Eran las primeras Olimpíadas transmitidas vía satélite, y el mundo estuvo en vilo durante las 17 horas que duró el episodio. Esta historia, que ya fue contada en distintos documentales y ficciones, regresa aquí desde la perspectiva del equipo televisivo de la emisora estadounidense ABC. Si bien estaban preparados para cubrir deportes, supieron improvisar una cobertura magnífica de aquellos eventos trágicos, que fueron difundidos mayormente en vivo y en cadena mundial. Su cobertura del ataque terrorista superó en audiencia la de la transmisión del primer alunizaje en 1969.

Una de las cosas especiales en este thriller dramático basado en hechos históricos tiene que ver con la restricción a los puntos de vista de los integrantes del equipo televisivo. Casi toda la película transcurre en el espacio cerrado de la sala de control, donde están las consolas y monitores. Tenemos además algunas conversaciones de pasillo y, por muy breves momentos, acompañamos a alguno de los periodistas cuando salen de ese espacio. No hay omnisciencia: se escuchan las ametralladoras desde la Villa Olímpica en la madrugada y nadie sabe bien qué está ocurriendo (¿serán fuegos artificiales?). Las noticias van llegando por la radio o por teléfono, hasta que el equipo logra tener posicionadas las cámaras que le van a otorgar el privilegio de la cobertura más completa del evento.

A partir de ahí, tenemos las imágenes que vemos en los monitores –que son, dato importante, los videos reales, originales, del archivo de la ABC, incluida la locución archiprofesional y emotiva de Jim McCay–. Por este motivo, ninguna de las personas que aparecen en los monitores televisivos es un personaje ficcionalizado en esta película.

Quizá para integrar mejor el importante contenido de los monitores televisivos, la imagen de la película está procesada para tener la apariencia de un 16 mm apto para filmar en condiciones de baja luminosidad, es decir, muy granulado y con los colores algo atenuados. La mayor parte del tiempo la cámara está en mano, se mueve nerviosamente y oscila entre focos y zooms en forma aparentemente improvisada. Esa opción estilística remite a la influencia del documental y de la televisión sobre el cine de la década de 1970, si bien, en lo concreto, termina pareciéndose más a la manía de cámara temblorosa de inicios de este siglo (Paul Greengrass, sobre todo).

Para el público que no sabe cómo terminó la jornada, el desenlace es un elemento de suspenso. Para quienes ya conocen los eventos, el suspenso está en cómo se van enterando desde el equipo televisivo y qué decisiones van a tomar. Es curioso, además, descubrir o recordar elementos del funcionamiento de la televisión analógica: el laboratorio fotográfico anexo, el uso frecuente del rodaje en 16 mm, las bobinas de cinta magnética de video, la manera de sobreimprimir los letreros.

Hay otras cosas que contribuyen al fuerte sabor setentero, como el entorno muy masculinizado: una sola mujer en todo el equipo, y suele ser a ella que le piden que sirva café. Además, corren los chistecitos varoniles.

Otra cosa con sabor de época es el carácter de “cine de profesiones”, que supo ser tan fuerte en el último tercio del siglo XX. Se dedicaba a enaltecer determinada ocupación, mostrando todo lo que tenía de excitante y cómo era fundamental para la sociedad. Todos trabajan mucho, son competentísimos en lo que hacen, y a nadie se le ocurre decir que ya cumplió con su horario de laburo y tiene que llegar a casa. Hay un elemento de competencia: esta cobertura es de la sección Deportes y tiene que evitar que la cadena envíe a gente especializada, o que alguna otra emisora logre una cobertura mejor.

La mera competencia por el rating, sin embargo, nunca predomina: todo el tiempo se discuten cuestiones éticas. ¿Será lícito mostrar en vivo a un rehén siendo ejecutado? Al hacer la cobertura del atentado, ¿no estarán colaborando con los terroristas, que justamente pretendían que su acción fuera lo más espectacular posible? Lo peor es cuando se percatan de que, al filmar las operaciones de intento de rescate de la Policía alemana, terminaron advirtiendo a los guerrilleros. Más allá de estos percances, pese a que la película es mayormente alemana y el director es suizo-alemán, es interesante cómo las fuerzas de seguridad alemanas se muestran como inoperantes, mientras que el equipo televisivo estadounidense brilla.

En su mundo cerrado, en cuanto thriller o en cuanto relato de un hecho histórico tremendo, la película funciona muy bien. Es imposible, no obstante, presumir que sea inocente la elección de este asunto justo en un momento de conflicto israelí-palestino. Lo que hizo Setiembre Negro fue horrible: violó el acuerdo tácito de paz implícito en los Juegos Olímpicos y masacró a gente inocente. Nadie dice que Setiembre Negro se equipare al pueblo palestino, pero, en cuanto movilización de opinión pública en el contexto actual, este relato contribuye a la sensación de que las actuales operaciones genocidas del gobierno israelí puedan ser una respuesta a ataques de este tipo, o que los palestinos en general sean gente malvada o, cuando menos, que las responsabilidades por operaciones genocidas se puedan diluir en una oposición entre dos demonios.

Septiembre 5. Dirigida por Tim Fehlbaum. 95 minutos. En cines.