En 2010, un mes antes de la muerte del expresidente argentino Néstor Kirchner, una agrupación política peronista, La Cámpora, comenzó a usar, con fines propagandísticos, una ilustración de Francisco Solano López, autor de los dibujos de la historieta El eternauta. La imagen es probablemente la más reconocida de la historieta, incluso entre quienes no la han leído: el eternauta avanza hacia el espectador, vestido con su traje protector y su máscara antigás. Pero La Cámpora cambió el rostro que se ve dentro de la máscara: en vez de Juan Salvo, protagonista de la historieta, se ve el rostro sonriente de Kirchner. Así nació “el Nestornauta”. Es un indicio de la importancia cultural que tiene la historieta en Argentina.
La construcción de un clásico
El proceso de canonización de la historieta y de su guionista es muy interesante, complejo y ejemplar para entender la construcción de mitos en una sociedad. La historieta se había publicado en 106 episodios semanales entre 1957 y 1959 en Hora Cero extra semanal, una publicación de la editorial Frontera, propiedad de Héctor Germán Oesterheld, guionista de casi todas las historietas de la revista.
El eternauta tuvo mucho éxito. Pero hay que relativizar su impacto inmediato. El proceso de canonización, que duró varias décadas, tuvo que ver con varios factores, aunque hay dos muy importantes: la admiración de los colegas historietistas europeos de 1960 y 1970 y el asesinato de Oesterheld, sus cuatro hijas y sus dos yernos, además de la desaparición de dos nietos (ya que dos de las muchachas estaban embarazadas). También es muy probable que los notables dibujos de Alberto Breccia, para la versión de 1969 de El eternauta aparecida en la revista Gente, haya tenido un rol significativo en la valoración europea de la obra de Oesterheld como guionista; quizá su buena recepción en Europa tuvo que ver con el hecho de que, al comienzo de su carrera como dibujante, el gran historietista italiano Hugo Pratt había trabajado para Oesterheld en varias series.
La versión de Gente tuvo que precipitar el final por presiones de la editorial, disconforme tanto con la izquierdización de la trama con respecto a la historieta de una década antes como con la gráfica rupturista de Breccia. Pero esa versión comenzó a influir en la interpretación de la versión de 1957-1959: ya no era sólo una historia posapocalíptica de invasión extraterrestre, sino una metáfora de la situación política. En 1975 la editorial Record publicó en formato libro todos los episodios de El eternauta de la primera versión. En el prólogo, Oesterheld escribe: “El héroe verdadero de El eternauta es un héroe colectivo, un grupo humano. Refleja así, aunque sin intención previa, mi sentir íntimo: el único héroe válido es el héroe ‘en grupo’, nunca el héroe individual, el héroe solo”.
Está claro que Oesterheld quería marcar distancia con héroes estadounidenses de historietas, como Superman o Batman, aunque ahora, que sabemos que en esa fecha ya era miembro de Montoneros (lo mismo que sus cuatro hijas), leemos su frase de manera parcial; no leemos “sin intención previa”.
Como sea, los clásicos permiten que todo el mundo intente una apropiación. En 1999 la revista oficial del ejército argentino, Soldados, publicó una nota elogiosa sobre El eternauta. Algunos podrán preguntarse cómo la institución responsable por el asesinato de Oesterheld se atrevió a apropiarse de la historieta que ya se asociaba con una postura de izquierda. La justificación tiene que ver con el contenido de la historieta y, de refilón, con la biografía del dibujante: Francisco Solano López era egresado de una escuela militar. En cuanto al contenido, quienes organizan la resistencia a la invasión son militares; el propio eternauta, Juan Salvo, es nombrado teniente y puesto al mando de un pelotón. Muy de pasada se dice que es “teniente de la reserva”, que significa que egresó de una escuela militar. Es clarísima, en la historieta, la simpatía por el ejército argentino, lo cual no significa una defensa de las dictaduras, o del bombardeo de Plaza de Mayo (ocurrido en 1955, un par de años antes del inicio de la historieta). Sin duda las imágenes atroces de una Buenos Aires destruida en aquel acto criminal fueron materia prima para los creadores y referencia para los lectores de la historieta.
Los nestornautas de La Cámpora han perdido energía, y fuera de la Argentina pocos recuerdan, o siquiera saben, que durante el gobierno de Cristina Kirchner aquellos militantes organizaban encuentros en escuelas y liceos donde se analizaba y se discutía, desde ejemplares de la edición de Récord comprados por miles por la organización, el concepto de “héroe colectivo”. Pero en el prólogo de esa edición el autor dice que lo que lo empujó a la escritura de la historieta fue la idea de un Robinson Crusoe que, en vez de estar rodeado de mar, está cercado por la muerte.
De los primeros posapocalípticos
Suele explicarse el estatus de clásico de la historieta por la gran calidad de los dibujos, por la idea de héroe colectivo y por la originalidad del escenario de la acción (Buenos Aires).
No son factores muy convincentes. Los dibujos son pobres, especialmente en las primeras entregas, con frecuencia esquemáticos, vagas imitaciones de maestros del pincel como Alex Raymond o Milton Caniff. La imaginación visual de López es bastante primitiva cuando diseña cascarudos y gurbos, y ni hablar de los “manos”, con sus orejas puntiagudas y mirada diabólica de villano de parodia. Con los años, López se volcó con más fortuna al contorno de la pluma que al claroscuro del pincel. El eternauta no es su mejor trabajo.
Sí es cierto que el escenario porteño generó adhesión de los lectores, pero tampoco eso alcanza como motivo para convertir la historieta en un clásico. En cuanto a la expresión “héroe colectivo”, su significado es equívoco y vago, y no está presente en El eternauta. Esa rara figura quizá sí se encuentre en Más que humano (1953), de Theodore Sturgeon, donde un grupo de personajes con serias discapacidades, pero con un solo rasgo positivo superior a la norma, se une para formar una entidad imbatible; otra forma de personaje colectivo, esta vez antagonista, es la masa invasora de Los ladrones de cuerpos (1955), de Jack Finney, que forma un enjambre sin líder. Si se piensa en un grupo de protagonistas, se podría decir que una enorme cantidad de historietas estadounidenses tienen “héroes colectivos”: X Men, Avengers o The Fantastic Four.
La principal originalidad objetiva de El eternauta, que los lectores sentimos con estremecedora intensidad, es que Oesterheld estaba fundando, dentro del espacio de la historieta, el género que hoy es dominante en la ciencia ficción: el posapocalíptico. No hay en el mundo historietas largas de asunto posapocalíptico anteriores a El eternauta. De hecho, hay apenas cuatro o cinco novelas de ese género publicadas con anterioridad, y escasísimas películas.
Otro factor importante tiene que ver con su estrategia narrativa, infrecuente en el campo de la historieta de aquellos años, de relato enmarcado.
En el comienzo de la historieta, una noche, el guionista Héctor Oesterheld –como se ve, la autoficción no la inventó un francés el martes pasado– está trabajando en su escritorio cuando se materializa una especie de condensación fantasmal con apariencia humana. Pasada la primera sorpresa de quien cuenta la historia –ese tal Oesterheld–, nos enteramos de que se trata de Juan Salvo, a quien le dicen “el eternauta”, porque anda deambulando por el tiempo. Juan Salvo, entonces, cuenta que una noche, en una reunión de truco con amigos, ocurrió algo muy extraño. Allí empieza el desarrollo del cuento de la invasión y todas las aventuras.
Para una historia que nadie sabe cuándo deberá terminar (puesto que depende de cómo vayan las ventas), el relato enmarcado le ofrece al autor la posibilidad de un cierre elegante. Y efectivamente, el cierre, dos años más tarde, es notable, honesto y, al mismo tiempo, permite una continuación que efectivamente ocurrió 20 años más tarde, muy poco antes del asesinato del guionista.
La serie: una lectura cuidadosa de la historieta
Con héroes colectivos, patrióticos ejércitos argentinos y sonrientes nestornautas merodeando, lo primero que hay que reconocer es el coraje de los productores de la serie de Netflix.
Cuando se lanzó la campaña promocional, se recurrió al motivo “héroe colectivo”. Pero ante las primeras reacciones negativas de una parte importante del público, intentaron alejar el fantasma del Nestornauta. El motivo promocional pasó a ser una frase menos peligrosa: “Nadie se salva solo”.
La primera temporada cuenta menos de la mitad de la historieta y muestra que los guionistas han leído a fondo a Oesterheld y son conscientes de los peligros. Uno de ellos es ponerle rostro a un mito.
En un libro, los personajes son sus acciones y sus diálogos o pensamientos; en el cine se agrega la intensa presencia del cuerpo de los actores. Y si los actores son famosos, es inevitable que esa presencia adquiera dos caras: vemos a Juan Salvo y simultáneamente vemos a Ricardo Darín y lo que creemos saber de él. Esta doble presencia suele sesgar el sentido; si sabemos que el personaje Favalli es el actor uruguayo César Troncoso y Juan Salvo dice “los de afuera son de palo” –frase de héroe uruguayo si los hubo–, el sentido adquiere un espesor peculiar.
La criticada decisión de ubicar la historia en el presente es tan válida como si se hubiera optado por la reconstrucción histórica, pero tiene algunas ventajas. Por un lado, mostrar un aquí y ahora de la catástrofe global permite recuperar el aire de inquietud que tuvo para los lectores de 1957. Por otro, ahora Argentina tiene la experiencia de una guerra internacional que no tenía en la época de la publicación de la historieta; los recuerdos de Juan Salvo –en la serie– de su participación en la guerra de las Malvinas matizan la necesaria (porque así lo dicta la historieta) aparición del ejército, de tan espantosa memoria. Cualquier intervención del ejército en un momento anterior a Malvinas hubiera supuesto asociarla con represión a la población indefensa. Aparte de la opinión que pueda tenerse sobre la conveniencia de aquella guerra, sobre los motivos de la dictadura para iniciarla, ubicar la acción después de Malvinas despeja el camino y desvía, aunque sea un poco, el rechazo que se siente al ver héroes militares argentinos.
Quizá uno de los mayores problemas de la serie tiene que ver con el cambio del lugar de la mujer en las narraciones actuales con respecto a las de hace 70 años. Las dos únicas mujeres de la historieta son Elena, esposa de Juan Salvo, y su hija Martita. Sus roles se limitan a preparar comida, servir de sostén para algún diálogo circunstancial (“pero primero coman”, exigen antes de que los hombres salgan al matadero), o propio de una idiota (“pero ¿y si los invasores no vienen con malas intenciones? ¿Si son buenos?”, dice Elena en medio de la devastación planetaria). La serie otorga a las mujeres cierto grado de ciudadanía, ya que tienen profesiones útiles para la comunidad, aunque se mantienen, al menos en esta primera temporada, en un plano secundario con respecto a la acción bélica.
Porque, sí, la historieta es de neto género bélico. La serie, cautelosa, ingresa al género con menos uniformes que en la historieta, pero a través de la misma cantidad de ingredientes sorprendentes, con bichos y extraterrestres metiéndose de a poco en la trama y los inquietantes hombres controlados a distancia por los invasores. Si Oesterheld fue incorporando elementos inesperados, obligado por la demanda, para mantener la tensión narrativa, la serie tiene la ventaja de conocer de antemano toda la trama y por eso puede regular de manera más justa las apariciones de todos estos ingredientes.
La serie tiene un muy buen elenco, una escenografía de alto nivel, una gran puesta en escena y un ritmo logrado. Como en la historieta, la forma no innova; aquella puesta en página de tiras uniformes tiene como correlato una continuidad de acción tradicional; la música incidental acompaña sin sobresaltos; el montaje, en función de sostener, como en la historieta, el punto de vista de Juan Salvo, es de manual.
La serie evita el relato marco y la autoficción –El eternauta materializándose en la casa del guionista–; en cambio, opta por ir dando datos acerca del carácter de viajero del tiempo de Juan Salvo de manera mucho más sutil, que el espectador va descubriendo a lo largo de los capítulos. Es el rasgo de trasposición más interesante, que habrá que ver cómo administran en la segunda temporada.
Si uno piensa en la versión de 1969 de la historieta, con los extraordinarios dibujos de Breccia, podría quizá soñar con una serie con un poco más de riesgo visual. Habría sido pedir demasiado: esta producción seguramente va a abrir el camino a otras, aptas para los públicos masivos que requieren las plataformas de exhibición. La editorial Frontera tuvo un notable éxito en un mundo muy distinto a este. Quizá lo más innovador que se pueda imaginar hoy sea la adaptación de una historia de hace siete décadas para seguir construyendo un mito.
El eternauta. Seis capítulos de 45-50 minutos. En Netflix. El eternauta. 376 páginas. Planeta, 2022.